La economía mundial se desinfla: así es la crisis que viene

La inflación ha trastocado todos los planes. Las subidas en los tipos de interés traerán, como mínimo, una notable desaceleración en el ritmo de crecimiento

Jorg Greuel (Getty Images)

El mundo ha vivido en los últimos meses una concatenación de acontecimientos que han cambiado de forma notable el panorama económico. En octubre pasado, durante la presentación de sus perspectivas de otoño, el Fondo Monetario Internacional (FMI) constataba que “la recuperación mundial está en marcha a pesar de los rebrotes de la pandemia”. Entonces, el organismo presidido por Kristalina Georgieva preveí...

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El mundo ha vivido en los últimos meses una concatenación de acontecimientos que han cambiado de forma notable el panorama económico. En octubre pasado, durante la presentación de sus perspectivas de otoño, el Fondo Monetario Internacional (FMI) constataba que “la recuperación mundial está en marcha a pesar de los rebrotes de la pandemia”. Entonces, el organismo presidido por Kristalina Georgieva preveía un crecimiento global del 4,9% en 2022. En enero de este año, sin embargo, su proyección para el PIB mundial se rebajó al 4,4% y en abril se recortó aún más, dejándolo en el 3,6%. “La guerra de Ucrania ha desencadenado una crisis humanitaria que requiere de una solución pacífica. Al mismo tiempo, el daño económico infligido por el conflicto bélico provocará una significativa desaceleración del crecimiento”, reconocía el FMI en su outlook de primavera.

Como si de una de esas composiciones hechas con fichas de dominó se tratara, la decisión de Vladímir Putin de entrar a sangre y fuego en Ucrania ha desestabilizado el resto del tablero económico. La inflación —que ya había despertado a finales de 2021 por los cuellos de botella provocados por el despertar de la demanda tras las restricciones impuestas por la covid-19— se ha desbocado hasta niveles no vistos en cuatro décadas debido sobre todo al brusco repunte de los costes energéticos. Lo que en un principio se veía como una situación transitoria ha echado raíces a medida que el conflicto bélico se estanca y llegan las temidas ondas inflacionistas de segunda ronda.

Papel mojado

Caída la ficha de la inflación, la siguiente pieza en la fila fueron los tipos de interés. El pasado año, los principales bancos centrales dibujaron una hoja de ruta de retirada de estímulos después de dos años con tipos de interés negativos y compras de bonos públicos a mansalva para dar respiración asistida a las economías tras el shock pandémico. Esa estrategia basada en subidas graduales en el precio del dinero —primero en EE UU por estar en una fase del ciclo más avanzada— y acompañada de una paulatina reducción de sus abultados balances, quedó en papel mojado el pasado 24 de febrero cuando Putin apretó el botón rojo de la invasión. Tanto la Reserva Federal como el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo se han visto forzados a dar un giro brusco al timón para acelerar las subidas de tipos con las que intentar sofocar la inflación.

En un mundo adicto a la liquidez desde la Gran Recesión provocada por la crisis financiera de 2008, una política monetaria mucho más restrictiva de lo previsto hace tan solo unos meses es un mazazo para las perspectivas de crecimiento, sobre todo en un momento en el que el gran motor en los últimos años para el PIB mundial, China, se enfrenta a notables desequilibrios en su modelo económico, a los que ahora se añade una arriesgada política de covid cero. De momento, el consenso de los analistas solo habla de que nos enfrentamos a un importante frenazo en el ritmo de crecimiento —las últimas proyecciones de abril del FMI ya han quedado desfasadas—, pero pocos se aventuran a mentar la palabra maldita: recesión (técnicamente, dos trimestres consecutivos de crecimiento negativo). Sin embargo, el material más miedoso que hay, el dinero, no las tiene todas consigo. Las Bolsas, que suelen ser el canario en la mina por su capacidad para anticipar tendencias, acumulan en los últimos dos meses notables caídas.

