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Crítica:DANZA | LAS ZAPATILLAS ROJAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sueños y medios

El intento de producir un musical en clave de ballet de puntas -digamos que al estilo que en sus tiempos se hacía en Broadway convocando a Balanchine- ya es empeño ambicioso. A eso súmese el eterno dilema entre buenas intenciones y resultados, entre ideas más o menos brillantes y recursos disponibles. Mejorarle la plana a Hans Christian Andersen primero y a Powell y Pressburguer después es quimérico.

Un complejo libreto, prácticamente imposible de seguir, trasladaba la escena de danza -universo del movimiento puro- a la radio -ámbito de la palabra- y se añaden ciertas metáforas ocasionales. Pero los clásicos reafirman su condición por su larga sombra, a veces con paradojas como las de esta función. La coreografía del francés Pascal Touzeau pudiera haber tenido algún efecto más positivo con un cuerpo de baile adecuado, digamos, de entre 12 y 16 bailarines. La función recae en solamente seis artistas que entran y salen constantemente, se cambian de ropa y de carácter tratando de abarcar el tiempo y la dramaturgia sin éxito. El nivel de baile es irregular y por momentos insuficiente.

LAS ZAPATILLAS ROJAS

Ballet Madrid. Coreografía y vestuario: Pascal Touzeau. Música: Emilio Galiacho. Libreto, versión y dirección escénica: María Graciani. Luces: Gustavo Pérez. Teatro Calderón. Hasta el 2 de mayo.

Hay un exceso de palabras, y eso perjudica a lo positivo, como la ingeniosa convivencia entre ficción filmada y acción real que a veces funciona. La música de Galiacho se acerca a cierto facilismo melódico de ecos balletísticos y otras se refugia en sonoridades más contemporáneas, de Philip Glass a Michael Nyman.

Su catálogo se hace sofisticado en el divertissement del segundo acto, escena muy animada, donde las proyecciones evocan autores de grandes ballets, y se oyen fragmentos de Coppelia, de Leo Delibes, a ritmo de mambo; de la noche de Walpurgis del Fausto, de Gounod, en jazz; los mirlitones de Cascanueces, de Chaicovski, en foxtrot o el tema de Odette del segundo acto de El lago de los cisnes como un blues.

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