20 fotos
Las imágenes que los fotógrafos llevan más sujetas al recuerdo Las fotografías que los artistas han elegido para la revista de verano de EL PAÍS, seleccionadas a lo largo de su vida Chema Madoz, Fontcuberta, Ouka Leele, Outumuro, Vallhonrat... Retrato de Salvador Dalí, publicado en el diario 'Pueblo' en 1966. Raúl Cancio 'Santa Bárbara' Ouka Leele La soldado Megan McLung fotografía al hijo de uno de los líderes suníes portando una pistola. La imagen fue tomada el 6 de diciembre de 2006 en Ramadi (Irak). Álvaro Ybarra Zavala (Getty Images) 'Autorretrato de Alberto García-Álix' Alberto García-Álix 'Una nube que fue árbol' Chema Madoz La imagen se realizó en Almería en 1989. Jordi Socias Niños de un colegio de Bangkog contemplando un partido de baloncesto. Manuel Outumuro Sutil e inquietante. Esas son las puertas que Javier Vallhonrat quiere tocar con sus fotografías desde que en 2009 empezó su inmersión en el mundo de la naturaleza. Ahora recorre glaciares. Fue aparcando la moda, donde alcanzó cotas increíbles, para entregarse a la alta montaña. En medio de una tormenta de nieve, escalando, se pone de manifiesto el escaso margen de control que poseemos de algunas cosas. La ocasión ideal para perderse en esa experiencia cargada de inquietudes y descubrir como ese espacio te coloca en un punto de máxima vulnerabilidad. Control e incertidumbre. La montaña le sirve para observar y capar lo extremo, para construir un trabajo que reflexiona sobre la imagen y nuestro lenguaje y que no es otra cosa que una metáfora de su recorrido interno. Glaciar de Aneto. Macizo de la Malaleta, Pirineos, fue la primera imagen que tomó a 2.995 metros de altitud en el punto más vulnerable, donde termina. ¿Suerte? A veces falla la luz o se hace tarde antes de llegar y hay que volver frustrado y empezar la ascensión otro día, pero esa vez apareció lo que vemos sobre estas líneas. Se dio de bruces con ese paisaje. “Fue como ver muchas capas del tiempo dialogando, como fotografiar un vestigio de algo”. La lengua de nieve y la paleta de rosas captaron su atención como espectador. Vallhonrat sacó la cámara y disparó. Glaciar de Aneto, tan sugerente como un oleo impresionista, forma parte del proyecto 42 grados norte, que inició en 2010 y que ha ido ampliando con el tiempo. La imagen, enmarcada ahora en el salón de su domicilio, posee una sutileza y un punto lúdico que nos conduce hacia formas más interpretativas: abstracta, narrativa y polar. Vallhonrat ha escalado en 36 ocasiones hasta la cima del glaciar por eso sabe que el entorno también es vulnerable. Ha comprobado personalmente como sufre el cambio climático. Javier Vallhonrat La limpieza que sugiere esta imagen se encuentra lejos de la verdad que oculta. Cuando Isabel Muñoz viajó por primera vez a Phnom Penh, Pol Pot y sus campos de exterminio ya habían desaparecido.
En el país imperaba el toque de queda, las familias habían sido diezmadas y los caminos se encontraban regados de minas. En 1996, las atrocidades de los jemeres rojos ya se conocían pero los responsables del genocidio camboyano todavía no habían sido juzgados. Sin embargo, el tiempo había empezado a cicatrizar algunas heridas. La danza Apsara ya no estaba prohibida. Las bailarinas habían sido exterminadas en su mayoría, pero una nueva generación empezaba a brillar, tras años de sacrificios.