La guerra de Ucrania ya ha derribado dos fichas (inflación y tipos de interés) y ahora apunta a la siguiente (crecimiento). Cada región tiene sus propias particularidades. En los siguientes textos analizamos las debilidades y fortalezas de las cuatro grandes zonas económicas.

Gaseoducto Nord Stream 2 en Lubmin (Alemania). Michael Sohn
UNIÓN EUROPEA

La zona euro vuelve a caminar en la cuerda floja

LLUÍS PELLICER

La economía europea transita por una estrecha pasarela tratando de mantener el equilibrio ante el embate de dos fuerzas: a un lado, la que imprime una virulenta inflación espoleada por el alza de los precios de la energía. Y al otro, la de una rápida desaceleración de la actividad. Ambas cobran más intensidad a medida que se prolonga la invasión de Ucrania, que vuelve a desdibujar la línea de salida de la crisis provocada por la pandemia y a retrasar la plena recuperación en países como España y Alemania respecto a finales de 2019. Todo indica que el sur de Europa se prepara para brillar este verano con su litoral poblado por carteles de completo tras dos años de restricciones. Sin embargo, la recuperación puede volver a derrapar en cualquiera de las curvas con las que puede toparse en otoño: la escalada del conflicto bélico, los cuellos de botella creados por los confinamientos de Pekín o el endurecimiento de la política monetaria. El fondo europeo de recuperación, dotado con 800.000 millones hasta 2027, se erige como el gran amortiguador en los próximos meses.

La invasión de Ucrania golpeó de inmediato a la actividad económica de la zona euro. Los países de la moneda única arrancaron el año con un avance del 0,3%, según Eurostat. En España, que en la recta final de 2021 venía expandiéndose por encima del 2%, ese paso adelante fue incluso una décima inferior. El último informe del FMI, del pasado mes de abril, preveía un crecimiento del PIB de la zona del 2,8% para este año y del 2,3% para el que viene. Entre las grandes economías del bloque sobresalía España, con una expansión del 4,8% en 2022 y del 3,3% en 2023. Con esos pronósticos en la mano, se haría difícil mentar la temida estanflación. Sin embargo, esos números suponían una rebaja de 1,5 puntos en la previsión de crecimiento de este año y un alza de la inflación media hasta el 5,3%. Y desde entonces, todos los organismos internacionales han seguido esa tónica: han rebajado la proyección de expansión de la zona euro, también de España, a la vez que han ido elevando la inflación.

A la espera de un verano prometedor, multitud de indicadores siguen deteriorándose. Así lo demuestra, por ejemplo, el último índice del gestor de compras (PMI), una encuesta realizada entre responsables de cientos de empresas. “Las encuestas de junio señalan una mayor desaceleración en el sector servicios, mientras que la industria parece estar cayendo. Con los índices de precios extremadamente fuertes, la zona euro parece haber entrado en un periodo de estanflación”, sostiene Jack Allen-Reynolds, economista de Capital Economics. “Todo indica que vamos a tener un buen verano, pero en septiembre puede cambiar. Vamos a una etapa en la que vamos a tener unos precios más elevados y un crecimiento más débil”, afirma María Jesús Valdemoros, profesora de IESE.

El principal riesgo para la recuperación es un cierre total y generalizado del grifo del gas por parte de Vladímir Putin. El BCE estima que eso lastraría el crecimiento económico de la zona euro, de modo que crecería solo un 1,3% en 2022 y se contraería un 1,7% en 2023. Y la inflación se dispararía del 8% este año y del 6,4% el que viene. Esa situación se antojaba inimaginable hace unos meses. Sin embargo, hace solo una semana el Gobierno alemán se vio obligado a elevar su nivel de alerta ante la previsión de no poder llenar los depósitos de gas para otoño. Y ahí está el principal temor de Fráncfort y Bruselas: que Alemania entre en recesión y arrastre al resto de socios. El influyente instituto económico Ifo no prevé que se llegue a ese extremo, pero recuerda que todos los golpes recibidos a raíz de la guerra de Ucrania y los confinamientos en China van a costar a Alemania un 1,5% del PIB. En un año normal, sostiene el organismo, el país habría entrado en recesión.

