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Entre la niebla púrpura

Si Prince quería honrarte con su presencia, todo era encanto. Por el contrario, podía mostrarse como la peor ‘prima dona’ si detectaba motivos comerciales

Diego A. Manrique
Prince, en agosto de 1998 en una actuación en París. 
Prince, en agosto de 1998 en una actuación en París. BERTRAND GUAY

La pregunta resultaba por lo menos insólita. El hombre de la discográfica Warner quería saber cuánto medía exactamente el periodista. La explicación: existía una remota posibilidad de que Prince aceptara una entrevista pero sus representantes habían avisado que no querían juntarle con reporteros demasiado altos.

Había otras condiciones: la conversación no podía grabarse y el periodista debía aceptar ser cacheado minuciosamente por los vigilantes del cantante. El plan se diluyó en los días siguientes. Al informador le quedó la duda de si realmente planteaba esos requisitos o si todo era teatro para destacar la excepcionalidad de su figura. En el universo Prince se cultivaba el misterio, la exageración, la mística.

Imagen promocional de Prince.
Imagen promocional de Prince.

En sus casi 40 años de vida pública, Prince concedió pocas entrevistas y, desde luego, nunca se sometió a esas indagaciones a corazón abierto que ansía la prensa. Cuestión de timidez, seguro, pero también de su torpeza a la hora de hacer declaraciones: tendía a los arrebatos contra la industria o el mundo de Internet, que luego exigían rectificaciones.

¿La conclusión? El personaje siempre estuvo rodeado de niebla. Niebla púrpurea, como la canción de Jimi Hendrix y como su color favorito. Abundan los libros sobre Prince pero suelen ser incompletos, basados en confidencias de novias y colaboradores que ya no forman parte del núcleo duro.

Mientras estaban en la pomada, esos satélites tendían a ser muy precavidos. En 1998, el mismo periodista de antes tuvo la oportunidad de conversar con Mayte García, primera esposa del músico. Eran los años en que no se podía pronunciar su nombre, reemplazado tipográficamente por una combinación de símbolos.

Durante la primera parte de la entrevista, Mayte hablaba de “él” o “mi marido”. Hasta que se cansó y, de forma natural, pasó a usar el nombre prohibido. Brotaron las risas por lo ridículo de la situación pero su guardaespaldas, una montaña de aspecto samoano, parecía genuinamente escandalizado. Al día siguiente, se avisó al periodista que no había pasado “la prueba”. ¿Prueba? “Sí, te estaban chequeando para ver si eras fiable y podías entrevistar a Prince. Dicen que no estuviste respetuoso”. Posiblemente, mejor así.

Prince durante una de sus actuaciones.
Prince durante una de sus actuaciones.

Visto de cerca, su séquito daba miedo. En 1993, tras tocar en el Palau Sant Jordi barcelonés, ofreció una de sus famosas jam sessions nocturnas. A las puertas de la sala Estandar se amontonaron los invitados y muchos seguidores insaciables. Se exigió que formaran dos filas, chicos por un lado y chicas por otro: se requería que el público tuviera un mínimo nivel de belleza. Pero todos, guapas y guapos, fueron sometidos al detector de metales. Por lo que se sabe, el nivel de paranoia había crecido en los últimos tiempos. Empeñado en controlar su imagen, Prince prohibía entrar con móviles al after show party; quién era detectado grabando o tomando fotos iba a la calle. Sin contemplaciones, como comprobó algún actor de la serie B de Hollywood.

En general, Prince sabía engatusar a las celebrities, que se esponjaban al tener acceso a su mundo. El tono cambiaba si se trataba de competidores. Chocó con mujeres bravas, como Madonna y Sinèad O’Connor. Y abundan las anécdotas sobre sus desencuentros con Michael Jackson. El creador de Thriller admiraba al chico de Minneapolis: usó el nombre de Prince para bautizar a dos de sus hijos. Y se podría argüir que fue el deseo de superarle lo que aceleró su final: Prince llenó durante 21 noches el O2 londinense y Michael quiso batirle con 50 conciertos. Un disparate: durante los extenuantes ensayos, su cuerpo no pudo aguantar.

El carisma de Prince no funcionaba si enfrente tenía a un escéptico, especialmente si también era agnóstico en cuestiones religiosas. El cineasta Kevin Smith (Clerks) recibió el encargo de rodar un documental sobre sus encuentros con fans en el recinto de Paisley Park. Como tantos proyectos de Prince, aquello nunca se terminó pero Smith narró la experiencia en un desopilante vídeo de media hora que se puede localizar en YouTube.

Si Prince quería honrarte con su presencia, todo era encanto. Por el contrario, podía mostrarse como la peor prima donna si detectaba motivos comerciales. En 1999, visitó España para promocionar Rave un2 the joy fantastic. Le habían preparado una actuación en El Séptimo de Caballeria, programa de TVE que presentaba Miguel Bosé. Pero Bosé encarnaba de forma muy evidente los intereses de Warner, la discográfica que Prince odiaba por encima de todas. Así que racaneó en la grabación —reducida a 40 minutos— y rechazó también ser entrevistado, en cámara, por Pedro Almodóvar. Su prioridad no era hacer amigos.

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