Los alumnos que leen libros de más de 100 páginas llevan un curso de ventaja: ¿cómo pueden las familias fomentarlo?

Leer obras largas no solo mejora la comprensión de textos lineales por parte de los adolescentes, sino también la que requiere combinar múltiples fuentes, cada vez más habitual en el mundo digital. El papel de los progenitores es clave, según las investigaciones

Un grupo de niñas lee en la biblioteca escolar del colegio público Les Arts, en Valencia, en junio de 2023.MONICA TORRES

Los adolescentes que leen libros de más de 100 páginas llevan una ventaja equivalente aproximadamente a un curso académico en comprensión lectora a quienes no lo hacen, después de descontar el nivel socioeconómico y cultural de su familia, que es lo que más influye en el rendimiento académico de los estudiantes, según datos del Informe PISA, la evaluación internacional que realiza cada tres años la OCDE...

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Los adolescentes que leen libros de más de 100 páginas llevan una ventaja equivalente aproximadamente a un curso académico en comprensión lectora a quienes no lo hacen, después de descontar el nivel socioeconómico y cultural de su familia, que es lo que más influye en el rendimiento académico de los estudiantes, según datos del Informe PISA, la evaluación internacional que realiza cada tres años la OCDE, una organización de la que forman parte principalmente países ricos. Y los chavales que leen argumentos complejos no solo comprenden mejor textos lineales. También se manejan mejor cuando se trata de extraer información combinando fuentes múltiples y en ocasiones contradictorias, como ocurre con frecuencia al navegar por internet.

Los resultados de PISA (para una explicación más detallada, ir al final del texto) no implican causalidad, sino que reflejan que existe una asociación entre dichos elementos, advierte Miyako Ikeda, una de las responsables de la evaluación internacional. “Lo que sí podemos decir es: no olviden la importancia de la lectura tradicional, porque los estudiantes que obtienen una alta puntuación en PISA son aquellos que están leyendo textos más largos. Y al mismo tiempo son los que hacen mejor cosas que son muy importantes en la lectura digital, como distinguir hechos de opiniones y conciliar información de fuentes distintas, como la que puede encontrarse en dos páginas webs. Estas habilidades, que ya eran necesarias antes, se están volviendo cada vez más relevantes”.

Clase de literatura en un instituto público, en 2019. Mònica Torres

La evolución de la comprensión lectora en España no es buena. Según el mismo Informe PISA, el rendimiento del alumnado ha caído 22 puntos entre 2015 y 2022 (frente a un descenso medio de 17 puntos en los países de la OCDE). El Ministerio de Educación ha impulsado por ello un programa para mejorar esta competencia que va a ponerse en marcha este curso. De momento con un presupuesto pequeño, de 30 millones de euros, al no haber podido aprobar los Presupuestos Generales del Estado de 2024. En España, el 50,7% de los chavales de 15 años leen libros de más de 100 páginas, según PISA. Un porcentaje que supera la media de la OCDE (43%), pero que está lejos de los países que encabezan la lista, Finlandia (74,4%), Dinamarca (74,2%) y Reino Unido (71%), que obtienen entre 15 y 20 puntos más en comprensión lectora que España (que logra 474, frente a los 476 de promedio de la OCDE).

El sistema educativo es clave para mejorar las habilidades lectoras de los estudiantes, como también lo es, señalan los expertos, el papel de las familias. Una investigación internacional publicada en 2022, basada en datos de 3.690 gemelos finlandeses de 12 años, llegó a la conclusión de que, a diferencia de lo que muchas veces se piensa, son las habilidades lectoras las que impulsan que los niños y niñas disfruten de la lectura, y no al revés. Es decir, que es saber leer bien lo que permite que los chavales disfruten leyendo mucho más que al contrario. El mismo trabajo reflejó que en torno a un 20% de las habilidades lectoras (así como del disfrute lector) de los chavales se explica por factores ambientales como el hecho de ver a los progenitores leer o disponer de suficientes libros en casa. El porcentaje de adolescentes de 15 años que leen obras de ficción porque quieren hacerlo (no por obligación escolar) se situaba en el 30,3% en 2018, según el Informe PISA, muy poco por encima que la media de la OCDE (29%).