Ante esa situación, el BCE se ha debatido entre el dilema de subir tipos pese al riesgo de estrangular el crecimiento o bien mantener una política más laxa con la amenaza de que los precios sigan disparados. Ahora por fin se ha decidido a frenar las compras netas de deuda y a subir los intereses: un 0,25% en julio y probablemente un 0,50% en septiembre. Para los halcones, el Eurobanco llega demasiado tarde, máxime cuando el resto de los bancos centrales llevan meses subiendo tipos. Las palomas, con el recuerdo de las subidas a destiempo del expresidente del BCE Jean-Claude Trichet, temen que un incremento apresurado provoque un frenazo económico, en especial si se produce otro golpe exógeno más, ya venga de Moscú o de Pekín. La reacción de los mercados al anuncio de las subidas, que castigó a las primas de riesgo de los países del sur de Europa, resucitó los fantasmas de otra crisis de deuda soberana. Por ahora, el BCE ha logrado saciarlos con el anuncio de un nuevo instrumento dedicado solo a contener las primas de riesgo, pese a las reticencias de La Haya o Berlín.

Alivio fiscal

Ante esas sombras, la UE ha decidido dejar suspendidas otro año más las reglas fiscales, si bien ha impuesto una suerte de corsé para el gasto de los países más endeudados. Los gobiernos han ido lanzando escudos —más o menos potentes— para amortiguar los efectos de la inflación. España lo acaba de hacer. Entre otras medidas, ha desplegado bonos para los trabajadores más vulnerables y descuentos en los abonos de transporte. Sin embargo, los Estados se quedan ya sin munición a la vez que las instituciones internacionales, desde el FMI hasta la Comisión, piden ir rehaciendo los colchones fiscales. En otras palabras: ajustes. El Norte, con Berlín al frente, empieza a apuntar hacia esa dirección para mostrar la vía para evitar que se disparen las primas de riesgo. “Es el momento de ir saliendo de esas políticas. La inflación es elevada y los gobiernos no deberían hacer que siga creciendo a través del gasto”, afirma Clemens Fuest, presidente del Ifo, quien se muestra en contra de mantener activada la cláusula general de escape. “Es una mala decisión”, resume.

Las previsiones señalan que todavía hay multitud de riesgos que empañan el crecimiento. “Los hogares están viendo reducidos sus ingresos. El crecimiento de los salarios reales ha sido negativo durante dos trimestres consecutivos. Y las encuestas de consumidores sugieren que los hogares esperan que sus ingresos reales y su consumo disminuyan aún más durante el próximo año”, afirmó la presidenta del BCE, Christine Lagarde, en el pasado foro de Sintra. Hay una posibilidad de que los nubarrones se disipen, que pasa por el fin de la guerra en Ucrania. Con las sanciones por la guerra de Crimea todavía en vigor, es difícil que la UE levante las actuales represalias a Rusia. Sin embargo, sí frenaría una nueva escalada. En caso de que las hostilidades sigan y la batalla económica entre Bruselas y Moscú persista, cabe ver hasta dónde llegan los precios de la energía, hasta dónde pueden actuar los gobiernos y cuándo se agotará la bolsa de ahorro que permite a los europeos compensar el bocado que les está dando la inflación.

Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal. Kevin Dietsch (AFP)
ESTADOS UNIDOS

Los precios ahogan al país del pleno empleo

MIGUEL JIMÉNEZ

En el restaurante Jaleo de la calle 7, el primero que José Andrés abrió en Washington, las mesas están llenas un día tras otro. Un gran cartel en la puerta promete un bono de 250 dólares a consumir en alguno de los locales del grupo en Washington a quien recomiende un empleado al que contratar. Las ofertas de empleo saltan a la vista por toda la ciudad: en la oficina del banco, en la tienda de ropa, en el supermercado, en el cine… Se calcula que en Estados Unidos hay el doble de vacantes que de parados. El país roza el pleno empleo. Y, sin embargo, la situación económica ha hundido la popularidad del presidente Joe Biden y amenaza con hacerle perder el control del Senado y de la Cámara de Representantes en las elecciones de noviembre. La culpa es de la inflación.

Los precios han subido un 8,6% en el último año, el mayor aumento en cuatro décadas. En la carta de Jaleo, la paella valenciana cuesta 65 dólares, un 8,3% más que hace unos meses. Pero lo que recuerda a diario a los estadounidenses que los precios están disparados son los combustibles. La gasolina se ha encarecido más de un 60% en un año. De media, cuesta unos cinco dólares por galón (3,785 litros) y hay lugares donde ronda los ocho dólares. La inflación, además, se ha enquistado y extendido a cada vez más productos, desde la cesta de la compra hasta los viajes y los hoteles.

El expresidente del Bundesbank Karl Otto Pöhl solía decir que la inflación es como la pasta de dientes: una vez está fuera del tubo, es muy difícil volverla a meter. El de la Reserva Federal, Jerome Powell, se ha comprometido a estabilizar los precios, aunque sea al coste de una recesión. Lo que busca es el llamado aterrizaje suave, controlar la inflación sin que la economía se contraiga y el paro se dispare. No lo tiene fácil, hay quienes temen lo contrario: la estanflación. En su última comparecencia en el Senado, la senadora demócrata Elizabeth Warren le espetó: “¿Sabe qué es peor que una inflación alta y un desempleo bajo? Es una inflación alta y una recesión con millones de personas sin trabajo”.

El propio Powell admite que su margen de maniobra para lograr el aterrizaje suave es reducido. La Reserva Federal, el banco central de Estados Unidos, ya ha acometido tres subidas de tipos, la última de ellas la mayor desde 1994, de 0,75 puntos, hasta el 1,5%-1,75%. En julio vendrá otra subida, a fin de año los tipos estarán entre el 3% y el 3,5%, y el año que viene cerca del 4%, según sus propias proyecciones. La retirada de liquidez frenará la economía.

¿Llevará eso a la recesión? “Ciertamente es una posibilidad. No es lo que buscamos, pero es una posibilidad”, fue la repuesta del propio Powell ante el Senado. El presidente de la Reserva Federal admite que hay muchos factores fuera de su control. Entre la reunión de mayo y la de junio, del comunicado de la Reserva Federal desapareció esta frase: “El comité espera que la inflación vuelva a su objetivo del 2% y que el mercado laboral permanezca fuerte”. Tal vez haya que elegir solo una de las dos cosas.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) rebajó la semana pasada sus previsiones de crecimiento para Estados Unidos, desde el 3,7% hasta el 2,9% este año y desde el 2,3% al 1,7% para el próximo. Espera que en 2024 el crecimiento sea solo del 0,8%. Además, advierte de que hay muchas incertidumbres y riesgos. Su directora gerente, Kristalina Georgieva, señaló en una rueda de prensa telemática: “Somos conscientes de que se está estrechando el camino para evitar una recesión”. Aun así, Georgieva cree que ese camino existe y que incluso si al final la economía entra en recesión, será corta.

Los expertos consideran que la caída de los salarios lastrará el consumo, al igual que el endurecimiento de la política monetaria y la retirada de estímulos fiscales. “La perspectiva más probable es un crecimiento muy débil y una inflación persistentemente alta. Vemos aproximadamente un 40% de posibilidades de recesión el próximo año”, indica Ethan S. Harris, economista global de Bank of America Securities.

