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Reportaje:

Manchas de 200 años sobre el mejor Barroco

Las obras en la Catedral de Lugo destapan un valioso mural del siglo XVIII cubierto de humo y suciedad

En Lugo nadie había visto en las últimas décadas la rica alegoría con la que el maestro astorgano José de Terán quiso representar la Gloria en la bóveda y la parte superior de los muros de la capilla mayor de la catedral; hasta hace pocas semanas la cubrían gruesas capas de humedad y manchas de humo acumuladas durante más de dos siglos. La restauración del templo, financiada con 1,5 millones de euros por el Ministerio de Fomento -con fondos del 1% cultural- y la diócesis de Lugo- ha dejado limpia la piedra de la fachada y, a la vez, ha destapado un gran mural barroco, pintado por Terán entre 1776 y 1778.

"Es el mejor conjunto de este tipo que tenemos en Galicia, y está en muy buen estado. A mí mismo me sorprendió que se haya conservado tan bien", cuenta César Carnero, el responsable de patrimonio de la diócesis lucense, empeñado no solo en que el templo recupere el esplendor de otros tiempos sino también en divulgar los sorprendentes hallazgos que van dejando las obras. Carnero, también restaurador, cuenta con orgullo que las escasas referencias bibliográficas que existen sobre estas pinturas -Manuel Murguía las describió con muy poco entusiasmo- han pecado de pesimismo en el diagnóstico sobre su estado de conservación.

El templo sufrió graves daños tras el terremoto de Lisboa de 1755
La última gran restauración corrió a cargo de Pons-Sorolla en los años sesenta

Carnero muestra los óleos de la Capilla Mayor -esa fue la técnica usada en el siglo XVIII por Terán, y no el fresco, como se creía hasta ahora- a pocos días de la retirada completa de los andamios colocados desde junio. Desde el jueves, la nave central está libre y desde el suelo, a casi 20 metros de altura, se distingue mejor que nunca el mural, una composición presidida por la Trinidad y densamente poblada por ángeles con partituras, santos, reyes y nobles mecenas, o alegorías sobre la Iglesia, la Eucaristía o las virtudes teologales. "Se nota que aquí Terán se sintió muy libre, se ve en la pincelada. Tiene algo parecido en la catedral de Mondoñedo, aunque esa es una obra más sencilla, con una decoración más fría", señala Carnero.

Los murales de Lugo no son ni siquiera comparables con los de la Catedral de Santiago, sostiene el restaurador, porque en las pinturas del templo del Apóstol pesa más la función ornamental. "En este caso, tenemos una pintura típicamente barroca que intenta superar la bóveda de piedra y mostrar una visión de la Gloria", puntualiza. Cuando la capilla mayor sea inaugurada oficialmente el próximo marzo, devotos y turistas recuperarán la vista que debieron de tener los feligreses del siglo XVIII, en una catedral gravemente herida por el terremoto que asoló Lisboa en 1755. El seísmo sacudió el templo con tal fuerza que obligó a reemplazar la parte superior de la nave gótica. La ambiciosa obra fue encargada al arquitecto francés Lemaur, padre también del Pazo de Raxoi de Santiago. En ese mismo momento entró en escena José de Terán, a quien se le encomendó la misión de pintar la nueva bóveda. Vistos los resultados, Carnero entiende que el encargo fue más allá del simple ornamento agradable. "Era un trabajo importante", concluye.

