Incombustible Costa Azul
La Riviera francesa recibe desde hace décadas a millonarios y famosos
Desde políticos hasta cantantes, actores o deportistas, pasando por empresarios y personajes del mundo de la moda, la Costa Azul se mantiene hace décadas como uno de los destinos más exclusivos del verano. Famosos y grandes fortunas cumplen con el ritual de salir de compras por Mónaco, Niza y Cannes y atracan sus yates en el puerto de los millonarios de Cap d'Antibes. Se alojan en suntuosas mansiones repartidas a lo largo de los cientos de kilómetros de costa que separan la frontera italiana de la población de Hyères o en algunos de sus hoteles de lujo y se dejan caer por Saint-Tropez, para gran desconsuelo de quien más ha contribuido en convertirlo en un destino mítico: Brigitte Bardot.
"Insidiosamente, los millonarios se han infiltrado, las estrellas, los productores, los cantantes, los palacios de mármol han reemplazado a las viviendas y las casas de pescadores han alcanzando precios extraordinarios", se lamenta la actriz conocida por sus iniciales, B.B., en una carta manuscrita publicada esta semana por la revista Gala. En ella explica que vive "replegada" en su villa, La Madrague, que compró en 1958, alejada del centro de la ciudad, y por la que han pasado numerosas estrellas como Alain Delon o Romy Schneider. Para ella supone "lo que queda todavía de verdadero, de puro y de protegido" del lugar, y trata de mantenerlo como tal pese a que es "objeto de visitas de barcos turísticos".
Aunque este verano, por tercer año consecutivo, parte de los paparazzi han sentado su base a varios kilómetros de allí, en el Cap Nègre, donde se encuentra el Chateau Faraghi, la mansión de la suegra del presidente Nicolas Sarkozy. El mandatario y su esposa Carla Bruni han tomado la costumbre de veranear allí, arrastrando con ellos a periodistas y curiosos que esperan en la entrada de la urbanización de lujo para captar la imagen del presidente montando en bicicleta o corriendo por la playa más cercana. La pareja presidencial ha disfrutado esta semana de unos primeros días de reposo en la propiedad familiar, antes de iniciar oficialmente las vacaciones en agosto. "Somos el nuevo Saint-Tropez", bromea un comerciante de la zona en un artículo de la prensa local.
Pero es difícil que le quiten a Saint-Tropez su fama de estación balnearia más selecta de la costa. El antiguo pueblo de pescadores del que se enamoró Bardot y que ahora tanto añora, no acaba de pasar de moda. Pese a los turistas y los fotógrafos indiscretos en busca de famosos, estos siguen acudiendo a la cita.
En la lista de los habituales de Les Caves du Roy, el muy prestigioso club del Hotel Byblos -270 euros la botella de Champagne- se encuentran Bono, Bruce Willis o Leonardo di Caprio, mientas que Giorgio Armani, George Clooney o Naomi Campbell no pierden ocasión de pasear por la ciudad. El modista Karl Lagerfeld no se lo ha pensado dos veces y ha escogido la terraza del café Sénéquier para lanzar el pasado mes de mayo su colección Croisière. A la presentación acudió acompañado por Vanessa Paradis, Diane Kruger y Anna Mouglalis.
Tanto en Saint-Tropez como en el resto de enclaves exclusivos, en los últimos años, a los famosos de toda índole y los jeques árabes se han ido sumando las nuevas fortunas rusas, levantadas tras la caída del imperio soviético. Su representante más conocido, aunque no del todo el más excéntrico, es quizás Román Abramóvich, presidente del club de fútbol de Chelsea, asiduo de la zona desde finales de los noventa. En 2004 se decidió a hacerse con el Castillo de la Croë, en Cap d'Antibes, un palacete a orillas del mar que adquirió por unos 20 millones de euros. Una cifra casi razonable en términos comparativos, si no fuera por los 100 millones de euros de reforma invertidos, según detalla Bruno Aubry, en un reciente libro dedicado a los multimillonarios de la costa.
Su compatriota, el oligarca Mijail Prokhorov, llegó a pactar hace dos años la compra de la espectacular Leopolda, en las alturas de Villefranche-sur-Mer por unos 400 millones de euros, lo cual la convertía con diferencia en la propiedad más cara del mundo. El magnate finalmente dio marcha atrás. La broma le costó nada menos que 39 millones de euros, los que adelantó para dar la señal.
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