Creciente malestar

En sentido parecido se pronuncia David Page, jefe de Análisis Macroeconómico de Axa Investment Managers: “Aunque existe un claro riesgo de recesión, no es nuestra previsión central para los próximos 12 meses”, señala en un informe en el que matiza que eso dependerá de que no haya sustos en el camino y de que el ciclo de subidas de tipos de la Fed termine un poco antes de lo esperado, al llegar al 3,25%.

Haya recesión o no, el malestar económico ya es palpable. Un informe publicado en junio señalaba que un 36% de los que ganan más de 250.000 dólares anuales (el cuádruple del salario mediano) vive al día. Si una parte significativa del 5% más privilegiado vive la inflación con la percepción de que no llega a fin de mes, es fácil imaginar cómo están los demás y lo difícil que lo tiene el partido de Joe Biden en las elecciones de noviembre.

Colas en Londres en la última huelga de transportes.Chris J. Ratcliffe (Bloomberg)
REINO UNIDO

La City barrunta nubarrones

RAFA DE MIGUEL

Boris Johnson siempre se ha manejado bien en la defensa de un solo objetivo. El Brexit fue su momento culminante. El problema llega cuando debe atender diversos frentes, y las respuestas son a la fuerza contradictorias. Después de la advertencia del Banco de Inglaterra (BdI) del pasado mayo de que la economía del Reino Unido entrará en una ligera recesión a finales de 2022, el ala dura del Partido Conservador ha pedido al primer ministro que baje ya los impuestos; los trabajadores del sector público han convocado huelgas durante todo el verano para reclamar una subida salarial compatible con la inflación galopante (9,1% en junio, casi un 11% a finales de año, según el BdI); y tanto Johnson como su ministro de Economía, Rishi Sunak, intentan contener las presiones electoralistas de su partido, para evitar agravar aún más la inflación con bajada de impuestos o subidas desorbitadas de salarios.

“Lo más preocupante consiste en que esta inflación se ha concentrado en lo que podrían llamarse bienes básicos”, ha señalado Andrew Bailey, el gobernador del BdI. “Básicamente, energía y alimentos. Y cuando uno observa la distribución de la población en base a sus ingresos, y el consumo de los hogares en base a la distribución de esos niveles de ingresos, descubre que los hogares con rentas más bajas tienen el mayor consumo de esos bienes “, añadía.

Es decir, un modo técnicamente confuso de indicar que la crisis afecta sobre todo a los más pobres. Por eso lo que tiene entre manos el primer ministro británico es un polvorín. Aunque las previsiones de la autoridad monetaria británica sugieren que podría haber una recuperación modesta a principios de 2023, y se evitará por tanto que haya dos trimestres consecutivos de descenso del PIB (la definición técnica de recesión), el BdI anticipa que el Reino Unido verá reducido su crecimiento el próximo año un 0,25%. Básicamente, será una recesión a fuego lento.

Los precios medios por hogar del gas y de la electricidad, que desde la decisión de la ex primera ministra Theresa May en 2019 tienen un tope anual fijado dos veces al año por la autoridad reguladora (Ofgem), se dispararon en abril casi 800 euros, y llegarán este octubre a más 3.000 euros. El Gobierno decidió ceder a las presiones en mayo y aprobó un impuesto extraordinario sobre los “beneficios caídos del cielo” (windfall tax) de las empresas petroleras y gasísticas. Gran parte de ese gravamen tenía como destino financiar las subvenciones de pago único a millones de hogares, de entre 400 y 1.000 euros, para hacer frente al desorbitado coste de la vida.

El BdI, como otros bancos centrales, ha reaccionado tarde, pero con ímpetu. En lo que va de año ha subido ya hasta el 1% los tipos de interés. Concentrado en combatir la inflación, las tormentas económicas que se avecinan no han sido razón suficiente para que la autoridad monetaria relajara su drástica decisión. “Soy consciente de las duras consecuencias que tendrá esto para mucha gente, particularmente aquellos con rentas más bajas y con pocos ahorros”, admitía Bailey tras anunciar la decisión.

