Con príncipes y princesas
5.000 personas llenan el Coliseum coruñés en el Epitaph Tour de Judas Priest
Solidaria en la cornucopia, una mancha de camisetas negras, entre estudiantes, parados, autónomos y otros miembros de la clase trabajadora, niños incluidos, además de defensores del espectáculo en formato grande. En lo político, pagaron los 65 euros en taquilla del Epitaph Tour, con las consumiciones a precio de discoteca, desde jóvenes metaleros con traza de venir de Viveiro -el Resurrection Fest terminó esta madrugada- a nostálgicos de la UPG de los 80.
Todo sucedió sin abandonos en el semicírculo taurino del Coliseum coruñés. Más de 5.000 personas secundaron el pasado viernes la propuesta de Judas Priest, banda fundacional del metal británico desde que unos jóvenes hippies, amantes de Cream y Led Zeppelin, escucharon el primer punk y decidieron llamarlo así. Saxon, Motörhead y Judas en la despedida de los estadios de los de Rob Halford, el hombre que podía convertir los graves en agudos. Al cabo de una hora, con Saxon despachando Princess of the night y un Wheels of steel de cosmético sabor Live Aid, en diálogo con el público, ya se supo que la receta -"un derroche de metal", anunciaron-, no podía salir mal.
La receta, "un derroche de metal", no podía salir mal
A los de Biff Byford, con sus botas de punta plateada y su melena blanca de túnel de lavado, los sustituyó Motörhead, iconos del rock duro de izquierdas. Adoptados contemporáneamente por la parroquia indie, falta de pensamiento fuerte, la banda de Lemmy Kilmister podría hacer versiones de New York Dolls dentro de 10 años y seguiría atrayendo público. Se parecen tanto a Saxon como a Scorpions, pero el segundero patentado por el batería, hoy retirado, Philty Animal Taylor -un doble bombo que percute como si fueran beats- los mantiene dentro del mapa heavy con los desarrollos rítmicos del rock and roll. Pensando quizá en el concierto de ayer en Leganés, tocaron 65 minutos justos. Stay clean, Over the top, el consabido Aces of spades y Overkill para despedir. Kilmister, que sigue cantando como quien expectora, se dejó media docena de éxitos habituales de un cancionero nada retórico, sin Valhalla que valga, lleno de historias subproletarias y elogio de los placeres tanáticos.
No es exactamente la propuesta de Judas Priest, en cuyo cierre, sin embargo, no hubo deserciones. Sacaron las bombas, el fuego y la moto (en Freewheel burning), como habían prometido. Una coreografía mucho más barroca que las que se montaron este fin de semana en Viveiro, pero sin engañar a nadie. Los aficionados al speed-metal, de una época posterior a las tribus urbanas homogéneas, se divirtieron con respeto hasta Living after midnight.
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