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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Woyzeck y dos mujeres que bailan

Marcos Ordóñez

1 Es dificilísimo que Woyzeck salga bien. "Salir bien" quiere decir que te atrape y te conmueva. Ha de estrujarte el corazón y dejarte la cabeza como si emergieras de un sueño febril. Sólo he sentido eso dos veces: con aquel espectáculo de marionetas, ambientado en el apartheid, de William Kentridge, y con la función de una pequeña compañía francesa, Théâtre de Minuit (Festival de Sitges, mitad de los ochenta) en la que se escuchaba el piar de los pájaros en plena noche. Una noche atravesada de pájaros, quizás haga falta algo así, porque el problema de su puesta no radica en lo fragmentario del texto sino en su horror sin ventanas. Woyzeck es una pesadilla irrespirable, la historia de un esquizofrénico rodeado de monstruos y canallas, abocado al crimen y a un más que posible suicidio. Te estraga esa humillación constante y atroz, es como ver que torturan lentamente a un cachorro ciego. La belleza sólo asoma, a ráfagas, en el lenguaje, en las imágenes rotas y alucinadas de su pobre protagonista: esa cabeza que rueda por los campos al anochecer, movida por el viento; esas estrellas como las que pintó Van Gogh, rugiendo concéntricas en el cielo. Gerardo Vera ha buscado los mejores mimbres para su montaje en el María Guerrero, empezando por su pareja protagonista: Javier Gutiérrez, que da perfectamente la inocencia, la confusión y el dolor de Woyzeck, y Lucía Quintana, una Marie humilde, sensual y adúltera (por anhelo, por desesperación). El doctor (Helio Pedregal) y el capitán (Jesús Noguero) son como tienen que ser: repulsivos, inhumanos, gélidos, grises. Estupendas la versión de Mayorga y la luz lunar de Gómez-Cornejo; soberbio el piano de Mariano Marín y sus espectrales lecturas de Bartók. Los problemas comienzan en la escenografía de Glaenzel y Cristiá, para mi gusto más exquisita que bella: ese bosque de juncos salvajes le da un aire de cuento lujoso, y esa ciénaga central, impoluta, sin el menor peligro, se convierte en una involuntaria metáfora del espectáculo. Hay pocas escenas con temblor, con mordiente, con verdadera poesía. Promete mucho el arranque con el circo ambulante, a caballo entre Carnivale y cabaret berlinés, pero escora hacia el tedio, con una desaforada Marina Seresesky en el rol de maestra de ceremonias. Los militares tienen una gestualidad de coro operístico, como escapados del Passion de Sondheim, y esperas que rompan a cantar de un momento a otro; el Tambor Mayor de Markos Marín me pareció zarzuelesco a secas. Funcionan y se recuerdan los perfiles goyescos: el Tonto interpretado, formidablemente, por Helena Castañeda; la Vieja de Ana María Ventura; la inquietante pareja de niñas (Sara Sierra, Marita Zafra). Y los extraordinarios diez últimos minutos de Javier Gutiérrez, el único fragmento que realmente me llegó al corazón.

2 Por ganarse la vida con los seriales, Benet i Jornet ha de cargar con la sempiterna etiqueta de melodramático. Dos mujeres que bailan (Dues dones que ballen), su nueva obra (Lliure) no me parece melodramática sino realista. Realismo en el lenguaje, realismo en la formidable escenografía, decorado de Llorenç Corbella (un piso desastrado de la ronda de San Antonio), y realismo minuciosamente pautado (frase a frase, mirada a mirada, gesto a gesto) en la dirección de Xavier Albertí y en las descomunales interpretaciones de Anna Lizarán y Alicia Pérez, un mano a mano de los que no abundan. Lo que más me ha interesado de Dos mujeres que bailan es que Benet prescinde del artificio argumental, de la necesidad de un secreto a revelar y de la tendencia a la pomposidad tonal (grandes palabras, grandes silencios) que eran, a mi juicio, los principales lastres de Subterráneo, su anterior entrega. Aquí predomina la naturalidad y no hay "puntos de giro". Podría entenderse como golpe de efecto el momento en el que la mujer joven confiesa su tragedia, pero no es un "secreto revelado" sino la manera de compartir, al fin, un terrible peso. También me resulta muy convincente (y valiente) el final, que ha sido acusado de melodramatiquísimo y que, claro, no contaré. Desde luego que es una doble patada en la boca, pero, como pedía el señor Aristóteles, tan lógico como imprevisible. Y muy coherente: con la poética de Benet y con la de sus personajes, que hacen lo que creen que han de hacer. Sin ópera: bailando Something Stupid, el pequeño clásico pop de papá Sinatra y Nancy. Esa escena capital está admirablemente escrita y montada. No hay crescendo fácil, no hay sentimentalización. Y acaba con una frase banal, interrumpida, desconcertando todavía más al público, que probablemente esperaba un aria. No puedo decir más, tienen que ver cómo está resuelto eso. Y tienen que ver cómo Anna Lizarán y Alicia Pérez interpretan a sus personajes sin buscar en ningún momento las simpatías del público. Sus personajes no son damas adorables: son dos mujeres desgraciadas y sin horizontes. Son bordes, solitarias y amargas, punto. Eso no impide que brote el humor, hilarante por contraste. Ni la emoción. La emoción maravillosamente contenida de la enorme Lizarán en la escena del tebeo, y la emoción que te anuda la garganta cuando Alicia Pérez se rompe al compartir el recuerdo de la desgracia que destrozó su vida. Sin embargo, hay algo que no acaba de funcionar en Dos mujeres que bailan y no sé lo que es. La obra tiene un bache, un pequeño pantano en su centro, algo que provoca una breve desconexión. No creo que se arregle cortando: para que los personajes lleguen a donde han de llegar no pueden apresurarse ni avanzar a saltos. No sé si sobra o si falta, pero ese bache es la única pega que le veo al texto, de los más ceñidos y potentes de Benet i Jornet.

3 Recomendaciones. Estupendo montaje y estupendas interpretaciones en La presa (The Weir), el clásico de Conor McPherson, que ha vuelto a Barcelona en un nuevo montaje de Ferran Utzet, en la nave de la Biblioteca de Catalunya, ahora reconvertida, para la ficción, en pub irlandés: un decorado, por cierto, que corta el hipo. En breve se lo cuento.

Woyzeck, de Georg Büchner. Versión de Juan Mayorga. Dirección de Gerardo Vera. Teatro María Guerrero. Centro Dramático Nacional. Madrid. Hasta el 22 de mayo. cdn.mcu.es. Dues dones que ballen, de Josep Maria Benet i Jornet. Dirección de Xavier Albertí. Teatre Lliure. Barcelona. Hasta el 24 de abril. www.teatrelliure.com.

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