_
_
_
_
Reportaje:rutas paralelas

'Mad Max' de la Mancha

Elsa Fernández-Santos

Quizá La Mancha es el territorio de Don Quijote, pero hoy, si nos dejamos llevar por parte de su paisaje, nos acordaríamos más de Mad Max y su futuro posindustrial que del hidalgo caballero. Bajo los antiguos hornos de las minas de Almadén -una construcción gigantesca de tubos, bidones y andamiaje azul y amarillo en los que se solían fundir 100 toneladas de material al día-, las violentas aventuras del sucio trotacarreteras australiano están más a vuelta de la esquina que las de los bucólicos molinos de viento.

Las minas de Almadén fueron una de las más importantes del mundo, se estima que una tercera parte del mercurio consumido en todo el planeta salió de aquí. Sus galerías se comen una montaña entera que el hombre ha explotado desde hace siglos. En 2003 las cerraron y en 2008 las reciclaron para convertirlas en un parque temático minero. Un laberinto de grutas subterráneas, otro laberinto de enormes hornos apagados, tres pozos y dos museos (el del mercurio y el de la Interpretación Minera) se anuncian como reclamo de interés turístico: arqueología industrial, leen los carteles. En 2009 las visitaron 50.000 personas, pero el flujo de turistas ha descendido considerablemente y este año solo se han registrado 8.000 visitas. "Por la crisis, o porque es un lugar apartado, es difícil llegar", explican.

Eusebio Calvo es uno de los seis guías que baja a explicar la mina interior. Trabajó en los hornos hasta que se cerraron. Pedro era mecánico de mantenimiento, ahora atiende al público en la recepción. Siguen cada día, con pesimismo, las noticias sobre los mineros atrapados en Chile. "Pero lo peor ya ha pasado", afirman en referencia a los 17 días que los mineros chilenos pasaron si saber si les encontrarían. "Ahora, si los sacan, serán como aquellos de los Andes". "Pero no sé, pinta mal", continúa Pedro. "No tienen un pozo principal, sino uno muy pequeño con muchas galerías".

Los visitantes pueden bajar a la primera planta de la galería, 50 metros bajo tierra (el equivalente a los 17 pisos de un edificio a pie de calle) para conocer cómo era una mina del siglo XVIII. "Una mina real", insisten ellos. Se baja por el pozo de San Teodoro, con casco y linterna y un ascensor de hierro negro que provoca el primer latigazo claustrofóbico. "No hay que asustarse, aunque bajemos 50 metros el aire está cerca, bajamos por una montaña", tranquiliza Eusebio. Las paredes de minerales sudan agua y el suelo está mojado y algo enfangado. Esta montaña fue alguna vez un fondo marino y todavía hoy vemos restos fosilizados. Hace frío. El guía adorna el recorrido con explicaciones etimológicas de las palabras, anécdotas y alguna broma. Cuando se le deja ver que aquello a veces parece el túnel del terror (un pobre murciélago anda hoy perdido por los túneles), responde con orgullo: "Pues imagine trabajando con barro hasta las rodillas. Antes había miles de murciélagos, usaban las minas como cuevas naturales, ahora solo vemos alguna de vez en cuando".

En Almadén está el único baritel subterráneo de Europa, aquí vienen ingenieros y arquitectos de todo el mundo a estudiar este enorme bicho de madera que empujaban las mulas para hacer subir y bajar a la superficie los cestos cargados de mineral. También hay una sección dedicada a los forzados: "Eran galeotes que en lugar de ir a galeras los desviaban a Almadén. Aquí convivían con esclavos. Hacían los trabajos duros y poco especializados". La vida de los forzados se recrea con voces ambientales y un maniquí lejano que trabaja en una gruta con rejas. En la oscuridad se escuchan frases del tipo "somos fantasmas en vida... llevamos una cadena en los pies que nos recuerda que no somos libres... humillados y despojados de nuestra dignidad". "Frases lapidarias", sentencia Eusebio. "Solo el 15% eran criminales, el resto llegaron aquí por pequeños hurtos o víctimas de la Inquisición y la España negra".

El trayecto continúa hasta las tripas del pozo de San Aquitino. En los años cincuenta murieron cinco hombres al desplomarse la jaula que los subía a la superficie. Acabaron cerrándolo. Hoy, junto a la jaula, hay una virgen de los mineros y una mesa con falsas velas que se apagan y se encienden al echar una moneda. En Almadén trabajaron 3.000 personas. Cuando la mina se cerró la población que creció a sus faldas sufrió un duro revés. Pero el pueblo y su mina han sabido reconvertirse, aunque los viejos mineros no acaban de aceptar ni entender el nuevo parque. "Es normal, para ellos era su vida", explica un joven empleado, nieto e hijo de mineros.

Frente a las minas está la sierra de la Virgen del Castillo, desde la que se pueden divisar tres comunidades autónomas: Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha. Este aire fronterizo invade toda la zona y quizá explica su cambiante paisaje, pelado a veces, verde otras y lejano casi siempre. El conjunto (la naturaleza se mezcla con naves industriales y un campo lleno de ruedas de coches) produce cierta congoja, un sitio no apto para héroes, aunque vengan de ese futuro que nunca llegó.

El baritel de las minas de Almadén, único en Europa que se encuentra bajo tierra.
El baritel de las minas de Almadén, único en Europa que se encuentra bajo tierra.CLAUDIO ÁLVAREZ

Dormir a pie de albero

- Almadén presume de su plaza de toros y de su buena caza mayor. La plaza de toros es una curiosa construcción hexagonal que alberga 24 viviendas y que tiene, en lugar de patio, una plaza de toros. Allí está hoy el único hotel-plaza de toros del que hay noticias. El albero a pie de cama en una plaza que todavía funciona como tal y que debe su estructura al superintendente de las minas Francisco Javier de Villegas que, en 1752, tuvo la gran idea: más viviendas y, de paso, un lugar para los festejos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_