El Barça encuentra a Villa
El asturiano recupera el acierto con dos dianas en la cómoda goleada al Sevilla
Este Barça responde con voracidad en las grandes citas. Le va la marcha. Aunque se dio un batacazo contra el Hércules en casa, persigue, tenaz, el mazo irreductible del Madrid, sofocó al Atlético y el Athletic en su campo —citas resbaladizas en las últimas fechas— y empequeñeció en un segundo acto soberbio a un Valencia muy fogoso. Al Sevilla no le dio siquiera la oportunidad de combatir. Le arrebató la iniciativa, la pelota y todo protagonismo para anestesiarle desde el arranque del choque. Circulación vertiginosa del balón, presión avanzada, unas gotas de picardía y la regeneración de Villa, el remate azulgrana. Un Barça de manual, liderado, claro, por Messi.
Oxigenado el equipo tras la jornada de Copa, el Barcelona se ensambló sobre el césped a mordiscos, con un empuje ciertamente inaudito. Una táctica gallarda que amilanó de buenas a primeras a la zaga del Sevilla, experimental porque estaba el joven Luna por el flanco izquierdo y Varas bajo los palos, tras la lesión de Palop, con el tembleque en el cuerpo ante las sucesivas embestidas del equipo azulgrana. El punto flaco del Sevilla de Gregorio Manzano, que ha recuperado la versión original que les aupó en Europa —la que defendía Juande Ramos— con predilección por el ataque y sin excesiva preocupación por la retaguardia. Una concesión, en cualquier caso, que el Barça no desaprovechó.
Los de Guardiola arrebataron al rival la iniciativa, la pelota y el protagonismo
Fue un equipo de manual y liderado por Messi, que marcó tras una genial carrera
Entendió Guardiola que el duelo no era para probaturas y alineó al equipo de gala, por más que Maxwell y Keita se esmeren en rebatir la teoría. Pero, intervencionista por naturaleza, el técnico retocó un ápice el 4-3-3 consabido con Alves como actor principal, como resorte. Así, cuando encaraba el marco rival, el Barça dejaba una zaga de tres —siempre uno más que los dos atacantes adversarios— y situaba a cuatro en la medular con dos objetivos: lograr superioridad numérica para encontrar más líneas de pase y entregar el carril derecho a Alves, que permitía los movimientos internos de Villa. Nada baladí si se tiene en cuenta que en apenas unos metros se juntaban Villa y Messi, que mezclan con mayor precisión a cada partido que se sucede. Al tiempo, Xavi e Iniesta, desde atrás, se regocijaban con la multiplicación de opciones y huecos que se originaban al frente.
Con Xavi recuperado para la causa —se le dio relevo cuando el partido estaba resuelto—, todos los azulgrana reclamaron su cuota de reconocimiento. Piqué fue solvente en la salida de la pelota, Busquets resultó infatigable y efectivo en el corte y Pedro decidió con el quiebro, que tiró del regate que alumbró Prosinecki y que adaptó Luis Enrique, para romper la cintura de Konko y poner un centro al área chica. Varas escupió la pelota y cayó a pies de Messi, que aguantó la entrada de Cáceres y marcó con un disparo seco.
Apocado y sin argumentos, el Sevilla no encontró vía de escape al agobio. No carburaron las alas —entre otras razones, porque el movimiento de Alves también restaba a Capel, más pendiente en detener sus carreras que en originar las propias— y tampoco congeniaron Romaric y Renato con Kanouté, que actuaba de prolongación sin éxito. Menos entró en juego Luis Fabiano, que se tomó el día de fiesta por exigencias del guión. La expulsión de Konko, picajoso porque Pedro le lanzó un caño y respondió con una zancadilla por detrás que supuso la segunda amarilla, no ayudó. Uno menos para el Sevilla, siempre en inferioridad, con dificultades hasta para salir de su área ante la inflexible presión avanzada.
Tan hilado estaba el Barça, que incluso se rebeló a la condición de no rematar los encuentros durante este curso. Villa recibió en el vértice derecho del área, le enseñó la pelota a Luna, se la escondió para perfilársela a la izquierda y soltó un zapatazo a la escuadra opuesta, donde no alcanzaban las manoplas de Varas. Se desprendió el 7 del gafe que se le presuponía y evidenció que nadie le tiene ojeriza. Duelo resuelto. A pedir de boca. Ni siquiera faltó la pillería de Alves, que leyó un pase hacia atrás de Romaric hacia Varas y soltó una patada al estilo Karate Kid para lograr una diana que se abstuvo de celebrar por su pasado sevillista. La noche azulgrana la redondearon Messi y Villa con otro gol cada uno. El de Messi, en una fantástica carrera desde el centro del campo en la que sorteó a cuantos rivales le salieron al paso para concluir con un disparo inapelable. El de Villa, tras una acción de Busquets que acabó cediéndole un balón que el delantero asturiano fue perfilando hasta encontrar la mirilla cuando llegó a la media luna. Su disparo fue inalcanzable para un impotente Varas. Y el Sevilla, de nuevo, enmudeció.
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