Pobres con coche de alta gama
La crisis empuja a personas de clase media a pedir ayuda a colectivos de emergencia social
Detrás de cualquier nombre figurado está la historia de quien acabó sus estudios universitarios, encontró un buen trabajo y un día se quedó sin nada. A cero ingresos tras agotar todas las prestaciones sociales. Le pasó a Ana -apelativo ficticio- y cada vez le pasa a más gallegos. Los pobres con corbata son un nuevo colectivo, cada vez más numeroso, entre los que necesitan la ayuda social de organizaciones de asistencia como Cáritas, dependiente de la Iglesia. Ellos ayudan a pagar las facturas del alquiler del piso de Ana y también le dan algo para comer y asearse.
Es licenciada en Veterinaria y trabajaba y vivía de ello en Madrid hasta que su madre enfermó gravemente. Como único familiar cercano, Ana dejó su empleo y volvió a su ciudad natal para cuidarla, pero su madre falleció al poco de llegar. Además de con la tristeza, acarreó entonces con los gastos de la transmisión de bienes -un terreno- y comenzó a cobrar el paro, que se agotó pronto. Desde hace cinco meses no tiene ningún tipo de ingreso y, a falta de familiares, son sus amigos los que intentan echar una mano. A pesar de ser licenciada no consigue ningún empleo y no la contratan para ese puesto en el puerto en el que tenía que empaquetar pescado. La crisis no le ayuda a Ana a vender la tierra, una propiedad improductiva que pesa como una losa y aplasta todos los requisitos de las ayudas que pide, como la renta de integración social de la Xunta que le denegaron hace un mes.
Con dos sueldos, Carmen y Juan se compraron un BMW. Ahora viven en él
Comparten profesión, pero la carga familiar de Tania tiene dos años y un padre que no quiere saber nada de ella. En su isla caribeña natal, Tania acabó los estudios de Veterinaria y, con la idea de buscar mejor vida, puso rumbo a España. Aquí nació su hija, de padre gallego, con un permiso de residencia para Tania bajo el brazo pero ni así consiguió ejercer su profesión. Sus años de estudio aquí no valen nada y en los tres años que lleva residiendo en Galicia solo consiguió trabajar esporádicamente en el servicio doméstico. Sin ingresos, sin familiares cercanos y con un bebé, solo cuenta con el apoyo de los abuelos paternos de su hija. Aún así, tiene que acudir a Cáritas para pagar la habitación de 150 euros en la que vive con la niña en un piso abarrotado, en el que muchos inmigrantes tratan de aprovechar el espacio y reducir gastos.
Las estrecheces para vivir, las conocen Carmen y Juan, que llevan un tiempo en una casa sobre ruedas, su coche. Es un BMW, no de los muy caros, que se pudieron pagar porque en casa -cuando tenían una con sus cuatro paredes- entraban dos sueldos, no muy elevados, procedentes de la hostelería y la construcción -dos de los sectores más afectados por la crisis- y no tienen hijos. Ella, camarera, perdió su trabajo y pasados los 50, ya no le resultó fácil competir con los más jóvenes. A él un expediente de regulación de empleo (ERE) lo dejó en el paro. El resto es similar a muchas historias: se acabaron las prestaciones y perdieron el piso.
Algunos como Manolo e Isabel, con su niño pequeño, reciben una ayuda familiar de 426 euros, que, por mucho que estiren, no llega para mucho. Desde hace tres meses comparten piso con otra pareja de amigos que también tiene dos hijos y una hipoteca de 500 euros. Pero para mantener a seis personas, en la casa solo entra un sueldo.
Los asistentes sociales de Cáritas escuchan cada vez con más frecuencia: "Qué vergüenza, espero no tener que volver". Es para muchas personas de clase media el primer paso para aceptar ayuda. En Vilagarcía de Arousa, el centro de Cáritas se creó casi exclusivamente para atender a los drogadictos de la zona. Ahora, a pesar de no descender en número, son el cuarto colectivo que asisten en el centro. Justo por encima de ellos, en el tercer puesto, están ya las familias. "Cáritas está haciendo una cosa que no le gusta hacer, que es dar asistencia. No quiere dar limosna. Queremos erradicar y promocionar. Pero estamos en una crisis tan grande que tenemos que dar de comer a la gente", resume el director de la interparroquial de Arousa, Francisco Fernández.
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