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En los últimos años, el templo pedía a gritos un poco de atención. No entraba la lluvia, un problema resuelto después porque tras la Guerra Civil, durante la última gran restauración encabezada por Francisco Pons-Sorolla en los años sesenta y setenta. El arquitecto compostelano sustituyó las antiguas cubiertas de madera y pizarra por un techo blindado de hormigón que cortó el paso del agua procedente del exterior. Pero a la larga, la solución del arquitecto resultó ser más bien un problema. "Uso la que era la técnica más moderna en aquel momento, pero Pons-Sorolla no tuvo en cuenta las filtraciones interiores. El techo no dejaba que las paredes transpirasen y además, cuando se instaló la calefacción, los problemas aumentaron", prosigue Carnero. Aquel error explica por qué la policromía del mural ha desaparecido en las juntas de los bloques, sustituida por las líneas negras que fue dibujando la humedad. La empresa lucense Resconsa, adjudicataria de la restauración de la capilla, corrigió el defecto de la cubierta mediante un tablero construido a partir de salpicaderos reciclados de coches, una solución también novedosa que mantendrá a salvo las pinturas "durante muchos años".

Aunque el conjunto de Terán es la gran sorpresa de la restauración, las obras en la catedral lucense fijaron otros objetivos no menos urgentes, como el cierre de fisuras, la limpieza de sillerías y del baldaquino del altar mayor- en el que se expone de forma permanente el santísimo sacramento, un privilegio que no tiene la catedral de Santiago - y el adecentamiento de la fachada y de las torres del templo, sometidas a una intervención parcial hace 16 años. La restauración también alcanzó al crucero, coronado por figuras de los cuatro evangelistas. La obra, de un valor artístico mucho menor que la de Terán, es del compostelano Plácido Fernández Arosa y data del siglo XIX. Por ahora solo queda sin restaurar la Torre Vieja, de estilo gótico, aunque César Carnero mantiene la esperanza de acometerla pronto, porque a pesar de la crisis económica, dice confiar en "la buena voluntad" de la diócesis de Lugo y del Ministerio de Fomento para dejar el templo completamente restaurado. Es el paso previo al plan de divulgación del patrimonio catedralicio que pretende diseñar el obispado, un programa que incluiría visitas a las cubiertas del templo -muy concurridas en Compostela- y la creación de un museo en el claustro renacentista obra de Fernando de Casas Novoa.

Un 'privilegio' poco explotado

"Esto no es Santiago de Compostela, ni en el tipo de sede, ni en su filosofía. Allí sí que saben sacarle rendimiento a su patrimonio". La historiadora Carolina Casal es la comisaria, junto a César Carnero, de Hoc Hic Mysterium... O esplendor da Presenza, una muestra inédita en una catedral que no ha sido muy prolífica en la exposición de sus tesoros.

No porque no los tenga. La custodia del siglo XVIII, donada por el que fuera obispo de Lugo entre 1762 y 1768, Juan Sáenz de Buruaga, es obra de uno de los mejores orfebres neoclasicistas madrileños,Timoteo Vargas Machuca. Desde 1860, el devoto la observa desde el altar mayor, la ubicación decidida por el obispado al recuperarla después de un robo.

La figura femenina que sostiene el cáliz tiene los brazos repletos de sortijas con piedras preciosas, fruto de generosas donaciones de devotos.

Las joyas destinadas a la exposición del Sagrado Sacramento tienen un papel fundamental en la historia del templo. No está claro cuándo ni por qué la catedral adquirió el privilegio de mostrarlo día y noche, pero Carolina Casal, que investiga la presencia de símbolos del Sacramento en la bandera del Reino de Galicia, sugiere que el vínculo entre la ciudad y la exaltación de la eucaristía podría ser muy antiguo e incluso estar relacionado con la pervivencia de creencias "paganas", como el priscilianismo, en las montañas del interior.

Además de la custodia, Hoc Hic Mysterium muestra al público un crucifijo reliquia con un Cristo desnudo, muy del gusto renacentista de humanizar las imágenes religiosas. Procede de la parroquia monfortina de Santa María da Régoa y sustituye a un crucificado de marfil anterior, desaparecido durante la invasión francesa. Otras piezas expuestas son el cáliz donado por el obispo Vaamonde -uno de los pocos que quedan en Galicia de estilo gótico- y un ara negra de obsidiana enmarcada con símbolos de las civilizaciones precolombinas.

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