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Crónica:rutas paralelas
Crónica
Texto informativo con interpretación

El gran 'Facebook' de Sajazarra

Elsa Fernández-Santos

uando un pueblo de 130 habitantes se pone al servicio de un artista y un concepto resurge la fe en algo que no admite tímidas aceras: la militancia cultural. Sajazarra (La Rioja) no presume de sus cuidados viñedos, ni de su castillo, ni de sus perfectas casas de piedra, sino de su voluntad de ser cada verano un campo de experimentación para un videoartista, un fotógrafo o un pintor que quiera continuar su proceso creativo con los elementos que encuentra en este lugar, fuera de las paredes de su estudio. Chema Madoz, Manuel Sainz, José Manuel Ballester o Darío Urzay han pasado por aquí en los últimos 20 años. Esta vez es Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) quien ha decidido repostar en esta tierra para, a partir de los álbumes de fotos familiares de los habitantes de este pueblo, construir un mosaico de la memoria, un gran puzle de microhistorias, un retablo vivo de estos inquietos habitantes.

Su colega y amigo, el artista catalán Perejaume, le había hablado del lugar cuando creó en 2004 la pieza Esconderse, una reflexión sobre el paisaje contemporáneo que filmó en un plano fijo de 10 minutos en el cercano Cerro del Otero con 54 vecinos sajeños. El catálogo que se editó para la ocasión iba encabezado con una frase de Virgilio: "Hay que hablar o callar". Una cita que hoy debería grabarse en los muros de Sajazarra, porque este pueblo se resiste a enmudecer y, así, la bodega de Carlos García (a quien se le debe la primera piedra de Los Encuentros de Arte de Sajazarra) es el comedor donde un plato de lentejas tiene un sentido casi espiritual en pleno agosto y la casa de Isaac Salazar, un albañil que se implica cada año en las actividades, es el techo que cobija al artista invitado. Es ahí donde Fontcuberta saca su ordenador portátil para explicar en qué consiste su proyecto de este año: crear con la técnica de la fotocerámica, la misma que se utiliza en las lápidas de los cementerios -"muy estable y resistente"-, un mural que de lejos reproducirá el campanario de la iglesia (cargado de leyendas moriscas) y, de cerca, estará compuesta por miles de imágenes familiares en forma de píxeles o teselas.

Fotografía y memoria, fotografía y muerte y, también, fotografía y felicidad; Fontcuberta quiere explorar la duplicidad en un arte que es correa de transmisión de nuestros sentimientos. "Hace años el álbum era el sanctasanctórum de la unidad familiar, transmitía esa unida familiar y ofrecía una suerte de imagen edulcorada de la realidad. Pero el álbum ha desaparecido y ahora Internet refleja una unidad que no es necesariamente la familiar. Hoy el uso de la fotografía no es para documentar hechos reales, sino para sentirse miembro de un determinado círculo, y eso es algo que trastoca los pilares fundamentales de la memoria fotográfica". "Lo que me interesa con este trabajo", añade, "son las posibilidades semánticas y de comunicación, no las artísticas. Me interesa cómo la imagen se relaciona con la realidad". Para crear este mural, el artista utilizará el programa de su serie Googlegramas, que crea una imagen compuesta por la suma de otras imágenes filtradas por el motor de búsqueda de Google. "Antes la fotografía certificaba lo real. Hoy lo certifica Google. Pero el funcionamiento semiótico de la imagen no tiene nada que ver con el de la palabra".

La memoria gráfica de Sajazarra se convierte a través de Fontcuberta en objetos melancólicos puestos a disposición de un programa de Internet, la artesanía del mosaico frente a las nuevas tecnologías: "Un monumento a su vida, a sus orígenes". "Aquí no tiene sentido hacer una obra que pueda hacerse en su estudio, hay que implicarse. Aquí colabora todo el pueblo", afirma Carlos Rosales, comisario desde hace 13 años de los Encuentros. La pieza final de Fontcuberta tendrá unos cuatro metros de altura por tres de alto y cada imagen individual medirá 10 - 15 centímetros. "Yo intervengo en las reglas del juego, pero es el programa el que elige. No yo", dice el artista.

Y así, el ordenador seleccionará entre los recuerdos de unas 40 familias, entre más de 10.000 imágenes que estos días un equipo "de las fuerzas vivas del pueblo" está archivando una a una. Bodas, bautizos, comuniones... en apenas unos minutos se agolpan unos junto a otros los recuerdos como las cuentas de un collar: "Esta foto es de un año antes de la muerte de mi padre", "¡Mira, mi hermana!", "Así era el pueblo en los años sesenta", "Esos pantalones de lana rojos me los hizo mi madre", "¿Pero qué valor tiene una foto de mis nietos? Para mí, mucho. Pero para nadie más", "De viaje, en Toledo", "En casa no había cámara, esas fotos nos las hacían los tíos, cuando venían de visita", "Dos o tres veces al año venía un fotógrafo de Haro...". Nuria García recuerda entonces a su abuelo, Flores García Iruzubieta, un trabajador de la Renfe que sí tenía una cámara fotográfica. "El abuelo nos hacía sufrir mucho con sus fotos. Su cámara era de esas de fuelle, la tuvo hasta los 80 años. Siempre nos hacía posar". Fontcuberta escucha atento estas historias mientras pasa las páginas de sus álbumes de recuerdos y dice: "Aborrezco los guetos artísticos. Hay que intervenir donde el espectador no espera la sorpresa del arte".

El fotógrafo examina álbumes familiares de los vecinos.
El fotógrafo examina álbumes familiares de los vecinos.LUIS AZANZA

La campana de la mora

- Joan Fontcuberta ha recogido una vieja historia local para su proyecto en Sajazarra. Es la leyenda de la mora Zuleya, que quería convertirse al cristianismo y ninguna localidad quiso ayudarle, excepto Sajazarra. Ahí le administraron el sacramento que pedía. Ella agradeció el gesto con una hermosa campana y con la propiedad de Gembres, un terreno que pasó al pueblo para que se repartiera entre los vecinos. Esa campana, que se divisa desde la entrada del pueblo y que desde entonces se conoce como la campana de la mora, es para el artista un símbolo de la tolerancia que representa lo mejor de este municipio riojano.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’
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