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Columna
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Cómo alimentar a 9.000 millones de personas

En 2050 la Tierra contará con 9.100 millones de habitantes, esto es, un 34% más que los censados en el 2010, de los que la mayor parte pertenecerán a los países en desarrollo. Para alimentar a todas estas personas la producción alimentaría deberá crecer un 70% entre 2007 y 2050. La forma de hacerlo, hasta el momento, siguió tres ejes: aumentando el rendimiento de la producción, incrementando las tasas de explotación de las tierras y utilizando técnicas e inputs más sofisticados. Sin embargo, en este momento presenciamos un gran desequilibrio entre la oferta y la demanda. La oferta es rígida a corto plazo, difícilmente planificable dadas las longitudes de los ciclos de producción y las alteraciones producidas por los cambios climáticos. Ambos factores poseen una gran influencia en la cantidad y en la calidad de las cosechas. La demanda, por su parte, es poco elástica y los hábitos alimentarios en los países desarrollados refuerzan la mencionada inelasticidad. De esta forma, la demanda global se ve acentuada a causa del crecimiento de la población, de los aumentos en el consumo de carne de los países que se desarrollan y de la utilización de las tierras para la producción de biocarburantes.

Para evitar que se especule con los alimentos es necesaria una gobernanza mundial

Dichas dinámicas han llevado a presenciar fuertes volatilidades en los precios de las materias primas agrícolas. Los productores pueden llegar a admitir una cierta oscilación para que se ajusten la oferta y la demanda. Sin embargo, una elevada volatilidad acelera los niveles de especulación, y un exceso de especulación, genera un elevado nivel de incertidumbre, un proceso de escasa transparencia en las operaciones para el futuro y un incremento de las existencias.

Un grupo de países desea poner en marcha un organismo o una institución supranacional que pueda regular la alimentación de la población mundial. Se proponen tres actuaciones. En primer término, la puesta en vigor de unos indicadores que permitan estimar la cantidad y la calidad de las cosechas esperadas, las existencias disponibles y los lugares de almacenamiento. En segundo lugar, hemos de poder contar con herramientas que permitan estimar las previsiones de las necesidades de alimentación, fundamentadas sobre las evoluciones demográficas y los niveles de desarrollo de ciertos países emergentes. Esta información debe ser objeto de distribución inmediata en el entorno de los actores y agentes económicos a fin de establecer una política de previsión de existencias de común acuerdo con las políticas nacionales. La tercera actuación debe contemplar que estas operaciones han de contar con la movilización de capitales y ser financiadas mediante la cooperación público-privada. Por tanto, hay que garantizar contratos entre los países excedentarios y los países importadores, y deben efectuarse con amplia transparencia y visibilidad.

Estos elementos han de estar bien definidos y defendidos porque hay una razón elemental que imprime esta dinámica: el crecimiento de las necesidades alimentarías de la población mundial es mayor que la producción de materias primas agrícolas. Si no alcanzamos este acuerdo, los precios de productos agrícolas van a experimentar fuertes oscilaciones al alza y a la baja, los productos va a estar sometidos a fuertes especulaciones y las inversiones en agricultura van a estar muy concentradas tanto en los productos como en los territorios.

Se trata, pues, de evitar la inestabilidad de los agricultores, industriales y consumidores y de reducir las disputas de países ricos contra países pobres y emergentes. Se trata de evitar situaciones de crisis, como la del cacao, el café, el azúcar o la leche. Porque las crisis se propagan a velocidad de vértigo, y lo deseable es no alimentar un clima que atraiga a especuladores y que se puedan consolidar sofisticadas operaciones con transacciones financieras que se ocupan, preferentemente, de reducir los niveles de transparencia y de hacer valer la opacidad en lo que respecta a las tomas de posición en los mercados.

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Este nuevo modo de diálogo entre los países productores e importadores, a fin de anticiparse a las catástrofes, puede permitir desarrollar protocolos de crisis en los que los sistemas de regulación deberían ser rápidos, transparentes y eficaces. Como bien afirman los productores, acechados por la tensión entre la oferta y la demanda y por la volatilidad e inestabilidad de los precios, es preciso una gobernanza mundial de la agricultura para poder evitar las especulaciones, ya que, hoy en día, no disponemos de instrumentos eficaces para la regulación y la intervención que pongan freno a la dramática situación actual.

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