La caída del régimen de los Jemeres Rojos, en 1979, facilitó la apertura de la escuela de Nom Pen y bailarinas, educadas en esa tradición milenaria, como la que torsiona su mano ante la cámara, una joven de apenas 17 años, destacaban en los salones. Tan bella como llena de vida. Así era la primera bailarina cuando posó feliz para la cámara de Isabel Muñoz. Su arrebatadora belleza atrajo la atención de un político que no cejó hasta convertirla en su amante. La vida parecía sonreírle cuando fue asesinada. Nunca se detuvo al culpable. Para la autora de la foto, defensora feroz de los derechos humanos, la imagen vale como un relicario: “Representa a toda la gente que sufre, un canto contra la impunidad y la injusticia”. De entre los miles de negativos, Isabel Muñoz guarda esta imagen enmarcada en el salón de su casa. Isabel Muñoz Fue su primer retrato digital y casi le cuesta la vida. Miguel Trillo celebró su 53 cumpleaños regalándose su primera cámara réflex y un viaje a Panamá que aprovechó para impartir un curso de fotografía para estudiantes, en un barrio degradado en el centro histórico de la capital. El retrato del skater, con su aspecto entre moderno y tradicional, fue realizado en un entorno gris y ruinoso, en una zona de acceso complicado, un fortín colonial en ruinas que los patinadores usaban para andar a sus anchas. Con su gorra de lana y su patín bajo el brazo, el skater forma parte ya y por derecho propio de su galería de personajes anónimos. Trillo, el fotógrafo que mejor ha captado las culturas juveniles y las estéticas musicales, no sospechó que la foto se convertiría en la única que conservaría del viaje a Panamá. Aprovechó la estancia para recorrer los escenarios donde perdió la vida, en 1989, su amigo el fotógrafo Juantxu Rodríguez, asesinado por un disparo de un soldado estadounidense durante la invasión de Panamá para derrocar al dictador Noriega. Pero fue después de finalizar el taller, en el curso de un viaje de placer a Colón, la ciudad donde nació el reggaetton, donde se truncó el viaje. En el coche iban cinco personas y aparcaron sin saberlo en la peor zona de la ciudad. Fotográficamente la cosa salió redonda: mucho color, música y tribus urbanas en la recámara. Pero a Trillo (Jimena de la Frontera, Cádiz 1953) lo habían visto llegar con la mochila al hombro haciendo fotos, así que lo esperaron a que volviera para retirar el coche. Amenazado por cinco pandilleros, acabó en el suelo con una pistola en el pecho. Enseguida lo tuvo claro a la hora de elegir entre la bolsa o la vida. Miguel Trillo Rebuscando en los archivos o simplemente en los registros de la propia memoria, se tiende a elegir precisamente aquello que te separa de la obra cotidiana. José Manuel Navia (Madrid, 1957) lleva años dándole vueltas a una pregunta en apariencia sencilla: “¿Por qué quité la foto de la cometa?”. La instantánea se realizó en la playa de Colliure, de camino al hotel en el curso de un reportaje sobre la vida de Antonio Machado. Quizás el mismo día en que hizo la foto de la lápida en el cementerio de la ciudad donde falleció el poeta. El momento, la hora y la luz transforman la imagen en un regalo para la vista del paseante solitario. Como nosotros ahora. La imagen recoge las últimas luces del atardecer, esa hora entre el rosa y el morado en la que todo tiende a difuminarse, con la playa semivacía.
Alguien oculto en la imagen vuela la cometa que lleva impresa ¡una boa! Casi seguro que, un momento antes de remontar el vuelo, se acercó al suelo. Con los brazos abiertos, tratando de atraparla, un niño, corre tras ella, llenando la escena de candor y melancolía. Navia, que lleva años trabajando en un proyecto sobre los viajes como una metáfora de la vida, contempló la escena con los ojos del niño que fue. Duró un instante, inevitablemente la mente lo llevó al recuerdo de su hijo que entonces debía contar unos ocho años.
