¿Quién amenaza a sus altezas?
El ataque al coche del príncipe de Gales, y los golpes a su esposa, un hecho con pocos precedentes, revela las dificultades de proteger a personajes públicos, cuya misión es estar cerca de la gente, en tiempos dominados por protestas y brotes de violencia social
Cinco días después de que manifestantes violentos rodearan su coche, golpearan con un palo a su esposa y les cubrieran a ambos de insultos, el príncipe de Gales reanudó sus visitas oficiales como si tal cosa, con una visita a un museo judío en el norte de Londres. Pero esta vez iba solo, y llegó a la cita en un Bentley blindado con cristales a prueba de balas. A los dos coches de escolta que habitualmente le acompañan, se unió una furgoneta cargada de agentes de uniforme, y en lugar de cuatro, le escoltaban siete policías.
Un despliegue que refleja la inquietud con la que las autoridades británicas han visto el ataque sufrido por Carlos y su esposa, Camilla, en su coche, cuando se dirigían, el pasado 9 de diciembre, a presidir una gala benéfica en un teatro de Londres. Ese día, una manifestación de estudiantes colapsó la zona del Parlamento, donde se votaba una subida de las tasas universitarias. ¿Cómo fue posible que decenas de jóvenes violentos llegaran hasta la calle por donde circulaba el coche de la pareja, y les agredieran? Hay quien se explica el suceso por los recortes presupuestarios del actual Gobierno de coalición. La seguridad de los 22 miembros de la familia real, que corre a cargo de una unidad especial al mando, por cierto, de un aristócrata -Peter Loughborough, conde de Rosslyn y barón de Saint Claire-, cuesta anualmente 50 millones de libras (unos 60 millones de euros). ¿Poco dinero? Es difícil saberlo. En España, por ejemplo, ese dato es desconocido porque, según un portavoz de Interior, la partida no esta desglosada del presupuesto global. Pero es obvio para cualquiera que haya presenciado un acto público con asistencia de los Reyes o los príncipes de Asturias, que el despliegue de policías y escoltas es mucho mayor que el que acompañaba al príncipe de Gales, de 62 años, y a su esposa, de 63, ese fatídico día.
Proteger a los Windsor cuesta 60 millones de euros al año. En España, no hay datos sobre este apartado
Frente a las duras críticas de incompetencia, Scotland Yard se ha defendido aludiendo a las dificultades que plantea cuidar de los royals ante la nueva violencia callejera que aflora cada dos por tres, incluso en ciudades ordenadas y cívicas, como Londres. En el último mes, la policía se ha enfrentado a algunas acciones de protesta inéditas hasta ahora. Por ejemplo, el asalto perpetrado por jóvenes antisistema a la sede del Partido Conservador. La misma tarde en la que ocurrió el ataque a los Gales, grupos de manifestantes se colaron en el Ministerio de Economía, y en el Tribunal Supremo. Otros se dedicaron a orinar en la estatua de Winston Churchill, o a escalar el monumento a los caídos. Charlie Gilmour, de 19 años, hijo del guitarrista de Pink Floyd David Gilmour, fue uno de ellos.
Era un mal día para ir al teatro, pero el oficio de príncipe tiene estas exigencias. ¿Cómo proteger a la familia real cuando su misión es estar próxima a sus súbditos? La fórmula española es mantener la máxima opacidad en casi todo lo relativo a desplazamientos y seguridad. Pero siempre hay fisuras por las que puede colarse la amenaza. Los Windsor ostentan un récord en lo que a ataques de lunáticos se refiere. Desde un intento de rapto sufrido por la princesa Ana, en 1974, hasta la irrupción de un sujeto -Michael Fagan- en la habitación de la reina, en 1982, pasando por un intento de ataque al príncipe Carlos durante una visita a Australia, en 1994.
Hasta la monarquía holandesa, tan discreta y próxima a sus súbditos, ha tenido que lamentar un intento de asesinato colectivo. Ocurrió el 30 de abril de 2009, cuando un hombre en la treintena lanzó el coche que conducía contra la multitud que presenciaba un desfile en honor de la reina Beatriz de Holanda. Hubo cinco muertos. El atacante, un holandés en la treintena, aseguró que su objetivo era la familia real, pero ningún miembro de la realeza holandesa fue alcanzado.
Los Windsor se han esforzado también, desde la muerte de la princesa Diana de Gales en 1997, por estar más cerca de las masas, aligerando un poco el encorsetado protocolo en el que se mueven. El príncipe Carlos ha hecho suyo este propósito, pero no renuncia en sus salidas oficiales al esplendor del Rolls Royce Phantom VI, regalado por la Asociación del Automóvil a la Reina Isabel II en 1977. Un coche deslumbrante, como una carroza del siglo XX, con amplias ventanillas que permiten contemplar a los pasajeros con detalle.
Ex responsables de seguridad, cronistas reales y demás expertos han cargado parte de la responsabilidad de lo ocurrido a la aparatosidad del Rolls. La presencia del príncipe y la duquesa, vestidos de gala, reluciente de joyas y rasos ella, impecable en su esmoquin él, no pasó desapercibida a los manifestantes violentos que recorrían el centro de Londres esa tarde. Testigo de ello fue el fotógrafo de la agencia Associated Press Matt Dunham, que obtuvo una foto histórica de la duquesa de Cornualles con expresión de horror e incredulidad, sentada junto a un atónito príncipe de Gales. Dunham contó que unas pocas decenas de manifestantes bloquearon el coche, lo zarandearon, y estrellaron contra la reluciente carrocería basura y todo lo que encontraron a mano, al tiempo que gritaban "¡que les corten la cabeza!".
Camilla fue golpeada en las costillas, al parecer, a través de una ventanilla bajada. La ministra del Interior, Theresa May, acertó a reconocer que hubo "contacto físico" con la duquesa, sin entrar en más detalles.
La mayoría de los expertos acusa a los agentes de seguridad de mala planificación del recorrido de la pareja. "La policía tendría que haber hablado con los escoltas de la pareja para asegurarse de que no iban a aproximarse bajo ningún concepto a la zona de la protesta, y menos a bordo de un Rolls Royce de 1977", dijo a las agencias Alex Bomberg, antiguo asistente de la familia real.
El jefe de Scotland Yard, Paul Stephenson, se ha declarado satisfecho con la actuación de la policía en la protesta, que ha merecido, sin embargo, un aluvión de críticas por la brutalidad con la que se empleó. Al menos 43 manifestantes tuvieron que pasar por el hospital y diez agentes resultaron heridos. A Stephenson le han tirado también de las orejas por el grave incidente de Carlos y Camilla. Pocas veces, en la historia moderna de la monarquía, se ha producido una agresión así. Y puede que esta vez caigan cabezas, aunque no serán las que pedían los manifestantes.
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