El 'skate' como herramienta de empoderamiento en Palestina
En un pueblo de Cisjordania, patinar es la salida que permite a chavales palestinos soñar más allá de su jaula de hormigón
Se dicen muchas cosas del skate. Muchos creen que es una afición de chicos, y de Occidente, de esas ciudades en las que hay bancos y barandillas. Y últimamente se piensa que ser skater es una condición deseable, y que el patín es como un bolso a lucir, pero menos útil, porque no puedes guardar cosas.
¿Cómo describir entonces a un grupo de chavales que, sin otra pretensión que pasar un buen rato, hacen trucos en una cárcel urbana de la que casi es imposible moverse, y cortan el viento a la velocidad de sus patines, que sin embargo consiguen llevarles muy, muy lejos? No llevan gorras guays, ni camisetas con sponsors, y se lo pasan pipa turnándose en las pistas con sus congéneres féminas que lucen, ellas sí, alegres pañuelos en el pelo.
Cuando uno pasea por las ciudades del West Bank, rápido se da cuenta de que los parques infantiles brillan por su ausencia. Los niños juegan con total normalidad en áreas que son una mezcla de tierra, cemento y algo de basura. La buena intención de sus habitantes no es suficiente para hacer frente a los limitados recursos municipales que derivan en carencia de infraestructuras.
Qalqilya es una ciudad palestina de 40.000 habitantes que viven completamente sitiados por la muralla israelí. En el año 2000, durante la segunda Intifada, esta ciudad sufrió los toques de queda más largos de Cisjordania y fue constantemente invadida por el ejército israelí. Si bien la intensidad de la violencia ha disminuido a lo largo de los años, las invasiones del ejército israelí todavía ocurren regularmente tanto en esta localidad como en toda Palestina. Los corredores amurallados que conectan los asentamientos de colonos israelíes en Cisjordania dificultan además la comunicación terrestre entre las poblaciones que se encuentran al noreste y sureste de la ciudad obligando a los habitantes a dar enormes rodeos.
En 2011, en esta pequeña villa cisjordana, un activista palestino se asocia con un artista visual neoyorkino para hacer un documental sobre un skater local, y lo que parece el arranque de una película hípster habibi acaba convirtiéndose en una realidad. No sólo en el arte del celuloide, sino también en forma de rampa. Entre los dos, y con ayuda de un tercero que se une y que viene a ser un pro del skate americano, consiguen que el Ayuntamiento del pueblo les ceda un espacio donde construyen mano a mano en 2013 unos quarters de madera.
Estos tres mosqueteros del skate, con una acción aparentemente tan pueril, logran algo mucho más grande, -y no es un ollie en la plaza del pueblo, aunque sí tiene que ver con el despegue-. La famosa rampa da pie a la creación de un campamento de verano para chavales de la zona con ganas del darle al patín, y pronto se transforma en un programa anual para aprender a patinar, ofrecer a las niñas y niños de Qalqilya un oasis donde jugar de forma segura, trabajar en equipo, expresarse, y sobre todo divertirse en medio del estrés de la ocupación. Si el truco más básico del skate es empezar a volar podríamos decir que en Qalqilya hay unos jóvenes que reciben unas alas. Porque, tal y cómo comenta el activista político, Mohammed Othman, “los niños son niños en todas las partes del mundo y a los de aquí les gustan las mismas cosas, jugar, nadar, patinar… no sólo nos dedicamos a tirar piedras tal y como nos presenta Israel”.
Pero en realidad, gran mérito del activista palestino Mohammed Othman, del artista Adam Abel y del veterano del skate Kenny Reed, conocido como The Traveler, es haber conseguido hacer de una afición originalmente occidental y asociada a las grandes urbes, un trampolín desde el cual empoderar a niños de una ciudad desamparada y permitirles soñar con un mundo distinto. Enseñarles a ser perseverantes para salir a planchar -que en el argot de la escena significa lograr un truco-, y superar los obstáculos de este mundo rodeado de barreras. En palabras de Mohammed, “el gran objetivo también es proteger a estos chicos, niños y niñas, para que no acaben en una prisión, o trabajando como obreros en un asentamiento”.
Y así, a través de las destrezas del skate se va tejiendo sutilmente un entorno fuera de la familia en el que niños y niñas se relacionan de forma igualitaria mientras practican un deporte no competitivo. “Nadie se lo cree, pero a estos campamentos de skate vienen más niñas que niños”, explica Mohammed. Skateqilya, que es el nombre que recibe el programa, engloba además del skate, clases de video, fotografía e inglés. Quizá en el futuro, cuando estos niños crezcan, podamos descubrir historias filmadas sobre jóvenes skaters palestinos, y seguro que sus secuencias serían bien distintas a las de Kids, la película de 1995 sobre sus desfasados homónimos neoyorkinos. Cuando me viene a la memoria la frase del protagonista, Telly, (“Cuando eres joven, no importa casi nada y cuando encuentras algo que te gusta, es todo lo que tienes”), observando lo que hace el skate en este otro lado del mundo, uno piensa que no podía tener más razón. Lástima que él se estuviese refiriendo a una vagina…
De momento, el documental sobre algunos de estos diestros skaters palestinos, Qalqilya, the film, producido entre Abel y Othman está cocinándose para por fin ver la luz este año.
2017. Redoblan los tambores en Qalqilya. Los chicos consiguen levantar un segundo skatepark de 600m2 en Jayjous con la ayuda de SkatePal, una organización escocesa sin ánimo de lucro que también opera con fines similares por la zona. SkatePal, con Charlie Davis al frente, aterrizó en Palestina en 2013 creando skateparks en Ramallah, Zababdeh y Nablus. Hoy coordinan una extensiva red de skaters de todo el mundo que vienen a Palestina a enseñar a patinar a los niños locales. Quizá levantar una rampa no tiene el glamour de un backside noseblunt slide, pero, si hemos de juzgar el truco por su nombre complicado, podríamos decir que Jayjous Skatepark también tiene una sonoridad a la altura.
2018. Dicen que en Skateqilya tienen la intención de ampliar su plan de estudios para incluir otras artes como el teatro que permitan a estos jóvenes palestinos desarrollar otros talentos. Y para conseguirlo necesitan más apoyo institucional y aumentar el flujo de las donaciones que permiten a estos niños hacer auténticos trucos de magia, para poder volar no sólo con sus patines, sino con sus mentes más allá de la realidad que les toca vivir.
¿Conseguirá el trío hacer el gran truco? Y no es un switch 900, que consiste en dar dos vueltas en el aire con tu pie malo y generar aplausos entre los amateurs y porrazos con el patín de los expertos. Por lo de pronto, amanece en Cisjordania, uno se te levanta y descubre que la realidad ha dado a tus prejuicios una bofetada demostrándote que no siempre lo cool es sinónimo de etiqueta infame que solo los que están en la crema tienen derecho a lucir.
Decir que la vida va sobre ruedas, en relación a estos chavales que viven en medio de un conflicto cada vez más ignorado, quizá sea decir mucho, pero viéndoles sonreír, uno se da cuenta de cómo un objeto tan simple y a la vez tan lúdico como el patín puede cambiar su percepción del mundo. Quizá esa siempre haya sido la grandeza del skate, sólo que algunos hemos tardado en verla.
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