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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El infierno circular de Beckett

Marcos Ordóñez

La otra noche me pasó algo muy extraño con Esperando a Godot: la vi como nunca la había visto. Cuando acabó la primera parte pensé: "¿Por qué no aplauden?". Creí que era el final de la obra. Había olvidado por completo el segundo acto, lo había borrado de mi cabeza. Y tampoco hacía tantos años desde el último montaje. ¿Empezaba la vejez, la desmemoria, el deterioro mental? De momento no parece, así que busqué otras explicaciones. Encontré dos, interrelacionadas. A) Se me borró por su fuerza onírica, como se nos borra un mal sueño, del que sólo quedan esquirlas. La segunda parte tiene algo de pesadilla desvelada, de mal sueño de la primera, de degradación insoportable, como Carretera perdida, de Lynch. B) Creí que había acabado porque inconscientemente necesitaba que acabara, que fuera una tranquilizante forma cerrada. El horror de la segunda parte estriba en que todo recomienza pero peor (Pozzo se ha quedado ciego, Lucky es ahora mudo, etcétera). La segunda parte es lo que no queremos saber. La clave del infierno es su circularidad. Idea que Joan Ollé redobla con un recurso tan sencillo como poderoso: tras el entreacto suena por megafonía el aviso habitual ("quedan dos minutos, apaguen los móviles"), como si todo volviera a comenzar, o, más sutil, como si comenzara la verdadera obra. Nada es azaroso en Beckett, todo está dentro, todo tiene un porqué. De hecho, esa misma noción está en el inicio de la segunda parte, con Didi cantando una canción sobre un perro muerto a palos; una canción que se muerde la cola, que acaba y recomienza eternamente. ¿Qué más sucede en esa segunda parte? Todo. Todo queda dicho, todo a la vista. Didi y Gogo están acompañados por el murmullo incesante de las voces de los muertos ("¿de dónde salen todos estos cadáveres, estos esqueletos?"); Pozzo deroga la causalidad del tiempo, y suelta una frase capital, shakespeariana: "Las mujeres dan a luz a caballo de una tumba; el día resplandece un instante y en seguida vuelve la noche". Como Gloucester, nunca ve más claro que cuando está ciego. Lo mismo sucede con Didi, cuando se coloca el "sombrero de pensar" de Lucky: "¿Dormía mientras sufrían los otros? ¿Y si estoy dormido ahora? Mañana, cuando despierte o crea que despierto ¿qué diré de hoy? Desde el interior del hoy, parsimoniosamente, el enterrador coloca los fórceps. Tenemos tiempo para envejecer. El aire está lleno de nuestros gritos, pero el hábito es un gran calmante". Cosas como esas y todavía mejores dice Didi, un relámpago de lucidez extrema bajo el cielo negro y sin salida, porque la misma luna parece pintada, un invento de la mente, un salvavidas blanco y con un agujero en su centro. Pese a todo, nos dice Beckett, siempre hay una forma de salvación, un inesperado rebrote del árbol seco: seguir moviéndonos, seguir jugando. Aunque no vayamos a ninguna parte. Aunque estemos con el agua al cuello. Seguir jugando aunque todos hayan mostrado ya sus cartas. Mi admiración por Beckett crece a cada nueva zambullida en su mundo. El año pasado fueron Fin de partida y Primer amor; este año, el retorno a Godot, sabiamente respirado por Ollé y sus actores, con una admirable traducción catalana del original inglés a cargo de Ferran Toutain. Hay una química absoluta entre Joan Anguera (Didi) e Iván Benet (Gogo), nunca tan padre e hijo sus personajes, nunca tan irlandeses, más allá de los bombines abollados, como si acabaran de salir de una de las infinitas tabernas de Dublín, el Dublín de Joyce, naturalmente, y también el Dublín de Flann O'Brian: nunca como en esta función del Mercat me ha saltado a la cara tan claramente la relación entre Esperando a Godot y El tercer policía (la extrañeza omnipresente, el carácter cíclico del relato, la certidumbre de andar perdidos en el infierno), relación paralela, casi cuántica, porque si bien O'Brian escribió su novela antes que Godot, no apareció publicada hasta veinte años más tarde; Beckett ganó el Nobel y O'Brian murió de asco, pero los dos escribieron mirando por la misma ventana, hacia el mismo cielo y la misma luna.

Nunca como en esta función me ha saltado a la cara tan claramente la relación entre 'Esperando a Godot' y 'El tercer policía'

Hay más irlandesidad esencial en el espectáculo. ¿Sé lo que quiero decir con esto? No estoy seguro, pero lo diré igualmente. El humor de Godot fluye con naturalidad, como una característica temperamental de los personajes (Didi: "El buen humor viene cuando quiere, no se puede hacer nada"). Hay una tendencia natural hacia la narración, hacia el humor verbal y fantasioso, y sobre todo hacia la impavidez estoica de quien conoce las verdades de la vida y su alternancia de horror y belleza. Muy adecuadamente, ni Ollé ni sus actores buscan forzar el humor, ser graciosos. No buscan la risa, la encuentran. Demasiadas veces se ha montado Godot como una entrada de clowns, una slapstick tragedy, lo que obliga a una imposición tonal que destruye el constante juego de contrastes de Beckett (esto es, su irlandesidad profunda). Los personajes más extremos, ya en el texto, son Pozzo y Lucky, el tirano y el santo, el Próspero enloquecido y el Calibán con el disco duro achicharrado, que Beckett haría crecer como Hamm y Clov en Fin de partida. Enric Majó interpreta a Pozzo como una reina de music hall victoriano y hace bien, porque Pozzo ha de ser tan grandilocuente y flamboyant como Michael MacLiammoir, y Lucky un androide tan crístico y críptico como el que sirve Pepo Blasco, y el niño tan angélico y aterrado e inquietante (son dos niños en un solo cuerpo) como en el debut (o "colaboración especial", cuña de la misma madera) de Carles Ollé, el hijo del director. Esperant Godot ha estado tan sólo cuatro días, del 15 al 18 de julio, en el Mercat de les Flors, producida y programada por el Grec. Es un despilfarro de talentos. (A diferencia de La caída de los dioses, de Pandur, que tan sólo es un despilfarro de dinero). Habría que arbitrar un sistema para que montajes como el de Ollé pudieran, debieran verse en temporada, para que todo ese empeño no se quedara en esos ridículos, misérrimos cuatro días.

Escena de <i>Esperando a Godot, de</i> Samuel Beckett, dirigida por Joan Ollé en el festival Grec.
Escena de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, dirigida por Joan Ollé en el festival Grec.JOSEP AZNAR

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