El editor de Paris Matchdejó fuera del reportaje esa imagen que quizás le resultaba demasiado tangencial. Pensándolo mejor, el propio Navia encuentra que tampoco tiene mucho que ver con los paisajes de interior que marcan su obra. “Lugares muy distintos que siempre son los mismos”. Sin embargo, ahora se encuentra en esta página porque ha encontrado su lugar y posee toda la coherencia que queramos darle. José Manuel Navia Fue al final de la entrevista, en el momento relajado de la despedida. La reina Sofía salió al jardín y Beethoven, el san bernardo de 20 kilos al que bautizó personalmente con el mismo nombre de la comedia que protagoniza un animal de esta raza, se acercó a ella. Marisa Flórez y Concha García Campoy cruzaron una mirada cómplice. La fotógrafa, acreditada durante años en la Casa Real, no era una desconocida para la Reina y la periodista, una de las caras más populares de la televisión aunque en esta ocasión debutara en EL PAÍS, tampoco. Las tres se sentían cómodas. Habían charlado durante más de una hora sobre sus gustos y vivencias en el ámbito de la cultura y del arte, así que le pidieron que posara con algunos de sus perros de compañía: lhasas, terrieres y schnauzers se unieron al san bernardo. La imagen se publicó en septiembre de 1992 en el suplemento cultural Babelia. “La llegada al domicilio de los Reyes de España se produce a través de un suave paisaje verde en el que hay que sortear los ciervos que esta tarde de sol pululan desconcertados”, escribió la periodista en el arranque de la entrevista. Hace unos días cuando García Campoy falleció, doña Sofía se interesó por esa entrevista antigua, en la que abría una ventana a su intimidad. En ella descubría que le gustaba: la filosofía, la historia, el ensayo, el cine de Pedro Almodóvar, la música clásica, viajar, practicar esquí y natación. Su pasión por los animales queda patente en la imagen, una pasión que ha inculcado a sus hijos. Ella misma supervisa la alimentación y cuidado de sus perros. Han trascurrido 21 años, el perrero se jubiló y los animales descansan en un cementerio improvisado en la Zarzuela. Marisa Flórez Como la pintura, las fotos necesitan reposar. Manolo Laguillo (Madrid, 1953) sostiene que con el tiempo ganan grosor. Como ejemplo, Diagonal-Aragó,una imagen fría y reposada, de la Barcelona de 1978, de la que se desprende la estética de la época. Franco llevaba tres años enterrado y acababan de celebrarse las primeras elecciones democráticas. En esa España de blanco y negro, había muchos edificios así, sobre todo en la periferia. Contrasta lo vigorizante del anuncio que tapa la mediana con la fachada trasera, la que las ordenanzas municipales destinaban a tender la ropa. Pero ya destacan las cualidades que adornan la obra de este maestro del hiperrealismo: la neutralidad y el detalle, la obsesión por crear la ilusión de encontrarse ante la realidad misma. Usó un gran angular porque quería que se vieran escombros que se acumulaban en el suelo, entre la hierba que crece, y el chiringuito de la izquierda. Un trabajo reposado en el que la geometría volumétrica manda. Su autor ejerce ahora como catedrático de Fotografía de la Escuela de Bellas Artes de Barcelona pero entonces acababa de comprarse una cámara de fuelle con el dinero que sacó de los regalos de boda. Daba clases de filosofía en un instituto y tenía claro que no quería pasarse la vida enseñando. Soñaba con el momento de la tarde en que salía a la caza de escenas urbanas, acompañado de su maestro Humberto Rivas, refugiado en España de la dictadura militar argentina. Sabía que su camino se encontraba en las cosas a las que pocos prestan atención. Prefiere captar lo feo y lo desdeñoso, aquello que transmite cierta inquietud y desazón y él sitúa en la periferia. Manolo Laguillo Decía el escritor y letrista Carlos Lencero que el flamenco es por encima de todo una forma de vida. Y en esa desconocida línea se mueve Jorge Ribalta (Barcelona, 1963). Laocoonte salvaje, la serie a la que pertenece esta imagen, intenta documentar el flamenco como un sistema cultural más allá de los iconos artísticos en 200 fotografías.
Para poner al día la geografía del flamenco sin intérpretes, Ribalta necesitó realizar un movimiento brusco de cámara. Como en esta fotografía en la que se funden monumentalidad arquitectónica y sobriedad. Los muros de un antiguo palacio han sido reconvertidos en locales autogestionados y relacionados ahora con la escena más política y antisistema, pero que tiene sus orígenes en toda una corriente del flamenco vinculada al movimiento vecinal y a las peñas que se inició en los años de la Transición democrática.
