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Crónica:rutas paralelas
Crónica
Texto informativo con interpretación

TODOS LOS TOREROS MUERTOS

Daniel Verdú

Juan Belmonte se pegó un tiro un domingo de Pasión en su cortijo. Ese día, mayor y enfermo, se dio cuenta de que sus piernas no le servían ya para montar a su caballo. Pero a él le hubiera gustado morir en la plaza, con el toro. Como Joselito el Gallo, su gran amigo y rival que dividía en esa época a la afición taurina y a Sevilla en dos bandos, como suele suceder con muchos asuntos en esa ciudad. "Me has ganado la partida en Talavera", suspiró el diestro cuando supo de su muerte. ¡Cómo lloró aquel día! Y ahí están ahora tan cerca, apenas a unos 100 metros. Las dos tumbas en el cementerio de San Fernando, lugar donde reposan los cuerpos de poetas, cantaores, tonadilleras y muchos otros grandes maestros del toreo.

En busca de la memoria de los maestros de la lidia en un cementerio sevillano

-No sé, pregunte a algún sepulturero, a ver si quiere acompañarle. Yo no tengo ni idea de dónde están los toreros.

La encargada de la oficina del cementerio no está por la labor de tostarse a 40 grados por las callejuelas del enorme camposanto. Pero ahí está Juanma, apoyado en una pared, bajito, con el uniforme de trabajo, luciendo sonrisa de brackets y tendiendo su amable mano. En Sevilla ha muerto poca gente y hoy ha habido un solo entierro. Él, que fue albañil hasta hace poco y no tiene gran interés en la cosa taurina, se transforma en improvisado y valioso guía. Las histéricas chicharras se desgañitan mientras la avenida principal de la necrópolis atraviesa los enormes cipreses para dejar a un lado y otro los mausoleos y tumbas de los que murieron desde 1854, cuando se inauguró este lugar. Al fondo, empinado como el camino de la muerte, se levanta el Cristo de las Mieles de Antonio Susillo. Cuentan que en su primer verano, hace 150 años, de su boca brotaba miel. Pero milagro no fue, unas abejas habían montado un panal en el cráneo del crucificado.

Pues no era tan difícil encontrar a los maestros. Nada más entrar, a la izquierda, una gran escultura de Mariano Benlliure señala el lugar donde descansan Joselito, su cuñado, Ignacio Sánchez Mejías, y su hermano Rafael el Gallo. La obra representa el cortejo fúnebre del entierro del amado torero. La conmoción esculpida en bronce de una ciudad que le adoraba y que quedó destrozada cuando, hace 90 años, Bailaor, el quinto toro de la tarde, se fue directo al bulto cuando Joselito le daba el tercer pase. Se lo llevó por delante. Ese día compartía cartel con Ignacio Sánchez Mejías, torero y poeta de la generación del 27, que moriría también en la plaza 14 años después.

Porque entonces, aunque solo el amigo de Federico García Lorca alternara la pluma y la espada, el resto de toreros eran ya considerados artistas. Y quizá fue gracias a Belmonte, inventor del toreo moderno como el mundo de la cultura empezó a adorar a aquellos hombres, hoy proscritos ya en algunos lugares de España. La tumba del Pasmo de Triana es una enorme construcción cubista negra sin nada más que su nombre y una cruz. Tan austera como la vida que dicen llevaba. En esa época no recibían sepultura católica los suicidas, pero él la tuvo. Debió ser por quien era. A su lado, una lápida blanca con una tumba vacía. No tiene nombre grabado y está entre la del torero y la de la Niña de los Peines. La leyenda de los enterradores dice que ahí enterrarán a la duquesa de Alba. Aunque, honestamente, no parece lugar para ella y sus 46 títulos nobiliarios.

El jefe de los sepultureros aparece de repente montado en una vespa y con un bote de insecticida en la mano. Unos familiares le requieren para limpiar de bichos una de las tumbas. Mira de reojo y frunce el ceño mientras la moto ronronea ante la tumba de Belmonte. Enfrente, una columna partida con inscripciones en cada trozo suscribe el destino irremediable de Manuel García Cuesta el Espartero: "Nació para el arte / Murió por el arte". Lo mató Perdigón en 1894, un miura que embistió con toda su fuerza aquella tarde en la plaza como si quisiera desmentir la famosa frase de su víctima: "Más cornás da el hambre". Y quizá sí, pero no tan fatales.

Cerca de ahí, dos cuervos se despellejan a picotazos en una orgía de plumas y sangre sobre la tumba de Francisco Rivera Paquirri. Negra también, lisa y reluciente, con un lirio de plástico encima y una estatua del matador, como dando su último pase. La suya, quizá la más ostentosa, permanece ante la mirada de un grupo de tumbas fascistas (yunque y flechas incluidos) y la de la tonadillera, otra, que en este caso es Juanita Reina.

En San Fernando descansan también el Gitanillo de Triana, Luis Fuentes Bejarano, Manuel García Maera o Manolo González con una escultura en la que un niño sostiene una espada. Y debe de haber más, pero Juanma ya no lo tiene tan claro y dice que se vuelve al trabajo. A la mayoría les mató el toro en la plaza. ¿Qué pensarían ellos de todo el asunto de las prohibiciones? El sepulturero se encoge de hombros. "Hombre, gracia no les haría". No tiene pinta.

Esculturas de la tumba de Joselito realizadas por Mariano Benlliure.
Esculturas de la tumba de Joselito realizadas por Mariano Benlliure.JAVIER BARBANCHO

Parada obligatoria

- Tras la muerte del torero Joselito el Gallo en la plaza de Talavera de la Reina en 1920, su mausoleo en el cementerio de San Fernando se convirtió en una obra de arte de obligada peregrinación para los taurinos. Una cerámica reposa sobre su tumba para recordar con orgullo el pueblo donde murió aquel grande.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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