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Reportaje:

La 'rotonda' como templo

El ballet es y ha sido una fuente de inspiración para el cine desde antes de que Michael Powell y Emeric Pressburger lo elevaran a categoría de obra de arte, y es que tanto en sus grandes títulos Los cuentos de Hoffmann (1951) como en la más popular Las zapatillas rojas (1948) la Ópera de París está detrás, como un perfume ineludible, ya sea en unos diálogos, un sugerente decorado o una cita coreográfica, con lo que ya Frederick Wiseman (Boston, 1930) se encontró el terreno abonado, sobre todo por los documentales de su contemporáneo Dominique Delouche (París, 1931), que tras ser asistente de Federico Fellini en La dolce vita se dedicó por entero a filmar lo que más le apasionaba: el Ballet de la Ópera de París.

El calificativo de "monumento cultural institucional" que se da a la compañía francesa en el dossier de La Danse, el documental de Wiseman que se estrena ahora, no es una exageración y ya la envergadura, belleza estilística y poderío estético del conjunto justifican el empeño de contar sin sentimentalismos, sin voz en off ni con un registro frío y cronológico, lo que es por dentro esa magna casa y su sede emblemática, el Palacio Garnier, la imponente construcción muy del Segundo Imperio (se decoró al gusto de la emperatriz Eugenia), pero de la que ya hoy día no rechinan ni sus retorcidos dorados ni terciopelos o sus mármoles y estucos: es un gran monumento; pero se trata de un monumento vivo y el ballet es su alma, la energía de los bailarines es la sangre que circula por sus pasillos y anima su gigantesco cuerpo arquitectónico.

Frederick Wiseman estuvo nueve meses dentro de la Ópera (en la época en que Gerard Mortier era director de la casa), y sus filmaciones hurgaron en las tripas legendarias del edificio y sus usos. La cámara intrusa jerarquiza la presencia constante del ser arquitectónico (sótanos con canales a la gran sala vacía, la parte trasera de la Rue Scribe o la gran fachada) y establece un diálogo con lo que sucede a los artistas de danza.

Uno de los principales protagonistas es José Carlos Martínez (Cartagena, 1969), nuevo director de la compañía titular española, y se le ve ensayar ejemplarmente con Patrice Bart una difícil variación del Cascanueces de Nureyev. Y es que esa obra de Chaikovski sirve de hilo mágico y se cita a modo de metáfora, el inicio del viaje feérico. Se ensaya en la Rotonda Zambelli, las famosas salas circulares de la cúpula, un sitio lleno de historia y de cierto imán especial. Allí Delouche había filmado en 2002 a Laeticia Pujol ensayando con Alicia Markova, ya con 90 años, un ejercicio de poesía memorable y allí Wiseman también se recrea lo suyo, desde pruebas de Paquita a una pieza Pina Bausch.

La oficina de Brigitte Lefevre (París, 1944), actual directora de la danza, aparece como centro logístico donde se dirime arte y burocracia; se ven los talleres en detalle, la constante visual de la reparación eterna del edificio Garnier, un trabajo que no acaba jamás; la compañía de ballet requiere el mismo mimo sólo que en vez de albañiles y electricistas se trata de maestros, sastras y pianistas, maquilladores. Se ven en el filme a jóvenes junto a maduros o retirados, entregados todos a la transmisión del arte del ballet con conciencia religiosa y Lefevre cita a Maurice Béjart para definir a la bailarina clásica: "Mitad monja, mitad boxeador". La filmación coincidió con la muerte de Béjart, el coreógrafo francés más importante del siglo XX que sin embargo no tocó jamás la silla de director. Lefevre no se quedó en Lausana a las exequias: volvió deprisa al Garnier en París: había una huelga, quería estar junto a sus bailarines. Wiseman lo cuenta espléndidamente.

Fotograma del documental <i>La Danse</i>, de Wiseman.
Fotograma del documental La Danse, de Wiseman.

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