Johnson, que ganó en 2019 con la promesa de culminar la tarea del Brexit, pero también con la de redistribuir la riqueza en el país, y nivelar el norte empobrecido y el sur acaudalado, se enfrenta ahora a un problema con cuatro frentes: unos votantes muy irritados con los escándalos de su Gobierno y la subida galopante de los precios; unos diputados desesperados por mantener sus escaños que le reclaman bajadas de impuestos; una inflación de dimensiones inesperadas y unas cuentas públicas exhaustas después de gastar como si no hubiera un mañana durante dos años de pandemia.

“Vamos a recortar los costes del Gobierno, vamos a recortar los costes de las empresas, y los de todas las familias”, prometía Johnson con tono desesperado a los diputados que iban a votar esa misma noche, a principios de junio, una moción de censura interna para decidir el futuro del primer ministro. “Y, sobre todo, dedicaremos todas nuestras energías a reducir el coste mayor para todos los hogares: los impuestos. Deben bajar, y bajarán, porque es el único modo de que la economía vuelva a crecer”, aseguraba Johnson.

“Hay una cadena de acontecimientos muy simple”, explicaba recientemente Tony Danker, el director general de CBI, la principal patronal del Reino Unido. “Cuando la confianza de las empresas es alta, invierten y crecen, y se evita la recesión. Todo lo que pueda hacer este Gobierno para incrementar esa confianza, para demostrar que se toma las cosas en serio, servirá para algo. Pero si vamos a tener un verano de refriega política como el que vimos la semana pasada, la confianza se verá socavada”, advertía Danker. Se refería a la huelga de empleados de ferrocarriles que había paralizado parte del país. El Gobierno tuvo la tentación de exacerbar la rivalidad con los sindicatos, confiando en ganarse a los votantes conservadores. Empresarios, economistas y la oposición laborista dejaron claro a Johnson que el mejor remedio para evitar un mayor declive pasaba porque el Gobierno se arremangara y participara de las negociaciones con los sindicatos, para evitar el “verano del descontento” que muchos han anticipado, y que podría ser el preludio del otoño-invierno de la recesión.

Una mujer pasa un control de coronavirus en Pekín el pasado 28 de junio. THOMAS PETER (REUTERS)
CHINA

Al dragón le crecen los achaques mientras lucha contra la covid

MACARENA VIDAL LIY

La reunión telemática del primer ministro de China, Li Keqiang, con funcionarios el 25 de mayo fue insólita. Por sus dimensiones: cerca de 100.000 funcionarios locales participaron en la videollamada. Pero, sobre todo, por su franqueza. Las dificultades que encara la economía de la segunda potencia mundial son más graves que en lo peor de la pandemia en 2020, cuando se contrajo por primera vez en 30 años, reconocía el jefe de Gobierno.

Una combinación letal de confinamientos en algunas de las principales ciudades del país —incluido el cierre de Shanghái, su corazón financiero, durante todo abril y buena parte de mayo—, la guerra en Ucrania y la crisis del sector inmobiliario dejaba números alarmantes en abril y ha llevado a la mayoría de los analistas a rebajar sus perspectivas de crecimiento para el gigante asiático este año. Pocos, siquiera dentro de los círculos oficiales, creen que se cumplirá el objetivo gubernamental de un alza del PIB en torno al 5,5% para este año. El Banco Mundial calcula un 4,3%. Otras entidades, como la suiza UBS, reducen su vaticinio a un 3%.

