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Columna
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Las sirenas y el déficit

La crisis económica presente, y la espectacular caída en los ingresos públicos que ha provocado, ha reabierto antiguos debates sobre política económica. Particularmente, el relacionado con la necesidad de recurrir al déficit público, es decir, a mantener elevados niveles de gasto público dirigidos a suplir la caída en el consumo y la inversión privada y financiar ese gasto con endeudamiento; o, alternativamente, el relativo a la necesidad de recortar el gasto público, ajustar los gastos a los ingresos y en definitiva mantener la senda de la estabilidad presupuestaria a lo largo del ciclo.

El debate es muy interesante, y seguirlo en las páginas de este diario de la mano de economistas tan brillantes como Krugman, apostol del presupuesto expansivo, resulta apasionante. Pero como debate teórico, no como opción real de política económica: las decisiones al respecto nos vienen dadas. En primer lugar porque la dirección de la política económica general corresponde, como clara y convenientemente recoge nuestra Costitución, al Gobierno de España, que es el que en última instancia autoriza el endeudamiento autonómico. Y en segundo lugar porque el propio Gobierno de España, como el radical giro de política económica que ha dado Zapatero demuestra, está a su vez condicionado por los compromisos que asumimos al integrarnos en la moneda única: Europa ha elegido la senda de la estabilidad presupuestaria y todos nos hallamos atados a ella, como Ulises al mástil, para resistir la tentación de unos cantos de sirena (con estribillo "incremente el gasto, endeudese por encima de lo autorizado") que entre nosotros solo entona, con escaso éxito, el Bloque; porque cuando se sucumbe a su hechizo conducen directamente a los arrecifes en que naufragan las economías griega y portuguesa.

El debate teórico es muy interesante, pero las decisiones al respecto nos vienen dadas

Además de venirnos dada, la estabilidad presupuestaria resulta una receta razonable en la actual coyuntura. Sin entrar en los efectos redistributivos intergeneracionales que tiene el endeudamiento (nuestra deuda de hoy la pagarán los contribuyentes de mañana), que dependen en buena medida del uso que se le dé a lo hoy que se pide prestado, el hecho es que la deuda se está utilizando, también, como instrumento para combatir una crisis que se caracteriza por su origen financiero, y que por ello tiene como primera consecuencia la caída del crédito que dan los bancos a familias y empresas. Cuando empresas y particulares apenas pueden financiarse, que aparezcan en los mercados financieros agentes públicos ofreciendo rentabilidades del 4,5%, como la Generalitat catalana (que además paga como comisión por colocación otro 3%) con sus bonos, no facilita la reactivación de los flujos de crédito hacia los mercados, que es donde se genera mayor volumen de empleo. Es el muy conocido efecto expulsión (crowding out), que desactiva las tesis keynesianas del aprovechamiento de recursos ociosos.

Reducir el déficit, y por tanto de la deuda, es una prioridad económica general, pero también desde la perspectiva de la economía pública, porque los costes presupuestarios de la deuda condicionan el conjunto del gasto. Este año España ya dedica más dinero público a pagar los intereses de la deuda que al pago de todos los salarios de los empleados públicos de la Administración general del Estado. Y también es una prioridad política. Porque, en contra de lo que popularmente se entiende, los recortes del gasto público dirigidos a reducir el déficit y el endeudamiento no son una cesión a unos mercados financieros internacionales que están por encima del poder político. Lo que está ocurriendo es exactamente lo contrario: es el actual Gobierno socialista el que al hacer crecer la tasa de endeudamiento española desde el 40% a más del 60% en apenas tres ejercicios presupuestarios el que ha puesto en duda la capacidad de nuestro país para devolverla, que es lo que hace que suba nuestra prima de riesgo y por tanto el coste en el presupuesto del endeudamiento. No es que los mercados nos tengan especial manía, sino que el Gobierno de Zapatero ha hecho saltar todas las sirenas de alarma como consecuencia del ritmo espectacular de crecimiento de nuestra tasa de endeudamiento público.

Atarse al mástil de la estabilidad, y reforzar esos lazos a nivel autonómico como acabamos de hacer con la ley de estabilidad presupuestaria, resulta ciertamente incómodo en el corto plazo. Pero es la única manera de llegar a la Ítaca de la recuperación económica y la creación de empleo.

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