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Reportaje:ESPECIAL LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL

Con el abrigo en otra percha

Elisa Silió

En 2010, pocos meses antes de concederle el Nobel, Mario Vargas Llosa confesaba que el género infantil es el más difícil, "porque no es escribir para niños, es escribir como lo haría un niño". Por ello sudó tinta para dar forma a su cuento Fonchito y la Luna, que presentaba ese día, y hace años tiró otro a la basura. De su complejidad hablaba también Miguel Delibes, tan cercano a ellos: "Escribir para niños es un don, como la poesía, que no está al alcance de cualquiera". Nadie duda de que la naturalidad es la clave. "No tenerla no significa ser un mal escritor", precisa Andrés Barba (Madrid, 1975), que va por el tercer libro infantil. "Hay que tener pureza, ausencia de maldad. Por eso Yo mataré monstruos por ti no tiene el sarcasmo de las canciones. Tardé media hora y pensaba: ¡menos mal que no le he dado vueltas durante tres horas! Un adulto lo llena de suciedad", reconoce Santi Balmes, cantante de la banda indie Love of Lesbian, que tiene como insignia en sus letras la ironía.

"Suena a perversión, pero literariamente solo me interesan niños de 8-9 años, cuando al fin leen solos", explica Andrés Barba, autor ya de tres historias

Acercarse a los adolescentes resulta, a priori, más accesible y las editoriales, conscientes de su tirón comercial -son la franja de edad que más lee-, animan a los autores a entrar en este campo. Estos tienen unos recuerdos más fidedignos, comparten gustos con los jóvenes y las estructuras narrativas pueden ser más complejas que las infantiles. Incluso a veces conviven con ellos. "Tengo hijos preadolescentes y supongo que El Bebedor de Lágrimas me acerca a ellos", sostiene Ray Loriga (Madrid, 1967), que se ha sentido distanciado en su estreno: "Escribir género es como si cuelgas tu chaqueta en el perchero de otro". Inma Chacón (Zafra, Badajoz, 1954), finalista del Premio Planeta 2011, se ha adentrado en el género juvenil por y a través de su hija: "Su primer amor, con el que luego estuvo cinco años, se enamoró de ella por Internet pensando que era otra persona. Mi hija está muy orgullosa y me parecía que un Cyrano del siglo XXI merecía un libro. Nick. Una historia de redes sociales y mentiras me ha servido para entenderla y espero que a ella para entenderme. Además, quería que volviese a engancharse a la literatura y lo he conseguido".

Lo importante es que la literatura infantil ayude a salvar la lectura para que no desaparezca. Los lectores puros son el germen y hay que cuidarlos. "A lo mejor es una perversión literaria, pero solo me llaman la atención los niños de 8-9 años, cuando empiezan a leer solos. Son libros determinantes, experiencias intensas", argumenta Barba, que se acercó a la literatura infantil a través de amigos ilustradores. Él no fue aficionado hasta los 19, pero no olvida sus "encuentros en la tercera fase" con Charlie y la fábrica de chocolate (Roald Dahl) y Jim Botón y Lucas el maquinista (Michael Ende). En 2007 debutó con Historias de Nadas, y desde entonces cada dos años saca un título en Siruela.

"El canon infantil de Carroll y Dahl no se ha roto, continúa vigente: una estructura de novela adulta -con argumentos que progresan y personajes ambiguos, ni buenos ni malos- para niños, pero sin sentido pedagógico", piensa Barba. ¿En qué se inspiran los escritores? Como no podía ser de otra manera, sus nebulosos recuerdos de infancia se mezclan con deseos incumplidos o sueños. Lo decía Michael Ende: "Entre el niño que yo solía ser y el adulto que soy no existe abismo alguno".

Así, la idea de Arriba el cielo, abajo el suelo, de Barba -un librito que recuerda en su surrealismo a la película Amanece que no es poco- surgió mientras traducía Alicia en el país de las maravillas: "Carroll se dio cuenta de que inconscientemente había escrito un catálogo de pesadillas infantiles: no ser visto, caer, no volver a casa... Pensé que era bonito darle la vuelta, y que caer sea lo normal y tocar el suelo pesadilla". Balmes también partió de un mal sueño y un verso de Un día en el parque, ilustrado por Lyona. En él Martina teme a unos monstruos que viven cabeza abajo y su padre la calma.

"Hay un tipo de literatura infantil que habla a los niños como si fueran torpes o bobos. Y los niños tienen una lucidez y una lógica que ya quisiéramos los mayores", asegura Arturo Pérez-Reverte, autor de El pequeño hoplita, y director de la colección Mi Primer... en la que ya han colaborado grandes firmas como el citado Vargas Llosa, Eduardo Mendoza y Javier Marías. Así era en sus libros poblados de humor negro Dahl, socarrón, iconoclasta. Esta falta de prejuicios hacia los pequeños tiene que continuarse con los adolescentes. El mercado está plagado de títulos facilones de escasa calidad y caer en ello, pecando de vagancia, es fácil. Loriga, que se ha documentado hojeando superventas como Crepúsculo, ha hecho encaje de bolillos para no repetir estereotipos y frases hechas en su divertida y diabólica novela que formará parte de una trilogía. Una novata desbocada en un campus universitario americano, unos fantasmas que se dedican al trapicheo y un policía con complejo de Edipo que investiga la decapitación de dos jóvenes son los ingredientes de El Bebedor de Lágrimas. "No he sido condescendiente por escribir para un lector menos preparado. Todo lo contrario, lo he escrito como me sonaba más natural". Su referencia ha sido la serie Twin Peaks, de David Lynch. "Quiero jugar con los géneros, que se vayan retorciendo, alejándose cada vez más de la orilla".

