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Mi verdadera historia

DÍA 14

La separación de mamá y papá, aunque de "mutuo acuerdo", estuvo llena de discrepancias recíprocas. Discutieron mucho por el piso y por otros bienes de cuya existencia yo no había oído hablar (unas tierras, en el campo, donde papá pensaba hacerse una casa para "retirarse a leer"). Pero las peleas más enconadas se dieron a la hora de repartir la biblioteca. Papá defendía que era suya en un 99% y que dividirla a la mitad, como pretendía mi madre, significaba mutilarla. Una biblioteca, según él, era una estructura indivisible, lo mismo que la maquinaria de un reloj, de modo que no estaba dispuesto a transigir en eso. Un día, en una de aquellas peleas, pidió a mamá que eligiera, como "ejercicio retórico", los libros que le gustaría llevarse. Mamá empezó a decir este sí, este no, etcétera, y yo tuve la impresión de que elegía los que él consideraba más suyos. A lo largo de la negociación, mamá llegó a proponer, creo que en serio, dividir todos y cada uno de los volúmenes por la mitad. Las discusiones se producían de noche, cuando creían que yo estaba dormido. Por eso supe que formé parte de uno de los lotes. ¡Está bien!, gritó papá un día, ¡te llevas toda la novela policiaca, pero cargas también con el niño de los cojones!

Las peleas más enconadas se dieron a la hora de repartir la biblioteca
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Mi verdadera historia, por Carlos Cay

Me inquietó formar parte de la novela policiaca, pero al menos papá se quedó con Dostoievski. Así que El idiota y Crimen y castigo se marcharon, pero Mar de fondo y Ese dulce mal se quedaron. La librería quedó llena de huecos que angustiaban a mamá. Mamá leía mucho también, aunque no al modo de papá. Papá leía como si entre el libro y él se produjera un intercambio de fluidos, como si copularan en una suerte de coito tranquilo (creo que el de los caracoles es así), aunque no sabría decir quién penetraba a quién. Quizá si me hubiera leído a mí como a los libros, yo jamás habría dejado caer sobre los coches aquella canica de cristal. Los primeros días después de la marcha de papá, mamá lloraba con frecuencia. Creo que fue entonces cuando dejó de leer para no volver a hacerlo nunca más. Dejaron de entrar libros en casa, lo que para mí, teniendo en cuenta el carácter acusatorio de muchos de sus títulos, fue un alivio. De un día para otro, no sé cómo, los huecos vacíos del mueble adquirieron la condición de libres y mamá comenzó a utilizarlos para iniciar una colección de elefantes con la trompa levantada.

EDUARDO ESTRADA

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