Mitch Miller, productor y padre del 'karaoke' televisado
Apostó por la música popular a pesar del auge del rock
El amplio y variado universo de la música popular estadounidense tenía en Mitch Miller, fallecido el pasado 1 de agosto a los 99 años, a toda una estrella. Presentador de televisión, director de orquesta, y, sobre todo, productor musical, Miller era un emblema para la cultura norteamericana y, especialmente, para la generación del baby boom, cuando en los cincuenta y sesenta los discos brillaban por su propósito artístico abundante en cuidadosos arreglos y el pop se disfrutaba en todos los hogares a través de la radio y la pequeña pantalla.
Nacido el 4 de julio de 1911, en Rochester (Nueva York), Miller formó parte de la rica generación artística judía surgida tras la II Guerra Mundial. Hijo de un inmigrante ruso y una costurera, se graduó en la Escuela de Música Eastman de la Universidad de Rochester. Como oboísta con talento, empezó su carrera en diferentes orquestas, llegando a participar en la lujosa formación de George Gershwin en 1934. Del mundo que rodeaba al maestro Gershwin, entre musicales de Broadway, compositores del Tin Pan Alley y clásicos de jazz, Miller absorbió la esencia del cancionero americano de primera mitad del siglo XX (conocido como Great American Songbook). Era música bella y pomposa, entendida como una seña de identidad del país, al igual que el cine de Hollywood.
A mediados de los años cuarenta, dejó los instrumentos para saltar al sector discográfico en Mercury Records, un pequeño sello que llegó a colocar entre los más importantes del negocio gracias a su trabajo en las labores de producción con Frankie Laine, Vic Damone o Patti Page. Con esta última, Miller demostró su talento y se convirtió en un pionero al introducir nuevas técnicas de sonidos sobre grabados en Money, Marbles y Chalk. A partir de ahí, dio el salto a Columbia Records, una de las grandes discográficas de todos los tiempos donde fue director de la sección de discos pop.
Con su peculiar perilla de bigote abultado y su rutilante sonrisa, fue un verdadero rey Midas de la música de estudio. Todo lo que pasaba por sus manos se transformaba en oro. En tan solo tres años, consiguió 51 números uno en grabaciones para Doris Day, Tony Bennet, Rosemary Clooney, Jo Stafford o Johnny Mathis. En el libro sobre la historia de Columbia Records, The Label, el periodista Gary Marmorstein cita a Miller en algunas de las cumbres más altas de la discográfica como un hombre atrevido a los mandos, que sabía lo que quería en todo momento. Rodeado de grandes vocalistas, su concepto artístico estaba abierto a los juegos instrumentales. Con todo, sus errores también fueron sonados: rechazó a una joven Aretha Franklin, distintos proyectos con Frank Sinatra y se opuso al ascenso del rock'n'roll.
A finales de los cincuenta, comenzó una célebre serie de discos titulados Sing along with Mitch, que hizo las delicias de la audiencia que huía de la música que popularizó Elvis Presley y demandaba canciones tradicionales. Ese era el mejor terreno de Miller. En los setenta, esa serie musical pasó a ser un programa de la cadena NBC, en una especie de karaoke televisado, donde un coro masculino interpretaba temas antiguos acompañado por algunas cantantes, como Leslie Uggams. Los espectadores podían unirse y entonar las letras que aparecían en la pantalla. Este programa le permitió entrar en la mayoría de los hogares del país, siendo un referente familiar de primer orden. Su rostro, como su música, alcanzó desde entonces la posteridad en la cultura norteamericana.
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