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Tentaciones
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Entrevista:

¿Indignado o resignado?

Romain Monnery no tiene pasaporte. Su DNI caducó hace ya tiempo, pero no cayó hasta hace un par de días, cuando fue a coger el avión a Barcelona desde París con el fin de promocionar su debut dietario, Libre, solo y sin pasta (Grijalbo/Rosa dels Vents). No podía salir de su país por avión y tuvo que coger el tren. Al llegar, y sintiéndose culpable por los problemas que le causó a su editorial, se ofreció a sufragarse él mismo el billete de vuelta. Con toda la buena voluntad del mundo, el escritor, de 31 años, sacó la cartera para pagar el tique. Solo llevaba cinco euros. "En Francia me presentaban como una cobaya, un espécimen", comenta el autor de esta hilarante mezcla de libro de denuncia pasiva y comedia posadolescente protagonizada por Trasto, un joven que, terminada la carrera universitaria, es arrollado por el sistema sin apenas oponer resistencia. "Un día, los del telediario se plantaron en mi casa con la cámara. Querían mostrar mi precariedad, la que se retrata en el libro. El cámara hizo un barrido del minipiso, mostrando mis calcetines secándose y culminando en un primer plano de mi gesto abatido. Abrieron la nevera, vieron que estaba vacía y me preguntaron: 'Está vacía porque no tienes dinero, ¿verdad?'. En horario de máxima audiencia, ante millones de espectadores. Es un recuerdo doloroso. En Francia estaban obsesionados por el libro como manifiesto. La prensa se decepcionó mucho al saber que era una novela".

"La masturbación es buena y gratis. Pero en los libros de Zola nadie se la casca"

Si en su país la historia de Trasto ha sido entendida como el retrato de una generación fabricada por un sistema que, cuando ya la ha perfilado, decide que no le sirve para nada, Monnery está descubriendo estos días que en España el interés se centra en otros aspectos. "Aquí os interesa qué parte de mí hay en el protagonista. Compartimos la tendencia a la vagancia y cierto desengaño. Hay aspectos de mí en el protagonista y en Bruno, su amigo", explica. En el libro, los chicos son vagos y descastados; las chicas son activas y están, más o menos, integradas, tanto la guapa como la fea. Monnery es democrático. Como Trasto y Bruno, el escritor estudió periodismo y fue becario puteado. Intentó sin demasiada insistencia introducirse en el sistema y, con una mezcla de resignación y alivio, cayó en las manos artríticas del Estado de bienestar. "En Francia, mucha gente aprovecha ese año de paro que te dan para escribir un libro. Yo escribí para probarme que podía terminar algo, aunque me costó. Solo puedo escribir en la cama. Lo he intentado en un escritorio e incluso fui un día a una biblioteca, pero no hay manera. Solo funciono en cama y solo tras haber perdido el tiempo durante horas en Internet", comenta el autor. En la actualidad, Monnery solo trabaja los fines de semana. Con el sueldo cubre sus necesidades mínimas.

"Lo que menos le gustó a mi madre del libro es la importancia que se le da a la masturbación. Ella cree que no hacía falta, pero para mí es bueno y gratuito. Pero en los libros de Zola nadie se la casca. En la época en que está situado el libro, la masturbación es de lo mejor que había en mi vida", recuerda Monnery. Piensa el autor que la inclusión de situaciones cotidianas puede ayudar a que muchos jóvenes se acerquen a la lectura de una novela generacional que teme que solo están leyendo los padres. "Así se enteran de qué hacen sus hijos. Me siento un chivato". Además de la masturbación, otro aspecto determinante en el desarrollo personal del autor han sido los mundiales de fútbol. Monnery se sirve de la derrota de Francia en la final del Mundial de 2006 y la escenificación del final de la carrera de Zidane con el cabezazo al villano Materazzi como ejemplo de ese momento en la vida en que te das cuenta de que las cosas deben cambiar. "Tu crecimiento personal se desarrolla en etapas de cuatro años que coinciden con la disputa de los mundiales de fútbol. Vivimos nuestra vida a través de la carrera de nuestros héroes, en este caso futbolistas. La derrota de Francia en esa final posee un efecto catártico en Bruno, el amigo de Trasto. Cuando el héroe admirado cae, Bruno ve cómo acaba su adolescencia. Deja de compartir piso, se muda y empieza a buscar trabajo", recuerda el autor. "¿Sabes qué otro elemento diferencia a franceses y españoles con respecto a la forma de entender el libro", pregunta Monnery. "Aquí me preguntáis mucho por el movimiento de los indignados. Me parece muy interesante y siento cierta envidia. En Francia no sucede porque vamos cada uno muy a lo nuestro". ¿Se uniría Trasto? "No nos pasemos... Digamos que se sentiría feliz y acompañado".

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