Los especialistas en fomento de la lectura infantil y juvenil también consideran fundamental la actitud de la familia, y, de entrada, aconsejan a padres y madres predicar con el ejemplo, leyendo en casa, y poner al alcance de sus hijos abundantes cuentos, novelas, libros de no ficción de todo tipo (desde cómo es el sistema solar a cómo aprender técnicas en el fútbol) y cómics adaptados a su edad, comprados o de la biblioteca. El maestro Jaume Centelles, que ha publicado varias guías de lectura, considera crucial “negociar” con ellos. Por ejemplo, un cierto tiempo de lectura a cambio de un cierto tiempo de pantallas u otra actividad que los niños o adolescentes deseen hacer. A ser posible, coinciden los expertos, lo ideal es sembrar el hábito y el gusto desde pequeños. Alternándose a leer con ellos en voz alta, un contexto en el que se puede jugar con el tono para dramatizar la historia, detenerse a formular “hipótesis o predicciones” de lo que pasará a continuación, o jugar a identificar signos de puntuación.

Qué hacer en casa

Cuando ya son más mayores y saben leer de forma autónoma, Joan Carles Girbés, editor y autor de un libro y una guía de la Fundació Bofill sobre la materia, ofrece varios consejos para intentar que prenda en ellos la pasión por la lectura. Organizar el tiempo fijando ratos para la lectura; buscar la complicidad de abuelos, primas o hermanos mayores, que empujen en la misma dirección; visitar bibliotecas y librerías; introducir la literatura como un tema de conversación familiar, comentando la entrevista en un periódico con una escritora, por ejemplo, o contándoles de qué trata la novela que se está leyendo y preguntándoles a ellos por el argumento de la que han empezado; y buscar títulos que, a la vista de sus gustos, les puedan enganchar, leyendo reseñas, ojeándolos en las tiendas, y pidiendo ayuda a libreros, bibliotecarios, docentes y compañeros de curso.

Cuando suceda, Girbés aconseja encarecidamente no descalificar los libros que ellos mismos han elegido. “Si queremos que abandonen la lectura, hay una estrategia infalible, que es menospreciar sus gustos”. Algo que no siempre es fácil. Después de años esforzándose para que su hija leyera, y lográndolo, pero a costa de insistir, la valenciana Aitana Giner, de 47 años, vio este verano como su hija Anna, de 13, empezó literalmente a devorar novelas románticas juveniles que le habían recomendado sus amigas. Un género que vive una edad de oro y que a la adolescente le gusta, afirma, “porque son entretenidas y de amor”. De pronto se acababa libros de 350 páginas en apenas tres días. “A mí me preocupaba sobre todo que el mensaje fuera contrario a los valores feministas que siempre hemos querido transmitirle”, dice Giner, que es sanitaria, aunque después de ojearlos no encontró nada alarmante.

A la madre, en cierta forma, también le preocupaba la calidad de las obras, a las que al principio se refería como “novelitas”. Girbés considera esto último un error. “Muchos nos iniciamos en la lectura voluntaria, la escogida por nosotros mismos, con libros que ahora podríamos considerar ‘de poca calidad’. Bestsellers, cómics, los ‘Elige tu propia aventura’… era lo que nos gustaba, lo que nos hacía felices y nos permitía mantener conversaciones sobre libros con nuestros amigos y amigas. Lo que nos hacía sentir bien. ¿Por qué ahora deberíamos negarles el placer de encontrar su propio criterio lector?”, dice, y, con un punto de optimismo, añade: “Si nos interesamos sinceramente por lo que están leyendo, los comprendemos y los acompañamos, nos escucharán con complicidad y podremos contribuir a ampliar su abanico de intereses y lograr, así, que su dieta lectora sea lo más variada posible”.

Las puntuaciones de PISA y el curso de diferencia

El Informe PISA no encuentra diferencias estadísticamente significativas en España entre el alumnado que lee libros de, como mucho, 10 páginas y quienes leen obras de 11 a 100 páginas, una vez descontado el nivel socioeconómico de los estudiantes. Y, en cambio, detecta una gran diferencia de 31 puntos entre quienes leen libros de 10 o menos páginas y quienes leen textos de más de 100. El informe no compara directamente al grupo que lee libros de 11 a 100 páginas con el de que lee textos de más de 100 páginas descontando el nivel socioeconómico (sin hacer dicho filtro, la brecha entre ambos alumnos es de 42 puntos de media en la OCDE y de 41 en España). Según la última estimación de la OCDE, 20 puntos de diferencia equivalen a un curso escolar de distancia. Pero algunos expertos, como José Saturnino Martínez García, consideran, sin embargo, que un curso debería implicar más de 20 puntos.

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