"La pelota de trapo te permitía lucirte"
En la escuela, a Juan Marsé, que ahora tiene 77 años y es premio Cervantes, los compañeros le consideraban un inútil para el fútbol y por eso le arrinconaban en la portería.
Él asumía ese papel que condena a los jugadores a estar pendientes de todos los demás, solos a veces, enloquecidos también. "Primero seleccionaban a los que daban juego. Me quedaba el último y me decían: 'Y tú, de portero, Juan".
Tampoco se le daba muy bien: "Me defendía con las pelotas de trapo porque el chut a portería con ellas alcanzaba una parábola muy lenta y te daba tiempo a lucirte un rato. Pero, cuando alguna vez jugaba de delantero, me resultaba dificilísimo hacerlo bien".
El puesto en el campo le llevó a admirar a Ramallets, el legendario portero del Barcelona de la época de Helenio Herrera. La admiración se convirtió en solidaridad cuando, un domingo, unos energúmenos que habían ido a Les Corts "empezaron a insultar al gran portero de forma bochornosa".
De chico, quiso ser nadador. Siempre tuvo en la cabeza la imagen de Johnny Weissmüller
Ramallets se había hecho en el barrio -"era nuestro ídolo"- y aquellos insultos marcaron la apreciación que Marsé comenzó a tener del graderío, en el que enseguida se sintió un extraño. "Supongo que se desahogaban de otras cosas, y aún lo hacen. Pero eso hizo que dejara de gustarme ir al campo".
Aun fuera de la grada, el fútbol ha sido su alimento. Ahora está pendiente de la Liga. Cree que "el Barça y el Madrid ya no van a perder ningún partido", pero es verdad que lo creía antes de que el Sporting venciera al equipo de Mourinho, pues conversamos antes de que se jugara ese encuentro. Entonces, añadió Marsé, barcelonista como su nieto Guille: "¡A lo mejor los pierden todos al final! Pero, bueno..., no necesito tener ganas de que el Madrid pierda... Aunque gane todos los partidos, es inútil que piense en el campeonato porque el Barça los ganará también".
De chico, quiso ser nadador y en su cabeza estuvo siempre la imagen de Johnny Weissmüller tragándose, como quien respira, las millas y las lianas... "Sí, sí, quería ser Johnny Weissmüller, batir el récord del mundo en los Juegos Olímpicos y nadar junto a Maureen O'Sullivan y la mona Chita... Te hablo de cuando era un chaval, claro, un crío... Y supongo que eso pasó después de ver la primera película de Tarzán, Tarzán de los monos, que, para mí, fue la mejor de la serie".
Le gustaba nadar y le sigue gustando. Ahora nada menos: "Cada vez que iba a nadar últimamente, cada dos por tres, pillaba otitis. Pero iba a una piscina de aquí cerca y me iba cojonudo". Ahora hace deporte de graderío: el Mundial, los Juegos Olímpicos..., todo es materia de su interés, pero ya solo mira, no tiene en la imaginación la posibilidad de dar las volteretas de Tarzán...
Aun así, hay en el rostro de Marsé, en ese rostro que parece un puño curtido donde los escritores almacenan la inspiración y el silencio, algo aún de aquel que soñaba con gestas propias de Ramallets. Viste como un deportista, anda como un futbolista de medio campo, se apasiona como un aficionado: "Pero solo cuando juega el Barça".
Y ve baloncesto. ¿No le aburre?: "Para nada. El baloncesto es muy vibrante. Eso que se llama tiempos muertos no existe en el baloncesto mientras que sí los hay en el fútbol...". Como espectador de baloncesto, es ecléctico, al contrario que en el fútbol, donde la pasión le mata. "En el baloncesto solo busco el buen juego y los buenos jugadores: Navarro, Pau Gasol..."
Marsé cree que el fútbol nunca ha sido desbancado por el baloncesto como deporte de masas "porque el fútbol es más espectacular, te permite la elucubración de las estrategias y, por tanto, es mejor para conversar". Además, el resultado suele ser más ajustado. Es mejor un 1-3 que un 58-54... "Sí, sí, acaso tiene que ver con esos números tan amplios del baloncesto... En todo caso, marcar un gol admite infinitas posibilidades de ángulo, de tiro, de fuerza... Interviene el portero, una figura absolutamente maravillosa desde la época de Ricardo Zamora, al que yo no pillé, pero que era toda una leyenda. Mi padre hablaba de él con mucha admiración, aunque es verdad que Zamora hacía cosas absurdas. Despejaba con el codo, lo que llamaban la zamorana... ¡Eso ya no lo hace nadie! ¡Es una locura!"
Acaso el escritor Marsé se parece al portero Marsé. Su última novela, Cartografía de los sueños (Lumen), tiene el cemento de una autobiografía en la calle, de cuando era el portero de las pelotas de trapo.
A partir de ahí, desarrolló la personalidad que ahora se junta en los ojos que enmarcan los surcos de su edad. Es, por decirlo con la expresión que utiliza para definir a los porteros, "una personalidad muy trabajada" que ha hecho de esa memoria de la infancia la música y la letra de toda su literatura.
Alérgico al pádel por culpa de Aznar
Marsé dice que "nunca practicaría el pádel por culpa de Aznar"; lamenta "que Blume no pudiera acudir, por motivos políticos, a los Campeonatos del Mundo celebrados en la URSS, cuando tenía todas las posibilidades de ganar y que el Barça perdiera aquella final de la Copa de Europa, en 1961, frente al Benfica...". Del pasado elige un elenco milagroso: "Zatopek, Weissmüller, Ramallets, Coppi, Kubala, una nadadora guapísima cuyo nombre no recuerdo (mi amigo Gil-Parrondo lo sabe), Di Stefano y Messi. Y sobre todos, Owens, el atleta que hizo rabiar a Hitler".
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