_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Panorámica de la locura

No atinamos a encontrar un camino que nos lleve a la certidumbre pues aunque a las personas en el Gobierno se les oye firmes, no hay coherencia

Brenda Navarro
Personal de limpieza desinfecta un vagón de metro, este miércoles en Ciudad de México.
Personal de limpieza desinfecta un vagón de metro, este miércoles en Ciudad de México.Marco Ugarte (AP)

Se vive dos veces, en realidades paralelas, al estilo Hollywood, con la fórmula de Syd Field: la torpeza como conflicto central y cada tanto un plot twist que nos mantiene pegados a la televisión y a las redes. Desde casa somos espectadores de nuestra propia realidad. La vivimos sin vivirla.

No atinamos a encontrar un camino que nos lleve a la certidumbre pues aunque a las personas en el Gobierno se les oye firmes, no hay coherencia. Nosotros tampoco somos coherentes, a momentos estamos bien, a otros, mal. El meme y el pensamiento político conviven, se transmigran, se confunden, risas y preocupación. Todo al mismo tiempo hasta que es la hora de la comida y empezamos de nuevo: ¡Ya cerraron las fronteras! ¡No han cerrado las fronteras hasta mañana! ¡Aplausos para las personas que sostienen a la sanidad pública! ¡Se ha muerto un empresario, se han enfermado diez, veinte, mil! ¡Esto es el caos! Pero no hay caos porque en realidad la casa está en calma, relativamente limpia, hay comida en el refrigerador y hasta ahora no hay enfermos en la familia.

Los noticieros nos cuentan que las calles están vacías, pero la mayoría de las veces la cámara dice otra cosa, apenas hace un par de noches, contamos veintiséis personas dispersas pero poco preocupadas detrás de la reportera que daba la nota de una España vacía. Nos ponen imágenes de drones en Madrid Río pidiendo a la gente que se confine en sus casas aunque en el barrio aún escuchamos el ruido de las calles. Como si hubieras muchos Madrid, todos distintos, viviendo diversas realidades. Lo mismo pasa con México, que nos llega desde otra dimensión pero de la misma forma se antoja increíble y dando esa sensación de que no vivimos en el mismo mundo: se celebran conciertos masivos, no hay aplausos para los médicos y se inventan bulos de personas muertas que no han muerto, o de madres que tienen que ser tranquilizadas a cachetadas.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

El “gran cambio del mundo occidental” nos lo cuentan de manera improvisada y a escaladas diferidas. Un clickbait por aquí, otro por allá. La información siempre es incompleta, casi que a propósito, por eso nos sentimos frustrados. En España porque nuestro encierro parece no dar resultados, en México porque nuestro no-encierro no da consuelo.

Así no imaginamos que sería el fin del fin del fin de nuestras expectativas del mundo. Ya no necesitamos guerras, ni bombas, ni armas; el futuro se antoja aburrido, nos creamos nuestras propias psicosis y por eso salimos a los balcones a cantar, a aplaudir, a tuitearlo e instagramearlo: el presente lo es todo. Nos hemos volcado en el aquí y ahora, en el fav y el retuit hasta llegar a otros países que a su vez, chocan con nuestra realidad pero por supuesto los ignoramos. Somos el centro del mundo. De un porrazo olvidamos la crisis de refugiados en Moira, Grecia, los conflictos en Siria, las constantes pobrezas en África, las personas empobrecidas en América Latina y otros desastres que generan más muertes y desesperanza. Hollywood está orgulloso, nos ha educado a imagen y semejanza y es por esto, justo por esto, que saldremos victoriosos de este espejismo. Al menos eso nos decimos después de nuestra dosis diaria de redes sociales.

Si cada día encerrados en casa, cooperando con las instrucciones estatales, es nuestra munición para combatir el COVID-19, entonces esta guerra está ganada. Es cuestión de paciencia. Que nos sobra, aunque parezca que nos falta y por eso corremos a los supermercados a comprar lo que no necesitamos, pero pensamos que podríamos necesitar. ¡Que se jodan los que no tienen la capacidad económica o el tiempo para ser como nosotros! ¡Que se joda la señora a la que grabé sin autorización para demostrar que le festejé el cumpleaños o le compré el súper, yo soy el protagonista! ¡Que se jodan hombres y mujeres que no pueden parar, mi sufrimiento es primero! ¡Que se jodan los representantes del Gobierno mexicano, queremos estar como Europa, vivir el caos en primera persona! Estamos todos locos, muy locos por ser parte de la fiesta.

Se vive dos veces, seguiremos en realidades paralelas: Europa por un lado y el mundo por otro. Pretenderemos que seguiremos conectados aunque hagamos todo lo posible por estar más desconectados que nunca. Estamos cerrando fronteras. Pero de esta película todavía no vamos a hablar. Por ahora, si acaso, en estos ratos de ocio inventados, -inexistentes, porque en realidad hay más trabajo acumulado que nunca-, iremos escribiendo el nuevo guión, una especie de Leviatán reloaded donde el Estado de Bienestar vuelva para una Europa que con este confinamiento se está haciendo un detox, mientras que otros países, criticados porque no pueden responder de la misma forma, estarán condenados a ser personajes extra de esta película que por ahora se antoja como una panorámica de la locura.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_