_
_
_
_
me cago en mis viejos III

NUEVE

Estoy en la barra de Zahara, tomándome un café con leche, cuando el tío de al lado, un pureta de la edad de mi viejo, pregunta si puede invitarme. Lleva, como mi viejo antes de prejubilarse, chaqueta y corbata, además de un traje azul. Todo es idéntico, pero todo es diferente. En mi viejo, la corbata te hacía pensar en alguna forma de fracaso; en este tipo resulta una bandera. En mi viejo, el traje parecía una necesidad; en este nota, un lujo. Ahora que caigo, creo que lo he visto en otros sitios, como si me siguiera. Mis viejos, digo entonces respondiendo a su invitación, me enseñaron que no aceptara caramelos de desconocidos. El tipo se echa a reír. Tú verás, dice, y me ofrece un pito. Tampoco fumo, digo. Haces muy bien, dice él encendiendo el suyo como un actor. Cuando estoy a punto abrirme, dice que si me puede hacer una pregunta. No le digo ni que sí ni que no, pero me quedo ahí, como esperando a que dispare. Trabajo aquí mismo, continúa él, en la esquina con Tres Cruces, mi despacho da a Gran Vía y paso mucho tiempo mirando la calle. Desde la vuelta del verano, te veo todos los días ir de arriba abajo, de un lado a otro, por la mañana, por la tarde... No eres un mendigo ni un poli ni un chapero, no vendes cupones, no estudias, no trabajas, no pasas mierda, tampoco eres un yonqui... ¿Se puede saber a qué te dedicas?

La calle está llena de gente misteriosa que no sabe que es misteriosa
Más información
Me cago en mis viejos I, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos II, por Carlos Cay
Me cago en mis viejos III, por Carlos Cay

El hecho de que alguien se haya fijado en mí me raya un huevo, pero me consuela dos huevos, mira, no era tan invisible, o solo lo era para las tías en general, y para las putas de Montera o Ballesta en particular, aunque también para los camareros de los bares... Fíjate que no me importaría recibir caramelitos de este man, idea que por otra parte me acojona mazo, claro, vete a saber quién es, lo que busca y por qué me persigue (si lo hace, que tampoco puedo jurarlo). ¿Por qué pasas tanto tiempo asomado a la ventana?, pregunto. Porque me gusta, dice, la calle está llena de gente misteriosa. Yo no soy misterioso, digo. Eso es lo que te crees, dice él, la gente misteriosa no sabe que es misteriosa. Se calla, yo me callo también. Creo que me toca hablar a mí, pero me quedo mudo, como si estuviera ante una tía que me mola, tronco.

EDUARDO ESTRADA

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_