El monstruo voraz
Desde hace más de una década vivimos en España una eclosión de libros sobre Hitler, dignos de atención en su mayoría, como los que reseñamos ahora. El excelente estudio sobre las lecturas de Hitler, "voraz lector", disipa el tópico de que el dictador nazi era "inteligente y culto". Más bien fue un tarugo que leía de manera compulsiva, consciente de su bajura intelectual. Llegó a poseer 16.000 volúmenes en sus bibliotecas personales, sólo se han conservado unos 2.000. Nunca leyó por placer sino por afianzar sus prejuicios y darles barniz científico.
En su juventud leía libros de aventuras; de haber seguido esa estela, entrando luego en la gran literatura, tal vez hubiera sido un hombre normal, pero fue un monstruo. Los libros que de verdad le influyeron estaban llenos de ideología reaccionaria y prejuicios: eugenesia, esterilización, ocultismo. No frecuentó ni la literatura ni la filosofía clásicas, odiaba las novelas y los escritos pacifistas de Gandhi, Tagore o Rolland. Devoró mucha memoria de guerra y títulos antisemitas como El judío internacional, de Henry Ford.
Los libros del gran dictador
Timothy W. Ryback.
Traducción de Marc Jiménez Buzzi.
Destino. Barcelona, 2010.
380 páginas. 19,50 euros.
El joven Hitler que conocí
August Kubizek
Traducción de Raquel Herrera
Tempus. Barcelona
314 páginas. 24 euros.
El año de las grandes decisiones
Giles Macdonogh
Traducción de Luis Noriega
Crítica. Barcelona 2010
398 páginas. 27,90 euros
Historia social del Tercer Reich
Richard Grunberger
Traducción de Esther Donato
Ariel. Barcelona
2010. 366 páginas. 22 euros.
Se supone que Nietzsche marcó la ideología de Hitler: ¡no sabía ni palabra de Nietzsche!
Se supone que Nietzsche marcó la ideología de Hitler: ¡No sabía ni palabra de Nietzsche! Como tampoco de la filosofía alemana seria; leyó una biografía de Kant, pero en nada le influyó la humanidad del sabio profesor. Leni Riefenstahl le regaló una bella edición de las obras completas de Fichte y el Führer subrayó algunos pasajes de exaltado nacionalismo. En uno de sus despachos tenía un busto de Schopenhauer, aunque sólo para impresionar al visitante. Ryback consigue un libro ameno que confirma que la buena literatura agudiza la inteligencia de las personas que ya la tienen, y que los malos libros afianzan a los necios en su maldad y necedad.
El amigo de adolescencia de Hitler, August Kubizek, luego director de orquesta y funcionario, trató al futuro dictador durante cuatro años en Linz y Viena. En su libro hagiográfico, cuyos episodios hay que considerar con cautela, recuerda al joven Hitler "inmerso en un mundo de libros y música". Las antiguas sagas germanas eran sus favoritas, además de la música de Wagner. Se conocieron en el teatro de Linz donde ambos jóvenes se disputaban una columna en la que solían apoyarse, pues tenían que ver las largas representaciones de pie, al no tener dinero para palcos. El relato de Kubizek atrapa desde las primeras líneas. Pinta a Hitler como un héroe romántico: un chico de férrea voluntad, consciente de su genialidad y de una "misión"; un alma de artista, antiburgués soñador que no quería ser un gris funcionario, y que abominaba de los trabajos "para ganarse el pan".
Entre varios episodios fabulados -como el enamoramiento platónico por Stefanie-, destaca el recuerdo de las ideas del joven Hitler que Kubizek escuchaba extasiado. Peroratas sobre música y arquitectura mostraban un ansia de dominio sin medida; insolidario, egoísta, manifestador a ultranza, Hitler no tenía amigos, tan sólo a este Kubizek al que prohibía otras relaciones. Rígido, férreo, gélido, incapaz de bromear se tomaba a sí mismo tan en serio que daba miedo. No es extraño que este hombre en el fondo tan tosco e incapaz de madurar siguiera una carrera política, cegado por la ambición de gobernarlo todo y de manipular el mundo a su antojo. Kubizek narra también la hora de la gran epifanía: después de asistir a una representación del wagneriano Rienzi, Hitler lo llevó en plena noche a un monte de Linz; allí tuvo la visión de su actividad futura: la política, la sangre y la inmortalidad.
En el estudio de MacDonogh vemos a Hitler, ya canciller del Reich, en un año crucial, el de "las grandes decisiones". La doma absoluta del ejército, que dejó de ser independiente, la invasión de Austria y Checoslovaquia y las primeras persecuciones de judíos, así como la construcción de los campos de Dachau y Buchenwald en los que se encerraba a los disidentes. Se veía ya que Hitler anhelaba la guerra total por el dominio de Europa. El ensayo es magnífico y pormenoriza los acontecimientos centrándose en los hechos internos del círculo de gerifaltes nazis, entre los que Hitler jamás contó con amigos sino sólo con tramoyistas que lo ayudaron a escenificar el gran acto final de destrucción al que encaminó a Alemania.
Por último, el libro de Grunberger, de absoluta referencia, proporciona una amplia panorámica de la sociedad alemana en la época de plenitud nazi. Cómo y hasta qué punto la ideología del partido impregnó la vida de millones de ciudadanos, más víctimas que artífices de una revolución absoluta que sacudió la existencia entera de hombres y mujeres. El trabajo, la educación y los pensamientos fueron literalmente fagocitados por Hitler y su camarilla de ideólogos y asesinos, por aquella ideología nefasta y absorbente que llegó a controlar hasta el más mínimo movimiento en el Reich alemán, desde las grandes obras de ingeniería y arquitectura, las artes y las letras, hasta las profesiones, la vida familiar o los medios de comunicación, en fin, todo; el aborrecible líder nazi consiguió lo que más deseaba: seducir y someter a millones de personas a su arbitrio igual que en su juventud al amigo Kubizek.
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