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Reportaje:

Largo viaje del gulag al olvido

Un libro narra el drama de los últimos aviadores republicanos, abandonados en Rusia y maltratados durante casi 16 años por el régimen de Stalin

Partió para seis meses y tardó 16 años en regresar. Dejó una guerra civil y regresó a una dictadura aislada y obsoleta. En medio, el frío del gulag, la tortura, la amenaza, el olvido.... La historia de José Calvo Muedra (Valencia 1919-1990), de una familia originaria de Alfara del Patriarca, quedó silenciada durante décadas junto con la de decenas de aviadores republicanos atrapados en Rusia. Y por ello, 56 años después, su hija Carmen Calvo Jung, arquitecta alemana, ha dedicado una década a investigar la historia de aquellos pilotos para contarla en un libro, Los últimos aviadores de la República. La Cuarta Expedición a Kirovabad, publicado por el Ministerio de Defensa con la ayuda de la Fundación AENA.

El regreso en 1954 se convirtió en una bienvenida triunfal de la División Azul
Les quitaron los pasaportes y les pusieron nombres rusos al llegar

José Calvo, con apenas 19 años, fue enviado por el Gobierno de la República en otoño de 1938 para aprender a pilotar aviones primero en Murcia y después en la escuela de Kirovabad. Era la cuarta de las expediciones que dotaban de pilotos al Ejército Republicano, formados en un rápido e insuficiente aprendizaje, para luchar contra las tropas del general golpista Francisco Franco. Partieron alrededor de 200 alumnos.

"Nada más llegar, les pusieron ropa del ejército ruso, les quitaron los pasaportes y les pusieron nombres rusos", explica Calvo Jung. Y ya no volvieron a recuperar su documentación. Hasta tal punto, que es casi imposible rastrear en archivos su vida. "No hay ni un papelito, ni un papelito", repite la autora, que ha dedicado muchas horas al estudio y a conversaciones con familiares y algún superviviente.

Y es que tras el fin de la guerra española, la escuela de Kirovabad cerró inmediatamente y los aviadores fueron dispersados por casas de reposo. Ante la reticencia de Rusia a dejarles volver a España, se les ofreció como única opción quedarse en Rusia y adaptarse a una nueva vida. Muchos aceptaron, y su historia se pierde en otras muchas aventuras. De hecho, unos 50 de ellos combatieron después en la II Guerra Mundial en las filas del ejército ruso. Pero 25 insistieron en regresar y allí comenzó su calvario.

Apenas tres días después de la declaración de guerra de Alemania a Rusia (22 de junio de 1941) se les arrestó, se les envió a la cárcel de Novosibirsk, a 3.000 kilómetros al este de Moscú. En noviembre de 1942 llegaron a la estepa de Kazajistán, cerca de Karaganda, la capital según Aleksandr Solzhenitsyn del Archipiélago Gulag. Les instalaron en el campo de trabajos forzosos de Kok-Usek, una instalación en la que, según Calvo Jung, "la mortalidad se situaba entre el 60% y el 70% de los confinados" y donde estuvieron presos con 64 marinos mercantes españoles a los que el fin de la Guerra Civil les pilló en puertos soviéticos. Allí permanecieron hasta mayo de 1948. En ese tiempo varios españoles, al igual que muchos otros presos, trabaron amistad y relaciones con mujeres europeas confinadas. Y hasta nacieron algunos niños. En 1947, a las mujeres y a los menores se les permitió regresar a sus países. Pero el infierno no acabó para ellos.

Calvo Jung apunta que a partir de 1946 comenzó una campaña internacional desde la Federación Española de Deportados e Internados Políticos (FEDIP) para salvar a los prisioneros de la zona de Karaganda. Y se le iluminan los ojos en agradecimiento al hablar de sus impulsores, el catalán José Ester Borrás y la francesa Odette Kervorch.

En mayo de 1948 se les envió a Odesa junto a los marinos, en principio con la promesa de repatriarlos, la mayoría a países de Suramérica, o a Alemania, Francia, Austria o Checoslovaquia, donde tenían familia. Pero allí les forzaron de nuevo a asimilarse. 47 personas firmaron un documento, entre ellos 10 pilotos, en el que aseguraban "que querían vivir en la URSS hasta su regreso a una España republicana".

Pero 14 de los aviadores supervivientes, entre ellos José Calvo y otro valenciano, Fulgencio Buendía, y otros 26 marinos se negaron. Y allí comenzó para ellos un nuevo calvario "por campos de trabajo aún peores", según la investigadora, durante otros seis años. Periodo en el que compartieron numerosos gulags, sin distinción de trato, con los "grandes criminales de guerra para los comunistas", los alemanes y los españoles de la División Azul.

Finalmente, ante la presión internacional y con la intermediación de la Cruz Roja francesa, comenzó la repatriación de 300 presos españoles confinados, entre los que se encontraban 12 aviadores republicanos supervivientes. Un barco, el Semíramis, partió el 26 de marzo de 1954 de Odesa con destino Barcelona en un viaje que no hizo escala en Francia, como estaba previsto. Aunque se les prometió que el que quisiera podía no desembarcar.

La llegada a Barcelona el 2 de abril de 1954 se convirtió en un recibimiento triunfal a la División Azul. Franco incluso fletó autobuses desde los pueblos de los repatriados con familiares. Tras casi 16 años sin verlos, era difícil no bajarse del barco y montarse en un autobús que, inmediatamente, les trasladó a sus viejos hogares. En ese momento comenzó para ellos una nueva vida no exenta de miedo a las represalias.

"El trauma, el trauma no les dejó jamás", termina Calvo Jung, a quien le gustaría ahora hacer un documental con la vida de los hijos de estos aviadores.

Carmen Calvo Jung, con su libro <i>Los últimos aviadores de la República</i>.
Carmen Calvo Jung, con su libro Los últimos aviadores de la República.JORDI VICENT

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