Prestigio
Ya saben que la presidenta del Constitucional dice que hay "una campaña de desprestigio" contra el Tribunal. No estoy de acuerdo, pero creo que entiendo su preocupación. Tal vez tema que la gente pierda la confianza en la Justicia como institución esencial de la vida democrática. Lo cierto es que pasarse cuatro años sin ponerse de acuerdo, como ha hecho el Constitucional, es un desastre. Claro que les ha caído la patata caliente del Estatut, un torpe embrollo político de difícil arreglo. O sea que, al final, se diría que la madre de todos los desmadres es el calamitoso nivel de la clase política. Poner hoy mal a los políticos es un tópico, un clamor. Las encuestas los valoran fatal, y casi da vergüenza caer en la obviedad de meterse con ellos. Y lo más triste es que en este país también hay políticos estupendos, tipos vocacionales y generosos. Pero no son los que prosperan, porque el marco imperante parece favorecer el triunfo de lo peor de cada casa. De los más sectarios y más maniobreros. De gente que no se mueve por el bien común, sino por su propio beneficio o, como mucho, por el de su horda (perdón, quise decir partido).
A veces me pasa como a la presidenta del Constitucional: siento miedo de que este constante vapulear a los políticos termine minando la confianza de la gente en el sistema democrático, que me sigue pareciendo el menos malo. Cuncta fessa, "todos están cansados", dijo Tácito para explicar por qué la República romana concedió inmensos poderes a Octavio, convirtiéndolo en el primer emperador; el cansancio ante la inseguridad y el descrédito político llevó a Roma a perder sus derechos y sus libertades, porque a veces los pueblos escogen suicidarse. Pero luego pienso que nuestra sociedad es lo suficientemente madura, que podemos y debemos criticar a nuestros representantes, y que a todo lo demás hay que añadir la indignación de verles destrozar su propio prestigio.
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