La confianza de los consumidores ha sufrido un duro batacazo. En abril, las ventas al por menor caían un 11,1%; en mayo, un 6,7%. Ha descendido incluso el consumo de cosméticos, unos productos que nunca habían dejado de ver crecer sus ventas desde que China entró en la Organización Mundial del Comercio hace 20 años. El desempleo juvenil se encuentra en el 18,4%, el más alto desde que se empezó a calcular de manera oficial en 2018 y por encima de la media de la Unión Europea (un 13,9%) o de Estados Unidos (7,8%). La entrada en el mercado de 10,76 millones de recién graduados universitarios este verano disparará esa cifra. “En estos momentos, lograr la meta oficial de crecimiento es inalcanzable”, apuntaba en una charla reciente Andrew Polk, fundador de la consultora Trivium. Iris Pang, de ING Economics, calcula que la economía china se contraerá en el segundo trimestre en un 1%.

Los confinamientos masivos, junto a las pruebas PCR, la gran herramienta de Pekín en su aplicación de su política de covid cero, son los principales responsables de esta anemia económica, denuncian los expertos. “Lo único predecible sobre China ahora mismo es su impredecibilidad, y eso es veneno para el clima empresarial”, sostenía la vicepresidenta de la Cámara de Comercio Europea en China, Bettina Schoen-Behanzin, en la presentación del informe anual de su institución sobre la confianza de las empresas europeas en el país asiático. Un 60% de las compañías incluidas en el informe aseguraron que hacer negocios en el gigante asiático se ha hecho más difícil, y un 49% cita la covid entre los tres factores principales.

Aunque una contracción en un trimestre no implica una recesión. Y la charla —más bien la arenga— de Li el mes pasado tenía como objetivo evitar siquiera esa reducción, en un año en el que las autoridades desean estabilidad por encima de todo: en otoño se celebrará la gran reunión quinquenal del Partido Comunista, en la que el presidente Xi Jinping quedará nombrado para un nuevo mandato y se renovarán el resto de cargos de gobierno, incluido el del propio Li Keqiang. El llamamiento del primer ministro a “estabilizar” la situación, según Polk, tiene un significado implícito: que es imperativo conseguir que la etapa abril-junio se cierre con crecimiento, aunque sea por la mínima. La firma de inversión Nomura espera un 0,3% para este segundo trimestre.

Medidas modestas

Hasta el momento, Pekín ha introducido unas medidas de estímulo relativamente modestas, que incluyen desgravaciones fiscales para pequeñas y medianas empresas o un aumento del gasto en infraestructuras, entre otras medidas.

Los datos más recientes comienzan a mostrar brotes verdes. La producción industrial de mayo creció un 0,7%, tras una contracción en abril del 3%. La inversión en activos fijos mejoró un 6,2% interanual. Pero, según recuerdan los analistas de Nomura, aunque las reaperturas de las ciudades tras los confinamientos “han elevado el optimismo a corto plazo, no lo vemos como un cambio de tendencia, dado que la política de covid cero continuará hasta comienzos de 2023″.

Entre los riesgos en los próximos meses figuran la posibilidad de nuevos confinamientos para atajar brotes de covid, una corrección drástica en el debilitado mercado inmobiliario o problemas relacionados con la deuda oculta de los gobiernos locales, apunta Nomura.

Pero, aunque por debajo de las previsiones originales, y lejos de repetir el papel de motor que jugó en la crisis financiera de 2008, la economía china continuará creciendo. “China no va a entrar en recesión”, zanja Alicia García-Herrero, economista jefe para Asia del banco de inversión Natixis. Tampoco “va a ser fuente de recesión global, pero sí de desaceleración, a la que contribuye en la medida en la que no crece tanto como su potencial”. Pero, matiza Herrero, aunque su propia inflación es reducida debido a la anémica demanda y su índice de precios al consumo solo crecía un 2,1% interanual en mayo, “sí exporta inflación al resto del mundo”.

El Gobierno de Pekín ha impuesto restricciones a la venta al exterior de rubros como los fertilizantes o algunos productos del acero, que han disparado sus precios fuera de sus fronteras. “Eso es una fuente adicional de tensiones, dado que China exporta un tercio de los bienes intermedios del mundo, pues genera más inflación en países donde sí es un problema grave”, advierte la economista de Natixis.

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