No pecar de simple obsesionaba a Chacón, obligada a usar un lenguaje sincopado, abreviado, como el que se utiliza en las redes y los SMS. "Me han ayudado mucho. Por un lado, hay una historia lineal, con pequeños saltos hacia atrás; y por otro, diálogos entre los jóvenes que son siempre muy pobres y repetitivos. Por eso, aunque quería escribir con un vocabulario accesible a ellos, he intentado que cuando habla el narrador no se repitiesen las palabras. Enriquecerlo".

Interactuar en la Red con los nativos digitales es una parte importante de la labor de un autor juvenil, pero resulta muy ajeno a los novelistas, acostumbrados a cruzar opiniones con sus lectores en las ferias y alguna conferencia. Loriga se muestra reacio, a diferencia de Chacón, que se ha implicado al máximo. Volverá al género juvenil, encantada con el feed-back con los lectores: "Las críticas siempre son constructivas. Me han dado muchos consejos en sus páginas y foros: otro final, una protagonista de más edad... Es más, si pudiese, volvería a escribir el libro".

El único de los cuatro que trabaja en una continuación es Loriga, que no puede tardar pues los adolescentes son ávidos y maduran. "El lector de 16 años no es la misma persona cuando tiene 18. Probablemente, ni lea ni le interese lo mismo. Son etapas de desarrollo muy violentas y rápidas. Aunque este no es un libro exclusivamente para adolescentes". Barba pretende seguir sacando un librito cada dos años, mientras Balmes conciliará la música con "una novela marciana para mayores que es lo que la gente espera del cantante de Love of Lesbian". El título Vidas ejemplares de un antiguo niño prodigio ya da qué pensar y para colmo le acompaña un supuesto disco del protagonista, Por qué me comprasteis un walkie-talkie cuando soy hijo único. Lo opuesto a este cuentito inocente y limpio.

En paralelo, otros profesionales se han animado a colgar la chaqueta en ese perchero. El cardiólogo Valentín Fuster (Monstruos supersanos y La pequeña ciencia de la salud) repite; se reedita La conejita Marcela (1980), de Esther Tusquets; Shakira se ha embarcado en Dora la exploradora en la aventura del Día Mundial de la Escuela -no editado en España- impulsada por la cadena Nickelodran y sus fines benéficos. Y, el más esperado, John Grisham, el rey del suspense legal, que convierte en sabueso a un niño de 13 años en Theodore Boone. Joven abogado. Es el mismo y la prensa le recibió con un "puro Grisham".

El Bebedor de Lágrimas. Ray Loriga. Alfaguara. Madrid, 2011. 328 páginas. 16,50 euros. Arriba el cielo, abajo el suelo. Andrés Barba. Ilustraciones de Saavedra. Siruela. Madrid, 2011. 87 páginas. 18,95 euros. Nick: una historia de redes y mentiras. Inma Chacón. La Galera. Barcelona, 2011. 280 páginas. 16,95 euros. Yo mataré monstruos por ti. Santi Balmes. Ilustraciones de Lyona. Principal de los Libros. Barcelona, 2001. 32 páginas. 13,50 euros. Theodore Boone. Joven abogado. John Grisham. Traducción de Fernando Garí Puig. Montena. Barcelona, 2001. 231 páginas. 16,95 euros. La pequeña ciencia de la salud. Valentín Fuster y David Circi. Planeta. Barcelona, 2011. 224 páginas. 18,90 euros. Mi primer Mario Vargas-Llosa. Fonchito y la Luna / Mi primer Arturo Pérez-Reverte. El pequeño hoplita. Alfaguara. Madrid, 2010. 40 páginas. 13,45 euros. La conejita Marcela. Esther Tusquets. Ilustraciones de María Hergueta. Kalandraka. Sevilla, 2011. 48 páginas. 13 euros, Mi primer Delibes. Lunwerg. Barcelona, 2011. 32 páginas. 12,50 euros.

Ilustración de Saavedra para <i>Arriba el cielo, abajo el suelo</i>, de Andrés Barba.
Ilustración de Saavedra para Arriba el cielo, abajo el suelo, de Andrés Barba.

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Sobre la firma

Elisa Silió
Es redactora especializada en educación desde 2013, y en los últimos tiempos se ha centrado en temas universitarios. Antes dedicó su tiempo a la información cultural en Babelia, con foco especial en la literatura infantil.

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