Llorente le quita el sueño al Mirandés
Dos goles del delantero ponen al Athletic a un paso de la final
La banda sonora está asegurada en Anduva. No es la orquesta y los coros de Moscú, pero la potencia y la duración del concierto está garantizada por su indesmayable hinchada. De lo contrario, la megafonía podría haber tirado del pop setentero español, de Los Módulos, con la bonita canción Todo tiene su fin. Hasta el sueño del Mirandés tenía un punto final, un sobresalto que siempre acaba por tirarte de la cama y decirte que es tiempo de ir a currar. El despertador, con su pertinaz ring-ring, fue Llorente, cuya voracidad no tiene límites. Anotó dos goles con un intervalo de nueve minutos. Lleva cinco seguidos el delantero en los dos últimos partidos sin importarle demasiado quien sea el destinatario de sus alaridos. Su despertador fue demoledor, aunque quien le dio cuerda fue De Marcos con ese correr insultante que parece convertirle en el único hombre que corre sin esfuerzo, como por puro placer, como si el estado natural fuera ese y el antinatural estar parado. Así se gestionó la jugada previa al primer gol, cuando dobló a su marcador con tanta autoridad que le dio tiempo a balancearse en la línea de fondo y bombear el balón a Llorente casi calculándole el lado del flequillo con el que debía rematar
MIRANDÉS 1 - ATHLETIC 2
Mirandés. Nauzet; Garmendia, Caneda, Corral, R. García; Garro (Lambarri, m. 53), Martins; Mujika, Muneta (J. Ángel, m. 70), Infante; y Alain (Borrell, m. 62). No utilizados: Murcia; y Blanco.
Athletic: Iraizoz; Iraola, J. Martínez, Amorebieta, Aurtenetxe; A. Herrera, Iturraspe, De Marcos; Susaeta (D. López, m. 76), Llorente y Muniain (Í. Pérez, m. 84). No utilizados: Raúl; San José y Toquero.
Goles: 0-1. M. 17. Llorente. 0-2. M. 26. Llorente. 1-2. M. 90. Lambarri.
Árbitro: Estrada Fernández. Amonestó a R. García, Corral, Mujika, Iturraspe, J. Martínez y D. López.
Partido de ida de las semifinales de la Copa del Rey. Unos 8.000 espectadores (lleno) en el estadio municipal de Anduva.
El equipo bilbaíno estaba avisado por el tamaño de las víctimas anteriores
El ritmo que imprimió sobrepasó a su rival, que, aun así, supo reaccionar al final
Anduva no enmudeció porque no tiene esa costumbre. Pero el Mirandés, sí. Fue como si adivinase una pesadilla y entendiese de sopetón que el Athletic venía avisado por el tamaño de las víctimas anteriores y la cercanía de una final que, sabido es, en Bilbao se vive con un frenesí histórico. La presión era asfixiante y la velocidad de las jugadas excesiva para un equipo de Segunda B. En la primera mitad solo llegó el Mirandés un par de veces al área, pero no disparó ni una vez. No era miedo. Era inadaptación a un ritmo que le sobrepasaba. Era tal vértigo del Athletic que el que se mareó fue el Mirandés. Sobre todo, cuando poco antes de la media hora Llorente se fabricó como Juan Palomo un baile por el borde del área hasta encontrar un huequito entre las piernas de los defensores para poner el balón mansamente en la red.
En un rato, el Mirandés cerró los ojos, se amodorró e interiorizó que la vida es sueño y los sueños... sueños son. Infante, su baluarte, su señuelo, su emblema, se agarraba a la cal de la banda con una presencia más testimonial que eficaz, como si quisiera invitar a Iraola a dejarle libre por falta de actividad. Debió ser Pouso, su entrenador, quien en el descanso les arengó no tanto para voltear un marcador imposible como para que disfrutaran de una oportunidad que quizás jamás se repita. Porque fue tras el descanso un Mirandés que se parecía más a su animosa hinchada. Un Mirandés alegre, desinhibido, creativo, que dio señales de vida como si, por fin, se hubiera quitado las legañas. Con tres puntas y los centrocampistas entregados a la causa del ataque, el Athletic reculó. Se acomodó y, por momentos, dio síntomas de padecer el síndrome del Espanyol, que con la misma actitud probó el veneno del equipo rojinegro hasta caer golpeado. No resistía Iturraspe, no creaba Herrera y no participaba un desangeladísimo Muniain, en pleno bajón de juego los últimos partidos. Demasiadas piezas chirriantes para insistir en el área rival con alguna posibilidad de percusión.
"¡Sí se puede!", gritaba Anduva, versionando a Obama, en cuanto el Mirandés dio dos pasos adelante y la grada tuvo tiempo de compartir sus chillidos contra el árbitro con el ánimo a su equipo. Juega así el Mirandés, mejor en las segundas que en las primeras partes, como si el campo estuviera cuesta abajo y lo eligiera con esa finalidad el equipo del Ebro. Pero tuvo aire de monólogo esa segunda mitad, como si el Athletic tuviera la tentación de sestear y el Mirandés comenzara entonces su auténtica jornada laboral. Cuestión de practicismo rojiblanco, cuestión de orgullo rojinegro.
La final parecía un asunto resuelto para el equipo de Bielsa, que encontró más activo a Herrera en esos momentos de agobio y siempre tuvo a Javi Martínez y Amorebieta como referentes defensivos. Suficiente para solventar el reto, aunque el gol rondaba a Iraizoz. Parecía el último instante dulce del Mirandés, el equipo de todos, menos de los que se enfrentan a él, que ayer echó el telón a su teatro de los sueños a falta de disfrutar del epílogo de San Mamés. Y ya se sabe que lo mismo que se echa se levanta. Ya está acostumbrado el Mirandés a las sorpresas. Y, fiel a su estilo, marcó un gol en el descuento. El Athletic, avisado. Se va como vino, pero con dos goles en el talego y la final a la vista. El Mirandés sabe que, pase lo que pase en la Catedral, ha hecho historia. Su feligresía es inmensa, como su fe.
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