"El Cabanyal is different"
Ciudadanos extranjeros eligen vivir en el barrio marinero por su "amabilidad"
Al margen de las excavadoras, los derribos y el futuro incierto de El Cabanyal, las calles del barrio valenciano acogen decenas de historias, cientos de vidas que se cruzan por la calle y dejan su rastro, su opinión, una sensación. Se sabe que muchos vecinos rechazan el plan municipal de prolongar la avenida de Blasco Ibáñez hasta el mar que se llevará por delante numerosas casas. Se intuye que los vecinos que respaldan la prolongación se conformarían con que el Ayuntamiento rehabilitara las calles. Es obvio que los comerciantes acogerían con gusto el apoyo del Gobierno local para relanzar la castigada actividad comercial. Son los principales colectivos de la barriada, los que suelen hablar y luchar. Pero hay más.
Son profesionales, de 25 a 50 años, formados y con inquietud cultural
En los últimos años, gran cantidad de extranjeros han decidido vivir en El Cabanyal. No son estudiantes con una beca Erasmus, que también los hay; tampoco se trata de inmigrantes que buscan un sitio cualquiera en el que ganarse la vida; es otra cosa. El perfil responde al de una persona de entre 25 y 50 años, con buena formación académica y cierta inquietud cultural, que ha elegido el barrio por su cercanía al mar, su arquitectura, su amabilidad y la "falta de apariencias". EL PAÍS reunió ayer a algunos de ellos.
Esto último lo apunta Maya, psicóloga francopolaca que investiga nuevas tecnologías para terapias psíquicas en la Politécnica. "Vivía en Blasco Ibáñez con Blaise, mi novio, pero no nos gustaba. Esos edificios altos, tan fríos... No". Les hablaron de El Cabanyal, del plan del Consistorio, les advirtieron de que era una zona un tanto peligrosa, "casi parecía que nos iban a matar", recuerda. Eso fue hace dos años y pese a los consejos llegaron al barrio. "Es que es como un pueblito pero con gente de todas partes, eso es lo interesante. Si no es así, te aburres", afirma. Ahora viven de alquiler en la calle del Padre Luis Navarro y están pensando en comprar una casa por la zona. "¡Ah! y lo que más me gusta es que no hay apariencias... Sí, que puedes ir a comprar el pan como te dé la gana y no pasa nada, nadie te mira, ni te sientes raro", ríe. Blaise, su novio, nació en la Bretaña francesa, en Rennes. Gestiona una empresa de comunicación en torno al mundo del cómic y el dibujo y se vino a Valencia cuando Maya encontró trabajo. Blaise quita hierro a los males del barrio. "¿Peligroso? mira, si vas por la calle y miras mal, por miedo o lo que sea, te mirarán mal. Si no, serán amables".
Son gente abierta. Muchos se acaban de conocer y la charla no decae, al contrario, pronto suenan las carcajadas y la nacionalidad se convierte en asunto de guasa. "¡Somos de clanes enemigos!", lanza Andrew en plan socarrón. Andrew es un musicólogo escocés con estudios de literatura. Aquí da clases de inglés y hace traducciones. "Sí, mira", le dice a Jacques, "yo soy de los Duncan". Jacques, que suelta una carcajada, asiente: "Yo pertenezco al de los Morrison". Andrew, de rasgos finos y lengua suelta, enlaza lo de los clanes con una historia chistosa sobre la duquesa de Alba. "Sí mira, tú [Jacques] y tu mujer [Nicole, que pertenece a los McDonald] sois probablemente descendientes de la gran diáspora escocesa de hace unos siglos, igual que la duquesa", sonríe. "Ja ja, sí, mirad, ella se apellida Fitz-James Estuardo. ¡Y Fitz!", proclama, "¡significa bastardo!". Estallan las risas. Jacques y Andrew se deslizan con alegría por una charreta etimológica mientras los demás apuran sus cafés.
Nicole asiste y colabora. Vive con Jacques en El Cabanyal desde hace siete años y se dedica a la traducción. "Esto sí es la bohemia, no lo de París", asume. "Hay muchos artistas y luego las casas, ¡qué bonitas son las casas!". Jacques asiente: "Me enfadan mucho esos edificios nuevos del barrio, tan altos. Me enfada que el Ayuntamiento lo permita", resume desde su posición de arquitecto. A los dos les recuerda a la Rue Moufftard de París. La diferencia, dicen, es que "allí supieron cuidarlo".
Miquele, de 27 años, es italiano, de la región de Puglia. "Vine de casualidad", cuenta, "acabé un doctorado de informática industrial y me hicieron una oferta para trabajar en la Politécnica". Allí desarrolla programas de software para empresas cerámicas de Castellón. Hace ya unos años que vive en el barrio y gestiona con otros compañeros una especie de residencia para estudiantes. "Bueno, son cuatro casas y alquilamos las habitaciones. Yo creo que está bien", vende, "cobramos unos 280 euros al mes con todo incluido, Internet y una señora que viene a limpiar". "¡Ah!, oye, me gustaría que dijeras que el barrio no es peligroso. Es que los Erasmus cuentan que en la universidad, en las jornadas de bienvenida, les dicen que tengan cuidado", lamenta.
Holly y Brent, escultores entre otras cosas, están de acuerdo. Su hijo, Guido, también lo parece. Son estadounidenses, han vivido en muchos sitios, pero se quedan con El Cabanyal. "No entiendo el plan del Ayuntamiento", coinciden, "hay muchas alternativas, desde un túnel a un rodeo o prolongar por la Alameda". "Esto me recuerda a Nueva Orleans, a La Habana, con esas casitas, su personalidad, su alma". Viven también en Padre Luis Navarro y llegaron hace unos años a crear, literalmente, el Bioparc. "Sí, nos encargamos de las cascadas y toda la parafernalia, y hemos hecho cosas para la Disney en París o Florida".
Hay más, muchos más, como Sheree, neozelandesa, que se quedó en el barrio en 2007, cuando la Copa del América. Y Oxana, mitad peruana mitad ucraniana, que estudia logopedia, o Pedro, brasileño y cocinero. Vicente Gallart, de la asociación de vecinos, dice que "la reunión de hoy [por ayer] es solo la punta del iceberg".
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