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Reportaje:

Del fondo del Atlántico al museo

Una muestra recoge 213 especies marinas capturadas en expediciones científicas

Enfrascados en alcohol de 70º, colocados en hileras superpuestas de botes transparentes, un total de 213 especies de peces e invertebrados de la profundidades del Atlántico reciben al visitante del Museo del Mar de Vigo desde una pequeña sala de la entrada. Muchos de estos seres parecen sacados de la pluma fantasiosa y un tanto retorcida de un creador de ciencia-ficción, pero no, han sido capturados a cientos de metros de profundidad en diversas campañas científicas realizadas en Hatton Bank, al oeste de la Islas Británicas, y en el Flemish Cap, contiguo al canadiense Gran Banco de Terranova, pero ya en aguas internacionales.

En la muestra, que pasa a formar parte de la colección permanente del centro, se pueden ver criaturas como el pez víbora, de unos 10 centímetros y con una mandíbula y unos dientes capaces de engullir a una presa incluso mayor que él. Y es que, a más del mil metros, donde no penetran los rayos solares, la comida escasea para los depredadores. Se pueden pasar semanas sin cazar nada, por lo que necesitan amplias reservas de nutrientes, según explica Fran Saborido-Rey, del Instituto de Investigaciones Marinas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) que participa en las expediciones de Flemish Cap.

Invertebrados y peces proceden de caladeros explotados por gallegos
El diminuto pez víbora engulle presas grandes y hay corales de cientos de años

Esta especie, como otras, produce su propia luz, tanto para atraer a sus congéneres con fines reproductivos como, por su carácter difuso e intermitente, para confundir a posibles enemigos. Otra variante en el uso de la bioluminiscencia la aporta el Cryptopsaras couesii, de la familia del rape, que genera luz en el extremo superior del ilicio -una suerte de antena usada a modo de anzuelo- para llamar la atención de sus presas, que cuando se acercan al destello son atacadas. En esta especie solo cazan las hembras y los machos, se pegan a su piel cuando son adultos y las parasitan durante toda su vida.

También sorprenden los ejemplos de invertebrados, en este caso traídos de Hatton Bank, donde operó el Instituto Español de Oceanografía (IEO), con la presencia del investigador del Centro Oceanográfico de Vigo Pablo Durán. Así, en la exposición se muestran corales de aguas frías, similares a los que generan los famosos arrecifes caribeños y australianos, pero que viven a 1.500 metros de profundidad. Gracias a su forma de abanico, expone Durán, captan los nutrientes que traen las corrientes -la nieve marina, el maná bíblico del océano que cae de las capas superiores- y forman estructuras de cientos de años de antigüedad, aunque las partes vivas constituyan un mínimo porcentaje de toda la arquitectura. Destaca la inquietante belleza de las gorgonias, cuyas múltiples ramificaciones remiten iconográficamente a la cabeza llena de serpientes de la Medusa mitológica

Más allá de la impactante monstruosidad de algunas especies y del extraño valor estético de otras, el muestrario es una mínima consecuencia de importantes investigaciones científicas para el futuro de la pesca en estos dos caladeros, tradicionalmente explotados por la flota gallega. Sobre todo, después de que la ONU dictase en 2006 una resolución en la que obligaba a los países pesqueros en aguas internacionales a implicarse en la protección de los ecosistemas vulnerables, tanto para conservar la biodiversidad marina como para garantizar el futuro del sector. Con ese espíritu nació la exploración de Hatton Bank.

Entre 2005 y 2008, el IEO realizó diversas campañas en la zona -tanto con investigadores a bordo de los arrastreros-congeladores con base en Vigo y Marín que trabajan en el caladero y dos palangraneros de Celeiro, como con barcos científicos-, a partir de las que se decidió vedar a la pesca 16.000 kilómetros cuadrados. Son, precisamente, los más ricos en corales de aguas frías, el pilar maestro del ecosistema. A ellos acuden otras especies tanto en la búsqueda de alimento como de protección o para desovar. "Es como una ciudad", ilustra Fran Saborido-Rey. Una ciudad, eso sí, muy sensible a las artes de fondo, como el arrastre y el palangre, y que, una vez destruida, tardaría siglos en volver a erigirse. La disyuntiva, explica Pablo Durán, es clara: o se investigaba y se protegían las zonas más sensibles o se cerraba todo a la pesca.

Ambos investigadores coinciden en que el sector, frente las reticencias iniciales, ha asumido que estas campañas, y las medidas restrictivas sobre la extracción que conllevan, son vitales para la supervivencia de la pesca. Saborido-Rey lo ejemplifica; en este caladero la pesca del bacalao cayó prácticamente a cero en 1995 y su captura estuvo prohibida hasta el año pasado. Si a principios de los noventa se hubiesen reducido a la mitad las capturas, no hubiese sido necesaria la prohibición total.

Dos niños observan las especies exhibidas  en hileras de botes transparentes, en una imagen cedida por el Museo del Mar de Vigo.
Dos niños observan las especies exhibidas en hileras de botes transparentes, en una imagen cedida por el Museo del Mar de Vigo.

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