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Columna
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25 años de Patrimonio de la Humanidad

Un frío día de diciembre de 1985, en París, Rafael Baltar, Luis Fernández Galiano y yo defendimos ante la Unesco la candidatura de Santiago de Compostela a la lista del patrimonio mundial. No era difícil. Al acabar mi exposición se hizo un silencio y luego hubo un aplauso, no para mí, sino para la ciudad, que había impresionado al comité. La declaración ampliaba el ámbito histórico más allá de la almendra, y aquel reconocimiento internacional sirvió de pretexto para montar la estrategia que condujo a la refundación del Real Patronato de Santiago y a la creación del Consorcio. Su desarrollo pivotaría sobre documentos de gran categoría: el Plan Especial redactado por Oficina de Planeamento, Premio Europeo de Urbanismo en 1998, y los sucesivos programas efectuados a partir de 1992, elaborados por el Consorcio.

Desde que la Unesco reconoció a Santiago, en diciembre de 1985, la ciudad ha recibido todos los premios posibles

Este largo y fructífero proceso implicó a muchos responsables institucionales y políticos de diferente adscripción, a funcionarios y técnicos. Como no podría citarlos a todos, me limito a recordar al arquitecto José Antonio Bartolomé, que acaba de dejarnos y a quien la ciudad le debe más de lo que su discreción y talante permiten suponer.

Tampoco puedo relacionar la nómina de premios, porque Compostela los ha recibido todos; el último, el de Ciudades Patrimonio de la Humanidad que el Ministerio de Cultura acaba de conceder a la Oficina Municipal de Rehabilitación. A despecho de todo, persisten las leyendas urbanas, un fenómeno más agudo, si cabe, en las poblaciones intramuros, sean éstos físicos o mentales. Se dice que el centro histórico se banaliza; es posible, si nos limitamos al Franco y la Rúa do Vilar. Tampoco es cierto que se desertice; se siguen lanzando medidas encaminadas a recuperar los edificios vacíos y deteriorados. Y algunos todavía esgrimen el supuesto agravio de la limitación a la circulación de coches, como si nunca hubiesen salido de aquí y conocido ningún otro centro histórico. En estos 25 años las políticas urbanas no han dejado ningún frente sin atender, en especial en lo que toca a la gestión de los espacios públicos al servicio de la peatonalidad, sin excluir cierto tipo de tráfico, medido y ordenado.

Una política integrada de rehabilitación supone establecer un procedimiento para cada caso, dibujando todos los monumentos y cada una de las casas y ayudando a la física y a la química, al cuerpo y al espíritu, a la envoltura y a los que están dentro. En eso se ha centrado la modélica labor del Consorcio para, a partir de ahí, iluminar cada parte de la ciudad histórica con un recurso, un edificio o un equipamiento grande o pequeño: el Auditorio, el CGAC, el centro sociocultural de A Trisca, el colegio Raíña Fabiola, el polideportivo y el aparcamiento de San Clemente, el complejo de la finca de Vista Alegre, y ahora la Casa do Cabido y el Banco de España, que albergarán el Museo de la Santiago.

El futuro trae 11 años de descanso hasta el siguiente jubileo. Una década para sedimentar, tanto en términos culturales como mediáticos, científicos y espirituales, el fenómeno del Camino y del Xacobeo. Se puede aprovechar para plantear y desarrollar el plan director de la catedral y el conjunto armónico de plazas que la rodean y su arqueología, para estudiar desde una óptica urbanística los usos y la implantación de nuevas formas de vivienda, impidiendo que el casco viejo, que yo llamo la ciudad culta cuando propongo un diálogo con la Cidade da Cultura, se convierta en un gran hotel con encanto. Viene bien ese paréntesis para reconocer, a 20 años de vigencia del Plan Especial, la sociología de los que se van y de los que se quedan, y adaptar las políticas de rehabilitación a las rentas y necesidades de éstos; para introducir las últimas tecnologías levantando pavimentos y enterrando cables, para recuperar el sistema hidrológico dañado por antiguas intervenciones, para controlar el gas radón e introducir criterios bioclimáticos o para definir claramente qué hacer a medio plazo con los grandes paquebotes de arquitectura conventual.

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Si me pidieran la fórmula ideal para una ciudad histórica, señalaría dos ejes: el planeamiento y la entrega en cuerpo y alma de políticos y técnicos para coger el pulso de la ciudad y sus habitantes; a veces con ellos y otras veces un poco por delante, aunque sea a costa de generar algunas discordancias. El Plan General acaba de ser revisado, y la próxima década se presenta como el campo idóneo para reeditar una política de consenso municipal e institucional con tan buenos resultados en estos 25 años. Un desafío y una ilusión que, sin duda, serán una prioridad para el alcalde, el grupo de Gobierno y la oposición, para las Administraciones central, autonómica y local, para los técnicos y los ciudadanos.

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