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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Sentarse y sentirse urbanos (reflexiones sobre los bancos en el espacio público)

Plaza Mayor de Madrid. Imagen de Urban Networks.

Por José Antonio Blasco, Carlos Martínez-Arrarás y Carlos Lahoz

Nuestros espacios arquitectónicos requieren un amueblamiento para completar su funcionalidad. Mesas, sillas, armarios o lámparas dan un servicio imprescindible para nuestras múltiples actividades domésticas o laborales. También el espacio público requiere de un mobiliario (urbano, en este caso) que consta de elementos muy diversos para suplir nuestras necesidades en el mismo. Entre las numerosas piezas dispuestas en las ciudades se encuentran los bancos, que ofrecen la posibilidad de sentarse en ellos, para descansar, para esperar, para contemplar, para encontrarnos con los otros o para conversar, por ejemplo.

Pero esa específica y sencilla misión suscita intensos debates. La controversia tiene componentes muy variadas, destacando las consideraciones económicas (derivadas de su coste), sociales (en cuanto a su servicio al público general o a colectivos particulares) o identitarias (como contribuyentes a la imagen de la ciudad).

Porque hay quienes piensan que para sentarse en la ciudad no es necesario disponer de un mobiliario que resulta caro, de costoso mantenimiento, difícil limpieza, y, además, es susceptible de actos vandálicos o usos inadecuados. Hay quienes creen que siempre se puede encontrar una alternativa, que siempre hay un cambio de nivel, un escalón capaz de servir de asiento (por no hablar de las escaleras, que incluso pueden transformarse en un graderío). Que siempre se puede disponer del borde de una fuente, del resalto de una acera, del antepecho de un macetero o del pretil de una valla, citando, como ejemplo, el malecón habanero, un murete donde los cubanos se sientan en lo que se ha llamado el “banco más largo del mundo”.

Hay quienes piensan que todas las actividades que se suscitan alrededor de un banco están vinculadas al ocio o a una filosofía vital pausada y, por eso, este mobiliario resulta indispensable en los parques o en las plazas, en aquellos lugares de estancia que animan a disfrutar de una vida más calmada. Pero esas mismas voces cuestionan su necesidad en los “lugares de paso”, en las calles por las que discurren los “guerreros” urbanos que se emplean a fondo en las mil batallas cotidianas que hay que vencer y que no se pueden permitir un alto en el camino en sus ajetreados recorridos por la jungla urbana.

Escaleras de delante del Museo Reina Sofía, en Madrid. Imagen de Urban Networks.
Escaleras de delante del Museo Reina Sofía, en Madrid. Imagen de Urban Networks.

Hay quienes piensan que los bancos públicos dispuestos en nuestras calles son un lujo porque están destinados solamente a suplir necesidades de grupos muy concretos y minoritarios. Así, quedarían reservados para ancianos aburridos que los utilizan como una prolongación del salón de su casa, donde organizar tertulias y observar el reality show protagonizado por el zoo humano. O para padres y madres que los aprovechan como observatorio de vigilancia de sus niños pequeños, que juegan en el entorno. O para adolescentes que los usan como lugar de cita y encuentro. O para turistas que buscan desesperadamente un lugar donde descansar sus maltrechos y saturados cuerpos tras largas jornadas trotando por la ciudad. Incluso pueden acoger a los homeless que, además de sentarse, se atreven a improvisar en ellos un hogar, llegando a utilizarlos para dormir (cuando el tiempo lo permite).

Hay quienes piensan que son una “dádiva” de los promotores municipales o de los diseñadores del espacio urbano, ya que no existe un estándar urbanístico que obligue a su presencia. Y en esta línea hay quienes sugieren que los bancos podrían ser instalados y mantenidos gracias al patrocinio de empresas privadas que se verían compensadas por una placa en el propio banco que testimoniara la donación (y diera publicidad a la compañía), como sucede en algunas ciudades norteamericanas.

Hay quienes piensan que los bancos son una competencia desleal para las, cada vez más abundantes, terrazas de hostelería, porque aquellos brindan gratis lo que estas ofrecen pagando. Y eso es un perjuicio para la economía. Porque, además, sentarse en una terraza, fumando o bebiendo un café, transmite un mensaje de actividad e integración en el sistema muy diferente al hecho de sentarse en un banco público, un acto cuya sobriedad puede sugerir la existencia de alguna dificultad en el poder adquisitivo.

Hay quienes piensan que los bancos de las ciudades son responsables de una parte importante de la identidad del espacio público, afirmando que suponen una oportunidad para ofrecer un servicio realizando, a la vez, una aportación a la construcción de la imagen de la ciudad. Y por esta razón, son objeto de intensos debates estilísticos acerca de diseños clásicos o modernos, sobre los materiales más adecuados, y también respecto a su ubicación o número de unidades, entre otros aspectos. Hay quienes defienden que los bancos deben ser como esculturas urbanas que despliegan formas, a veces sorprendentes, y que eventualmente pueden servir de asiento. En esta línea, hay bancos icónicos e, incluso, hay bancos que, más allá de su propia imagen, se convierten en miradores desde los que apreciar vistas privilegiadas de la ciudad.

Hay quienes piensan que la calidad de vida en la ciudad se mide, entre otras variables, por el número de lugares donde es posible sentarse en el espacio público. Los bancos serían catalizadores del encuentro entre ciudadanos (sean conocidos que charlan o desconocidos que se observan y se educan en la diversidad social) y, además, convierten la ciudad en lugar más amable para los mayores y para los niños, que son quienes, con carácter general, hacen un uso más tranquilo o sedentario del espacio público.

Hay quienes piensan que hay demasiados bancos en la ciudad y quienes consideran que siempre escasean. En cualquier caso, los bancos en el espacio público son una butaca de primera fila para el espectáculo ofrecido por nuestras urbes. Nuestra recomendación para todos es sentarse y sentirse urbanos, dejándose imbuir, aunque sea brevemente, por el ambiente que nos envuelve. Es una buena forma de tomarle el pulso a la ciudad (y a nuestra propia vida).

José Antonio Blasco, Carlos Martínez-Arrarás y Carlos Lahoz son arquitectos y urbanistas. Su faceta profesional, dedicada a la transformación creativa de las ciudades y los territorios, se ve complementada con su dedicación a la docencia universitaria. Desde su blog urban networks realizan una labor divulgativa sobre el mundo de las ciudades y la reflexión urbanística.

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