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Columna
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El coloquio de los gatos

En mi casa vive una gata llamada Bartolo. El viernes, un matrimonio amigo me dejó a su gato, llamado Paco, mientras ellos visitan París. De madrugada me despertó una conversación que ocurría en el salón. Me levanté para investigar qué pasaba. Me quedé de piedra: los felinos hablaban en castellano de sus cosas, lo mismo que los perros de Cervantes. Paco le preguntaba a mi gata:

-Si eres hembra, ¿por qué te llaman Bartolo?

-Porque mis dueños adoptivos me encontraron una noche de invierno en la calle. Había nacido dos días antes; me abandonó un tipejo impresentable. Como no sabían de qué sexo era, me pusieron Bartolo. Al enterarse luego de que era gatita, prefirieron no cambiarme el nombre, por cariño.

-Yo también nací en Madrid. Ya sabrás que a los madrileños se nos llama gatos. ¿Por qué?

-Dicen que durante la dominación árabe, los madrileños trepaban por las murallas de Las Vistillas con arte felino. Hay otras interpretaciones, pero a mí me gusta esta.

-No, Bartolo. A los madrileños les llaman así porque esto es un gatuperio, sinónimo de "embrollo, enjuague, intriga".

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-No está mal. La capital deja bastante que desear, y más en tiempos de crisis. Estamos en bancarrota.

-Mira, Paco, es normal, porque el alcalde ha gastado más de lo que debiera. La mayoría de obras son necesarias, exceptuando las de Serrano, que no acabo de entender.

-¿Tú eres colchonera o merengue?

-Merengue, como mi dueño. ¿Y tú?

-Ay, Bartolo, lo mío es más complicado. Soy también merengue, pero como tengo ideología roja, mis jefes, que son unos guasones, me consideran rojiblanca. Oye, Bartolina, tú y yo podíamos...

-¡Ni se te ocurra! No estoy en celo.

-¡Todas las gatas sois iguales!

-¡Machista!

-¡Meapilas!

-Para nada.

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