El título, Patio trasero de los corralones de la calle Castellar, Sevilla, 1 de octubre, 2010, aporta los datos de la toma. Los escasos muebles proceden del contenedor pero dentro de la ¡pobreza! se respira cierta dignidad. La tímida luz que envuelve todo, la vegetación proyectada en las sombras y la gente hablando al fondo, al concluir o iniciar una de las clases, sugieren una situación grata. No hay nada apocalíptico en este discurso sobre la precariedad y las nuevas formas de economía sostenible. Seguro que si afinamos el oído escuchamos un zapateado lejano. Ribalta ha escogido el blanco y negro porque refleja una manera de pensar y fotografiar, pero también porque es daltónico y tiene dificultades para percibir otros colores. Jorge Ribalta Cuando le ofrecieron la posibilidad de documentar las obras de remodelación del Rijksmuseum no lo dudó un instante. José Manuel Ballester (Madrid, 1960) vivió durante siete años la metamorfosis de la obra como una metáfora de la propia vida, en la que todo es relativo y vulnerable. En Ámsterdam, una ciudad que le fascina y al lado de las obras de los grandes pintores holandeses, Ballester volvió a retratarse a sí mismo a través de un escenario y una situación. Esperó la hora del crepúsculo para recorrer las salas vacías en el momento más vulnerable del día. Se encontraba muy cerca de donde ahora se ubica La ronda de noche, en una de las zonas laterales, cuando tuvo un encuentro con ese arco de luz que se refleja en el ventanal. Fijó el trípode, abrió el obturador a una exposición más larga de lo habitual y captó ese pequeño arco que baña el espacio y lo insinúa inerte y desnudo. El museo en este caso sirve como soporte pero nos permite hacer una reflexión sobre lo aleatorio y ponernos trascendentes. Sabemos que el museo custodia la cultura del lugar al que pertenece pero, en ese instante y con esa iluminación, puede tener otra función o reflejar otra realidad. El manto de la noche pone en evidencia algo que está a punto de perderse dejando unas gotas de nostalgia. Nocturno en el Rijksmuseum puede verse como un autorretrato de la forma en que Ballester mira y se posiciona ante un mundo. La obra inédita se muestra ahora solo para nuestros ojos. Del resto del material, el museo se quedó con ocho imágenes: cinco se exhiben en la biblioteca y tres permanecen colgadas en la sala de prensa. José Manuel Ballester La isla aún no había sido descubierta por el turismo. Solo algunos jipis que hoy no llamarían la atención de nadie se bañaban desnudos en sus playas. Ibiza en 1967 conservaba ese toque blanco y negro que, a primera vista, nos remite al neorrealismo italiano. La imagen nació sin título, pero Toni Catany (Llucmayor, Mallorca, 1942) siempre le llama Nin.A estas alturas, la han reproducido y pirateado tantas veces que ya ha perdido la cuenta.
Para este maestro del bodegón, se trata del primer retrato bueno de su carrera. Bastó un disparo para captar la mirada del pequeño, con la camisa inmaculada abotonada hasta el cuello y la cabeza rapada al cero para evitar los piojos y, de paso, fortalecer el pelo para el futuro. La imagen se hizo en San Miguel, cerca de la iglesia del pueblo en el curso de un reportaje para La Vanguardia que firmaría Baltasar Porcel, y no puede ser más estupenda y sencilla. El nin jugaba en la calle vigilado por la abuela y la bisabuela, que pasaba de los 100 años, cuando Catany reclamó su atención. Apenas un instante, y desapareció de su vida.
Ahora la vemos como un documento de una época que en la memoria tenía esos colores. Con el tiempo el personaje cogió una entidad propia y una dimensión que nunca soñó su autor, pero refleja perfectamente su carrera como fotógrafo, en la que ha tocado todos los temas y géneros, obsesionado por el paso del tiempo.
La imagen ha viajado tanto que a Catany le hubiera gustado entregársela en mano al pequeño que mira muy formal al objetivo, pero nunca volvió a cruzarse con él. Alguien le contó que se hizo mayor y fue a estudiar a la Universidad de Barcelona, pero después perdió la pista. Toni Catany Fue leer Bellas y bestias, el ensayo de Carole Jahme sobre la contribución de la mujer al mundo de la primatología en los últimos 40 años, y querer convertirse en una de aquellas heroínas. Amparo Garrido comenzó entonces a realizar expediciones diarias al zoológico de Madrid, armada con su cámara y en busca del animal que nos habita. Necesitó una férrea disciplina, como antes hicieran Jane Goodall y Dian Fossey. Para llevar a cabo su trabajo de campo, pasó tres o cuatro horas por jornada frente a la jaula de Malabo y se dedicó a observarlo y