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Reportaje:SINGULARES | Ángel Manuel García, relojero

"Los relojes de Uri Geller eran míos"

El coleccionista impulsa un museo de comercios tradicionales en Madrid

Le han regalado un epitafio, pero toca madera cuando le preguntan si lo usará. Ángel Manuel García tiene una relación especial con el tiempo, la que da nacer y vivir entre campanadas. Así que prefiere no pensar en que se acabe. Es de la segunda generación que se ha ganado la vida con la forma de medirlo. Y la tercera está ya detrás del mostrador. Seis o siete millones de relojes vendidos por su familia y miles atesorados por él, un coleccionista de amplio espectro que atrapa la vida en los objetos. Tantos como para intentar hacer un museo. Uno por lo menos.

Ángel Manuel García (Madrid, 1944) heredó con su hermano Ernesto la Antigua Relojería, un establecimiento fundado en 1880 en la calle de la Sal y que su padre, representante de Omega en España, había comprado en 1939. Ahí, a un paso de la plaza Mayor, el relojero lleva toda la vida -"si me sacan de aquí me dejan sin nada"-. "Me he encariñado con la idea de hacer un museíto por la falta de respeto de algunas marcas", asegura. Esas que, tras haber sido sello de la casa durante más de un siglo, amenazan ahora con abrir sus propias tiendas y abandonar a sus antiguos clientes.

Su padre compró la tienda en 1939 y era el representante de Omega en España
García posee unos 6.000 relojes y 1.500 documentos sobre ellos

Objetos no le faltan. "Tengo 1.500 libros y revistas sobre relojería, cinco o seis mil relojes que dejaron a arreglar y nunca recogieron, otros muchos que he comprado yo, 40.000 libros sobre Madrid, 2.000 objetos relacionados con la ciudad, casi tres millones de fotos...", enumera García, aficionado al Rastro y a las tiendas de anticuarios. Han sido sus principales proveedoras, aunque ahora él está desencantado con los altos precios. Muestra una vitrina cuajada de relojitos de mesa de distintas épocas -los de mayor valor están "en el banco"- y hasta uno que anunciaba el Telediario.

García, un talento de las relaciones públicas, tuvo entre sus grandes clientes a Televisión Española. "Los relojes de Uri Geller eran míos", dice con satisfacción. Se refiere al mentalista que conmocionó España una noche de 1975 cuando empezó a arreglar relojes y doblar cucharas en el programa Directísimo, presentado por José María Íñigo.

-¿Los arreglaba de verdad?

-Eran relojes que estaban parados. Si se coge uno en esas condiciones y se mueve con disimulo, patalea. Realmente no funciona, pero se mueve mientras dure el efecto que produce haberlo agitado. Aquello fue una bomba. Me pidieron que verificara los arreglos de Uri Geller y no lo hice, aunque como publicidad habría sido estupenda.

García llevó una decena de relojes a Prado del Rey y se exhibieron cinco, de los que aún conserva tres.

-¿Qué pasó con ellos tras el arreglo de Geller?

-Se volvieron a parar.

El milagro de aquello, prosigue García, "es que la gente creía que arreglaba los relojes y todo era un efecto placebo, pero luego venían a nuestra tienda como si tuvieran poderes". En cuanto a las cucharas dobladas, estaban rotas, "aunque con las piezas unidas por la capa de cromado".

-¿Geller era un farsante?

-No. Era un tío genial. Ha logrado vivir de eso toda la vida. Otra cosa es que tuviera virtudes milagrosas.

Total, que el taller de reparaciones de la familia García sigue abierto. En él trabajan tres relojeros. Hace décadas eran 25. "Para que la gente traiga a arreglar un reloj tiene que ser muy bueno".

Ahora que está jubilado, García trabaja "por decantación" en su proyecto de museo. Su idea inicial, hacerlo sobre relojería, queda en suspenso por culpa de otra: la creación de un museo del comercio tradicional de Madrid con los fondos que aporten los miembros de la Asociación de Establecimientos Centenarios y Tradicionales, que impulsa, entre otros, el propio García. "Podríamos instalarlo en un ala del Museo de la Ciudad", plantea. En él se podrían colocar, incluso, las instalaciones desmontadas de algunos establecimientos veteranos, como la sastrería que tuvo el abuelo de García en la Gran Vía, cuyos elementos aún guarda la familia. Ahí, propone también, podría estar parte de su variada colección de relojes. "El más antiguo es del siglo XVII", afirma.

El relojero está seguro del apoyo de la Cámara de Comercio, la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid a su iniciativa, pero sabe que la crisis económica lastra. "Si eres suficientemente pesado, las cosas terminan funcionando", confía. Y confía también en la supervivencia misma del reloj de pulsera. Ahora se venden menos, pero mejores, según García. De un centenar a una veintena por día en su tienda. Muchos ciudadanos han dejado de mirar la hora en la muñeca para hacerlo en el teléfono móvil. "Deberían vender relojes con teléfono, y no al revés", plantea.

Ángel Manuel García tiene demasiados proyectos como para plantearse si deja orden de emplear el epitafio propuesto por su amigo Alfredo Amestoy: "Vendió la hora, regaló el tiempo".

Ángel Manuel García, dueño de la Antigua Relojería en la calle de la Sal, muestra algunas piezas de su colección.
Ángel Manuel García, dueño de la Antigua Relojería en la calle de la Sal, muestra algunas piezas de su colección.GORKA LEJARCEGI

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