El dibujo y el tiempo
Robert Morris es, sin duda, una de las figuras legendarias del arte de vanguardia nutrido de los impulsos derivados del despertar de la cultura crítica en los años sesenta. Es difícil describir lo que por entonces podía significar en Nueva York (Morris venía de Kansas) el influjo de Duchamp, Cage y sus adláteres, Rauschenberg y Johns, Reinhardt... todo ello orientado en una dirección que pronto cristalizó en el llamado "minimalismo". De hecho, el caso de Morris es una demostración de hasta qué punto el minimalismo no era tanto un estilo homogéneo, cuanto una actitud cuya virtud estribaba justamente en su capacidad para conducir a los trabajos más diversos e inclasificables. En este contexto, lo interesante de una exposición centrada en los dibujos de Morris tiene que ver con la relación entre aquellas orientaciones escultóricas tan amigas del concepto y de la fenomenología de la percepción, como enemigas de la experiencia básicamente visual. Lo que a Morris le interesaba era la experiencia inmediata del espacio, incluso como espacio vacío pero habitable entre líneas (pensemos en su texto sobre sus paseos por Nazca), libre de la distancia objetiva determinada por la contemplación por parte del sujeto (o al revés). Y lo que le interesaba también era la posibilidad de anular la diferencia entre el proceso de realización y el resultado artístico. Para lo cual no podía sino confrontar el problema del papel desempeñado por el tiempo -más que el espacio- en las artes visuales.
Robert Morris
El dibujo como pensamiento
IVAM. Guillem de Castro, 118. Valencia
Hasta el 8 de enero de 2012
En cualquier caso, Morris ha realizado incontables dibujos, desde los años cincuenta hasta el presente. La comisaria de la muestra, Barbara Rose, los presenta acertadamente como un espacio que el artista reservaba para la reflexión, pero también para la libertad. No obstante, esto no es algo que se manifestase siempre de igual manera. En las 13 secciones que conforman la exposición encontramos bocetos, proyectos para esculturas minimalistas o para earthworks, productos de frotamientos de objetos o del propio cuerpo, nítidamente elaborados planos de laberintos, junto a homenajes a la Melancolía de Durero, al diluvio de Leonardo, a los fantasmas de Goya o a la Sainte Victoire de Cézanne, y hasta imágenes en donde comparecen maestros como Pollock o personajes de Hopper.
Pero la parte más significativa del trabajo de Morris sobre papel son los dibujos que componen Blindtime (tiempo de ceguera), un conjunto de series de imágenes en negro que Morris ha venido realizando durante años con los ojos vendados, con las yemas de los dedos, siguiendo en cada caso un plan específico, acaso arbitrario, estableciendo un tiempo para llevarlo a cabo y cronometrando el que finalmente necesitaba. De este modo convertía una tarea visual en un proceso táctil, a la vez que transitaba entre el espacio y el tiempo. Morris sabía que "las obras de arte flotan en la superficie de un océano de palabras", y que es sólo en esa superficie donde puede palparse el vacío. Todo es cuestión de tiempo.
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