"¡Hacen falta muchos 'marcelinos!"
Su último gran homenaje, por su 90 cumpleaños, reunió a amigos y adversarios
"Mientes, Marcelino y tú lo sabes". Corría noviembre de 1977 y Marcelino Camacho discutía en un programa de televisión llamado Cara a Cara con Nicolás Redondo sobre los resultados de las primeras elecciones sindicales en algunas empresas. Los dos secretarios generales de Comisiones Obreras y UGT eran ya veteranos dirigentes sindicales -y también políticos, miembros de las cúpulas del PCE y PSOE, respectivamente- tras muchos años en la clandestinidad. Las necesarias reivindicaciones democráticas les llevaron a mantener una relación estrecha y, con el tiempo, amistosa.
La frase quedó para la historia y si mentía o no, posiblemente ni el propio Camacho era consciente, porque siempre estaba convencido de lo que decía y hacía en defensa de unas causas que consideraba justas; pero aquel debate y otros posteriores, entre ellos dos, con (o contra) el presidente de la patronal José María Cuevas o ministros de los Gobiernos de UCD y del PSOE llegaron a ser antológicos.
En la cárcel aprendió a debatir y conceptos como plusvalía, capital...
Se convirtió, sin él quererlo, en un referente de la izquierda
La mayoría de aquellos antiguos adversarios asistió -junto a muchos amigos y compañeros del PCE, entre ellos Santiago Carrillo, y otros grupos- al homenaje que su sindicato le hizo el 26 de noviembre de 2007 adelantándose a su 90 cumpleaños, que cumpliría en enero del año siguiente. Allí acudió, sin saber a qué iba, con su mujer, Josefina Samper, y sus dos hijos. Y Camacho y Josefina, la mujer que conoció en el exilio de Omán (Argelia) y popularizó aquellos jerséis de lana que le llevaba a la cárcel de Carabanchel, se emocionaron cuando la sala coreó "¡hacen falta más marcelinos!".
Seguramente, sigue haciendo falta gente del corte de Marcelino Camacho, un hombre bueno, vital, honesto, lleno de cordialidad, con una mirada sana, sin atisbo de maldad, que se pasó la vida luchando por unos ideales y que, sin él quererlo, se convirtió en una referencia de la izquierda. Su espíritu combativo "en defensa de los derechos de trabajadores y trabajadoras" y, posiblemente, un arrebatador impulso reivindicativo -conocido desde su liderazgo en la fábrica de la Perkins, luego Motor Ibérica- le llevó a pasar muchos años en prisión. La última condena fue de 20 años en el famoso Proceso 1.001 que se celebró el mismo día en que mataron a Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973.
Allí, en las diversas estancias en la cárcel, aprendía, además de a debatir, el significado de conceptos como plusvalía, capital, productividad, inversión, lucha de clases... que luego manejaba airoso en sus apasionados discursos. La misma pasión que vertía en las relaciones con sus próximos, con los que no lo eran tanto y con la prensa, a la que solía tratar por igual, sin apriorismos ideológicos. Era amigo de todos y se entusiasmaba cuando se le escuchaba, muchas veces sin reparar en el tiempo que discurría y que el periodista no se atrevía a cortar.
Y la misma pasión con la que enseñaba el carné número 1 del sindicato, en cuya fundación participó "ante la inactividad de UGT" y el auspicio del PCE. Un hombre que, en las últimas manifestaciones del Primero de Mayo a las que pudo acudir -siempre con Josefina- mantenía el mismo fervor por sus ideales, pese a la división que laceraba el sindicato y el resquebrajamiento sufrido en su PCE, en el que tomó el camino contrario a los renovadores de Carrillo.
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