'Agosto': más Dallas que Oklahoma
No sé si conocen ustedes una humilde y extraordinaria serie llamada Breaking Bad. Sus protagonistas son una familia disfuncional a más no poder enfrentada a situaciones extremísimas, y sin embargo te crees tanto sus personajes como sus peripecias: te identificas y sufres y ríes con ellos. A mi juicio, esa es la auténtica "Gran Obra Americana", el laurel (vacante desde Ángeles en América) con que los críticos neoyorquinos y londinenses han querido coronar a Agosto ("August. Osage County", 2008), de Tracy Letts, reconsagrada luego por el Pulitzer, por cinco tonys y por un exitazo de público que ya se está repitiendo en el TNC de Barcelona, donde se ha presentado en vivaz traducción catalana de Joan Sellent y rotunda puesta en escena (con algunos peros) de Sergi Belbel. Agosto es una desmesurada comedia negra, modalidad Familia Que Se Despedaza: es ambiciosa, tiene pasajes redondos y logra mantener el interés del espectador, pero utilizando demasiados recursos folletinescos y/o previsibles. Lo peor, para mi gusto, es que suscita escasa emoción y que tienes la sensación de haberla visto mil veces en muy distintos formatos, de Tennessee Williams a los melodramas góticos de Minnelli (con un humor más feroz, eso sí). Su centro (o su voraz agujero negro) es Violet Weston (Anna Lizaran), una matriarca terrible que parece haber sido engendrada por Medea y el J. R. de Dallas. Para que la obra funcione no sólo has de comulgar con ese perfil ultragorgónico sino también con a) que la dama se sostenga en pie pese a todas las pastillas que se mete y, b) que su marido, el laureado poeta Beverly Weston (Carles Velat) haya esperado más de cuarenta años antes de salir por el foro. La desaparición del padre reunirá (es un decir) a la familia en una mansión varada en las tórridas llanuras de Oklahoma. Glaenzel & Cristiá ha diseñado, como pide el texto, un corte en sección de sus tres plantas, espectacular y eficacísimo aunque con un cierto aire de tienda de muebles. No les detallaré el argumento porque nos podrían dar las uvas: Letts emplea casi cuatro horas para narrar un amasijo de intrigas cuyo meollo se ventilaría tranquilamente en dos, pero el modelo de la "Gran Obra Americana" tiene sus servidumbres, y quizás en esa hipertrofia radique parte de su éxito. Por otro lado, tampoco cuesta imaginar que en la comida estallarán todas las tensiones acumuladas, que tendremos la consabida escena de madrugada en que las tres hermanas -Barbara (Emma Vilarasau), Ivy (Rosa Renom) y Karen (Montse Germán)- beberán, intercambiarán confidencias y se comportarán como niñas, y que, por supuesto, en el último tercio se revelarán secretos tremendos. Hay, como señalaba antes, cuadros formidables: el hilarante diálogo sobre los abismos de la vejez femenina entre Violet, su no menos siniestra hermanita Mattie Fay (Maife Gil), y la cuitada y domeñadísima Ivy; el pugilato, notablemente pautado (y muy aplaudido) entre Barbara y su marido, Bill (Abel Folk), que ya tiene medio cuerpo en otra cama; la comida central, donde Violet escupe hectolitros de veneno según el triple patrón (bitchy al cubo) de la Taylor en ¿Quién teme a Virginia Woolf? y Bette Davis en La loba y El aniversario. O los dos grandes momentos de Charlie Aiken (Jordi Banacolocha), el paciente marido de Mattie Fay: cuando torpemente intenta bendecir la mesa y cuando lanza un órdago definitivo a su pareja. Por el contrario, hay personajes tan escasamente perfilados como Karen (que parece existir para que las hermanas sean tres, a la chejoviana usanza) y otros que protagonizan tramas prescindibles, como su novio Steve (Óscar Molina), improbable acosador de la quinceañera Jean (Clara de Ramón), la hija de Bill y Bárbara, con las maneras de un lobo de cartoon: tal vez el principal motivo de esa línea argumental sea que Karen y Steve salgan de escena, como si Letts ya no supiera qué hacer con ellos. Sergi Belbel, por su parte, carga las tintas en los dibujos de Steve y, puro aguafuerte, de Little Charlie (Albert Triola), hijo de los Aiken: del texto no se desprende la redomada idiocia de ambos. En ese último acto hemos de pechar, igualmente, con un exceso de fatum en el personaje de Barbara, calzando con extrema velocidad en los pasos de su madre, inflexiones de voz incluidas, y en la maldad más allá de lo creíble de doña Violet (revelaciones mandan). Belbel tiene un olfato y un talento indiscutibles a la hora de levantar, sostener y hacer estallar los picos dramáticos de la función, como la inmejorable escena de la comida: más de uno ha señalado el vínculo entre esta puesta y la de su magistral Sábado, Domingo y Lunes, de De Filippo, si bien yo la emparentaría, por semejanzas temáticas, con su propio Forasters, otro abigarrado (y no menos prolijo) melodrama familiar. El equipo actoral, muy bien guiado, conecta plenamente con el público. No es ninguna novedad decir que Anna Lizaran rebosa poderío escénico. Tiene una gracia y una expresividad (aquí con un punto berlanguiano) prodigiosas y está arrolladora de principio a final, pero, lástima, las caídas de Violet en la demencia son externas y a un paso de lo grotesco. Emma Vilarasau vuelve a estar en plenísima forma, con una energía sulfúrica y constante: convendría vigilar, sin embargo, esas excesivas mímesis del tercer acto. Muy bien, igualmente, Rosa Renom, tan cercana a la Mia Farrow de Septiembre, y Montse Germán tratando de sacar el máximo brillo a los escasos metales de su personaje. Maife Gil hace crecer formidablemente a una Mattie Fay que comienza un tanto escorada hacia la caricatura. Impecables, sin una nota falsa, Abel Folk (aquí casi la respuesta catalana a Joe Mantegna), y ese soberbio todoterreno que es Jordi Banacolocha, siempre con una verdad sencilla e instantánea. Una revelación: Clara de Ramón, que compone una adolescente naturalísima. Dignos pero un tanto opacos Carles Velat, Manuel Veiga (el sheriff Gilbeau) y Almudena Lomba (Johnna, la criada cheyenne). Muy subidos de tono, como decía antes, Óscar Molina y Albert Triola. Oleadas de merecidos aplausos y bravos al final. Agosto arrasará.
Agost, de Tracy Letts. Traducción de Joan Sellent. Dirección de Sergi Belbel. TNC. Barcelona. Hasta el 23 de enero. www.tnc.cat.
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