"Comprar leche... y llamar a Andy"
Una muestra neoyorquina eleva a objeto de museo la fijación por las listas
En el siglo XXI la intimidad, la complejidad y la banalidad de nuestras vidas se esconde tras una contraseña digital, viaja a través del ciberespacio y deja rastros cincelados sobre Google. Pero antaño el mundo estaba poblado por papeles sobre los que solíamos escribir direcciones, tareas pendientes, objetivos vitales, listas de invitados o imprescindibles con los que llenar la nevera. Y los artistas, como todo mortal, también elaboraban listas propias. A ellas les dedica la Morgan Library de Nueva York una curiosa muestra titulada Listas: cosas que hacer, inventarios ilustrados, pensamientos y otras enumeraciones de artistas. Abierta hasta el 3 de octubre, los fondos pertenecen a los archivos de arte estadounidense del museo Smithsonian. La exposición permite asomarse de forma extraordinaria a la mente de algunos de los creadores y escritores del pasado siglo. Por otro, delata la fascinación a veces excesiva de nuestra cultura por los rastros dejados por creadores célebres.
¿Por qué habría de interesarnos que el pintor Franz Kline apuntara en un papel amarillo "huevos, bacón, leche, naranjas, pan", o que un 31 de diciembre de 1960 se gastara 274 dólares (una cantidad salvaje para la época) en comprar cerveza, güisqui escocés y vino francés? "Las listas ofrecen contextos biográficos y revelan detalles sobre los gustos y opiniones personales", afirma William Griswold, director de la Morgan Library. Se sabe que aquella Nochevieja Kline la pasó con otros pintores de la llamada Escuela de Nueva York, como su íntimo amigo Willem De Kooning. Y en cierto modo la factura ayuda a corroborar el mito de que aquella fue una generación de bebedores irredentos.
Más allá de la pura anécdota personal también hay listas con peso histórico. Tiene su encanto ver cómo llegaron hasta Nueva York los primeros artistas europeos que escandalizaron con su modernidad vanguardista al público estadounidense que asistió al Armory Show de 1913. La culpa fue de Picasso, quien esbozó rápidamente a lápiz sobre un trozo de papel hoy enmarcado en la pared una serie de nombres: Juan Gris, Fernand Léger, Marcel Duchamp... Entonces eran apenas conocidos. Hoy la historia del arte no se concibe sin ellos. La recomendación de Picasso para que Walt Kunh, uno de los organizadores, los invitara a la exposición, catapultó sus carreras.
Entre las 80 listas figuran las de Vito Acconci, Calder, Adolf Konrad o el arquitecto Eero Saarinen, que enumera las virtudes de su enamorada. Leo Castelli, galerista que desde la calle 77 apostó por los creadores que comenzaban a despegar a finales de los años cincuenta, escribía en su agenda: "Comprar espuma de afeitar, llamar a Jasper, hablar con Andy". Jasper... Johns, Andy... Warhol.
De Ad Reinhardt hay una lista de palabras no deseadas para describir qué es arte: "Terapia, necesidad de autoexpresión, registro, información...". A su lado, otra con palabras "más adecuadas" a ese propósito: "Conciencia, libertad, visión...". También brilla significativamente una lista de peticiones elaborada en 1969 por un sindicato de artistas donde se le exigía al director del MoMA que organizara exposiciones de pintores sin galería y permitiera el acceso gratis al museo dos días por semana. Eran otros tiempos, y algo utópicos: esta semana el MoMA ha anunciado que en septiembre subirá el precio de su entrada a 25 dólares.
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