registrar todos sus movimientos. Día tras día y sin ideas preconcebidas, siguiendo sus impulsos con la mirada limpia. En los orígenes llegó incluso a vestirse con la misma ropa con la fantasía de establecer cualquier tipo de contacto y saber algo más sobre la fascinación que ejercen gorilas, chimpancés y orangutanes sobre las mujeres. Aquello duró bastantes meses. Tenía miles de negativos en la recámara cuando llegó “el regalo”. Malabo, en una pose totalmente humanoide, miró al objetivo. A su modo, parece decir ¿te gusta?, ¿te va bien así?, venga dispara. No nos engañemos, el retrato es un trabajo a medias, si el otro no se presta a dar, el fotógrafo no tendrá nada. Ahora, con la distancia, mirando de frente a Malabo se entiende bien a Lewis Hine cuando resumía su profesión con una frase: “Si pudiera contarlo con palabras, no sería necesario cargar con una cámara”. La imagen nos remite a la comunicación no verbal. Un tanto por ciento elevado del lenguaje humano no necesita palabras. La mayor parte del tiempo nos comunicamos instintivamente, haciendo uso de miradas, expresiones faciales o gesticulaciones. Como Malabo. La fotografía fue exhibida en la muestra: De lo que no puedo hablar. Amparo Garrido En el recuerdo de la fotógrafa Sylvia Polakov, sucedió una madrugada a la salida de una discoteca. No conocía a Amparo Muñoz pero acabaron compartiendo taxi. Fue entonces cuando reparó en la mujer que se sentaba a su lado: "¡Que belleza¡ ¡Eres la mujer más guapa que he visto en mi vida¡". Amparo la escuchó con una sonrisa, ya se había acostumbrado a las lisonjas. El piropo quedó en el aire cuando la fotógrafa se bajó del vehículo, en la puerta de su casa. No fue hasta años después, cuando Madrid ya estaba inmersa en los años de desenfreno y libertad que precedieron a la movida, que volvieron a encontrarse, esta vez en un estudio de fotografía. Le prestó el cinturón, que oculta el pecho, y la pulsera de marfil. Hay complementos que resultan tremendamente atractivos en las fotos. Amparo no necesitó nada más, bastó el color de sus ojos ("semiverdes"), el pelo lustroso, la perfección de sus facciones, la piel, la mirada… Todo en ella rezuma sensualidad. Ya poseía todos los títulos: Miss Costa del Sol, Miss España y Miss Universo. Fue una sesión fácil y rápida. Sin necesidad de muchas palabras. Polakov no acostumbra jalear a sus modelos. Sencillamente los coge y los hace posar. No necesita que funcione la química entre iguales, se mueve guiada por el oficio y la intuición. Estos días repasa los miles de negativos que guarda en su casa para enmarcarlos en un libro. La farándula se mezcla con la gauche divine,la noche, la moda, Ibiza o la alta política. No debe resultar sencillo resumir tres décadas de intenso trabajo, pero aún mantiene el requiebro de aquella madrugada. La última vez que se cruzó con ella ya era otra persona. Sylvia Polakov Hay fotos que no envejecen. Las guardas en un cajón y cuando vuelves a mirarlas cobran nueva vida. La imagen que reposa sobre estas palabras se realizó, en 1981 poco después de aprobarse la Ley de Divorcio, pero bien mirada sigue teniendo su punto de actualidad. César Lucas (1941, Cantiveros, Ávila) ya era director de fotografía de Interviú y pasaba muchas horas editando las fotos de los demás pero seguía saliendo a la calle a la caza de noticias. Para ilustrar el malestar que había dejado en la curia episcopal la polémica ley se trasladó a Toledo. Eligió la procesión del Corpus Christi, con el ambiente propio de la celebración y la estética religiosa, para reflejar ese descontento gráficamente. Lucas solía confundirse entre la gente —en todas sus fotos los protagonistas son personas— y desde ese anonimato disparaba sobre su objetivo. La foto elegida no llegó a publicarse, tampoco el reportaje, pero contenía todos los elementos que buscaba: los tres sacerdotes con las casullas doradas, las velas encendidas, el escaparate de la tienda de fondo, donde solo falta un sostén o unas bragas, y los flecos del mantón que acarician el cartel con el rótulo: liquidación por reforma. Vista ahora, la foto da para más de los que realmente es. Llaman la atención dos cosas. Por un lado, que no es tan corriente cruzarse con sacerdotes ataviados con toda la parafernalia fuera de los templos y, por otra, el cartel que lo enmarca todo. Si dejamos de lado por un momento la distancia que nos separa de la fotografía, la escena podría servir para ilustrar la situación actual de la Iglesia Católica, en pleno cambio tras la llegada del papa Francisco. César Lucas El retrato de Rogiero que hizo Pierre Gonnord en Évora. Pierre Gonnord