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Columna
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Las ilusiones de Feijóo

El pasado lunes, este diario informaba pormenorizadamente de los convenios que a lo largo de 2010, y por valor de 1,3 millones de euros, realizaron varias consellerías de la Xunta con nueve periódicos gallegos con el fin de comprar o fabricar noticias favorables al Gobierno autónomo. Naturalmente, no estamos ante la prestación de un servicio público a través de un uso ponderado de la publicidad institucional, sino ante una mera operación de propaganda pagada con fondos públicos. El hecho es grave en sí mismo, pero la preocupación irá en aumento si se sitúa en el contexto de lo que está sucediendo en Galicia bajo el mandato de Núñez Feijóo.

Porque, en efecto, cada día es más evidente que el presidente de la Xunta aspira a construir un régimen; es decir, un dominio sobre cualquier otro poder significativo, sea político o social, con una grave restricción del pluralismo y de la alternancia política. Porque un régimen es una forma de gobernar que, como la que pretende instaurar Feijóo, rompe con la tradición parlamentaria, que fue concebida precisamente para que la oposición fuese siempre una alternativa factible y para que los centros de poder estuviesen repartidos y se controlasen entre sí.

Cada día es más evidente que el presidente aspira a un régimen con grave restricción del pluralismo

Un examen de los núcleos de poder en el actual mandato presidencial corroborará, creo, mis afirmaciones. En efecto, al poder Ejecutivo que Feijóo ostenta con todo derecho hay que añadir la mayoría, también legítima, en el Legislativo, de la que, sin embargo, está haciendo una utilización abusiva con evidentes y negativas consecuencias para el funcionamiento democrático, al pretender convertir el Parlamento en una institución subalterna e irrelevante para la opinión pública. Un hecho que reviste especial gravedad, si se considera que la Cámara parlamentaria es el único espacio en el que las diferentes alternativas políticas pueden confrontarse y la oposición controlar al Ejecutivo.

Pero Feijóo no parece conformarse con estos dos poderes surgidos de las urnas. A ellos pretende sumar el económico y completar el círculo con el control del aparato ideológico, especialmente relevante en la sociedad de la información y del conocimiento. La política mediática y cultural del presidente de la Xunta persigue un objetivo invariable: el gobierno de las ideas y los valores, indispensable para ejercer la hegemonía y perpetuarse en el poder. Pero la expresión más acabada de ese modelo, como demuestran los hechos con los que he comenzado esta columna, se manifiesta en el demonio de los medios de comunicación. En esto se está mostrando implacable. La CRTVG y los demás medios de obediencia gubernamental funcionan como un disciplinado ejército dedicado a destilar el discurso clónico que interesa al Gobierno y a castigar a la oposición con el ostracismo o la descalificación, sin ninguna clase de escrúpulos.

Todo ello solo puede conducir al deterioro de la democracia parlamentaria y a un resultado desolador: una gigantesca red clientelar sostenida con fondos públicos y a un dominio de las instituciones públicas y privadas con el fin de colocar a Feijóo a salvo de la crítica y el control de la sociedad.

Para ser objetivo, debo resaltar que parte de lo que está sucediendo es posible debido a que el anterior Gobierno no fue capaz de priorizar el programa de regeneración democrática que el PSdG y el BNG enarbolaron como seña de identidad en la campaña electoral que en 2005 les llevó al poder. Aun así, las pretensiones de Feijóo pueden quedar reducidas a simples ilusiones. Porque, aunque al presidente de la Xunta y al PP les resulte incomprensible, los ciudadanos no queremos retornar a una época -la del aznarismo que tanto parece volver a influir en los dirigentes populares, Feijóo incluido- en la que la restricción del debate político era norma; en la que el discrepante era política y moralmente descalificado y en la que expresar un simple matiz con la línea gubernamental era considerado un síntoma que anunciaba la reencarnación de la antipatria de otros y desdichados tiempos.

Solo queda la duda de si Feijóo aspira a gestionar personalmente ese régimen, o si simplemente pretende utilizarlo como plataforma para dar el salto, en el momento preciso, a la política española, tal como parece indicar su vocación y cultura políticas. En todo caso, los viejos tiempos no deben ni pueden volver.

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