El mundo real en 38 líneas de Word
13.15 Todos los tripulantes de los compartimentos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas". En octubre de 2000 se encontró este mensaje entre los restos de un submarino ruso, el Kursk, cuya tripulación pereció en el fondo del mar tras un accidente ante el que nadie llegó a tiempo de hacer nada. El 3 de noviembre de ese año, Juan José Millás publicaba en la última página de este periódico una columna titulada Escribir que se abría con esas líneas trágicas y continuaba con estas otras, salidas de su propia mano: "Estas palabras, escritas por un oficial del Kursk en un pedazo de papel, tienen la turbadora exactitud que pedimos a un texto literario". En el dorso de la página, la programación de la primera cadena de televisión anunciaba para ese día Corazón de otoño, El precio justo y una entrega de Saber vivir sobre la diferencia entre obesidad y sobrepeso. Resulta imposible no pensar que tanto el haz como el envés de esa tira de papel contienen su particular teoría literaria. La levedad, el sobrepeso.
"La práctica del columnismo acentuó la búsqueda de la economía. Si algo se puede decir en un párrafo no lo debes decir en dos"
"Está bien haber creado una escritura propia y reconocible, porque cuando uno empieza a escribir lo que busca es una lengua propia"
Leído ahora entre las mil páginas de los Articuentos completos, aquel texto submarino de Millás refuerza su carácter de clave de bóveda. Es una columna y, a la vez, las instrucciones para escribir una columna, instrucciones que se parecen mucho a aquella clásica definición de poesía: las mejores palabras en el mejor orden. Las mejores y las estrictamente necesarias, algo que empieza por la necesidad y sigue con una selección rigurosa de los materiales (narrativos). En sus palabras: "Sería absurdo comenzar una novela afirmando de un frutero que es un bípedo. El lector tiene la obligación de saber que los fruteros son bípedos". El papel del marinero ruso contiene, además de un qué, un para qué. ¿Para qué sirve la literatura? Para contarlo, responde el escritor.
Ese texto de noviembre de 2000 es el único que lleva una nota al pie en esta monumental edición de articuentos: para explicar qué significaba hace 11 años la palabra Kursk. También el tiempo escribe por su cuenta. El resto de la selección ha dejado fuera las columnas -y no solo columnas- más pegadas a la actualidad en beneficio de aquellas que mantienen un pie en el periodismo y otro en la literatura. Aunque a veces sea el pie cambiado. "Cualquiera de estas columnas se podría publicar hoy y tendría el mismo valor", explica Millás. Articuentos fue el título con el que Fernando Valls, profesor y crítico literario especializado en la narrativa breve, reunió en 2000 en la editorial Alba (con posterior edición de bolsillo en Punto de Lectura) un conjunto de textos del escritor valenciano que en el periódico se leían como artículos de opinión (por ficticios que pareciesen) y en un libro, como relatos de ficción (por realistas que fueran).
Al frente de aquella antología Valls puso un prólogo que por mucho tiempo podrá leerse como el mapa de carreteras -o de tuberías- del planeta Millás. En él trazaba el hipotético árbol genealógico del escritor y, de paso, del nuevo género: Flaubert, Dostoievski, Henry James, Joyce, Kafka, Juan Rulfo. Además, señalaba cómo textos de naturaleza periodística -"no en balde se ocupan de lo que hoy ocurre en España y en el mundo" (sean España y el mundo lo que sean)- ponían en práctica procedimientos y motivos que a veces están más cerca de los clásicos textos de ficción, de la fábula o del microrrelato, "con sus característicos espejos, dobles, máscaras, fantasmas y transformaciones, la obsesión por el problema de la identidad, el cultivo de la sorpresa final o la postrera aparición del término real. Y siempre con el objetivo de mostrar el revés de la trama, lo verdadero y lo falso".
El mapa sigue siendo válido. También la sugerencia de que la escritura regular en los periódicos -los viernes en EL PAÍS desde el 24 de febrero de 1990, el año en que ganó el Premio Nadal con La soledad era esto- produjo un cambio de "rumbo narrativo" en una trayectoria que se había iniciado en 1975 con Cerbero son las sombras y que el año pasado se prolongó con Lo que sé de los hombrecillos, la decimoquinta novela de su autor, nacido en 1946. El caso es que ese autor no está "muy seguro" del giro: "Porque tampoco lo estoy de que haya una frontera grande entre el texto literario de un libro y el texto literario de un periódico. Es una frontera en gran medida artificial. Lo que sí es cierto es que la práctica del columnismo acentuó algo que ya era una inclinación mía: la búsqueda de la economía. Si algo se puede decir en un párrafo no lo debes decir en dos. He desarrollado unas antenas para detectar las palabras sobrantes. Siempre se puede ajustar un poco más un texto". Para el narrador, además, la funcionalidad en una columna es hermana siamesa de la belleza. Él lo explica comparando, admirado, su trabajo con el de un electricista o un fontanero: si funciona, un circuito es bello; o es bello porque funciona; o porque además funciona.
Millás llamó Cuerpo y prótesis a una de sus recopilaciones de artículos y 'Cuerpo' es en Articuentos completos el título del primero de los apartados en los que el escritor ha clasificado sus columnas. Los otros son 'Mente', 'Lenguaje', 'Sociedad' y 'Cajón de sastre'. Tal vez los periódicos del futuro bauticen así secciones que hoy se llaman Internacional, Economía, Deportes y Política. Por lo pronto, ahí está ese enjambre de situaciones que cualquier lector identificaría como millasianas: un bolsillo del pantalón de un hombre que comunica con el de una mujer, un teléfono móvil que suena en un funeral, un mensaje angustiado dejado en el contestador erróneo o una pregunta metafísica de cuya respuesta dependen tantas cosas: "En un mundo sin publicidad, ¿qué lugar ocuparía el Fairy en nuestros corazones?".
Ya que estamos con la publicidad: "Yo, cuando escribía a bolígrafo -un Bic negro punta fina-, sabía con exactitud qué parte del trabajo correspondía al bolígrafo y qué parte a mi talento. Siempre que pude, reconocí públicamente las virtudes del bolígrafo para no atribuirme más méritos de los que en realidad me correspondían", se lee en el articuento 'Las hormigas'. ¿Hay bolígrafos que escriban como Millás? ¿Es él consciente de que existe un estilo derivado de su nombre? "No te voy a decir que no hay un ligero movimiento de vanidad cuando uno oye eso", responde. "Está bien haber creado una escritura propia y reconocible, porque cuando uno empieza a escribir lo que busca es una lengua propia". No tarda, sin embargo, en sacudirse los adjetivos. ¿Ha pensado Millás huir de Juan José Millás? "Todo el día, claro que sí. Pero, al mismo tiempo, uno incurre una y otra vez en aquello de lo que está harto. Eso es la escritura ¿no?, un intento de escapar de uno mismo". El próximo viernes, un nuevo plan de fuga.
Articuentos completos. Juan José Millás. Seix Barral. Barcelona, 2011. 960 páginas. 27 euros (electrónico: 18,99).
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