Reserva total
Triste imagen tendría de Albéniz quien lo conociera únicamente por lo escuchado el miércoles. En primer lugar, por el escaso interés que presentan, comparadas con otras obras suyas, las Canciones Italianas. En segundo lugar, por los discutibles arreglos orquestales firmados por Albert Guinovart. Y, en tercero, por la poca entrega de Ainhoa Arteta en lo que a Albéniz (y al resto del programa) se refiere. Un programa, por cierto, de dificultad escasa y riesgo casi nulo para la soprano.
Algunas de las piezas para piano posteriormente agrupadas como Suite española (fueron ocho, en principio), vienen conociendo toda suerte de transcripciones. Asturias, desde luego, más que ninguna, y con fortuna diversa. La que hizo Tárrega para guitarra consiguió, si cabe, añadirle todavía más embrujo. Las orquestaciones hechas por Guinovart sobre el Albéniz citado y cuatro de las quince tonadillas de Granados, por el contrario, parecieron restar vigor y encanto al acompañamiento pianístico original. La música de Albéniz, como la de Chopin, forma una simbiosis tan estrecha con el piano que resulta siempre difícil separarla de él. El problema de las Canciones Italianas, sin embargo, es otro. Se trata de una música de salón, de compromiso, con exiguo calado y parca originalidad. Revelan muy mal el genio del compositor de Camprodón.
AINHOA ARTETA
Orquesta de Cadaqués. Director: Gianandrea Noseda. Obras de Albéniz, Granados y Schumann. Palau de la Música. Valencia, 28 de abril de 2010.
Pero le vinieron muy bien, por su escasa dificultad, a Ainhoa Arteta, dispuesta -todavía más que en el 2007- a hacer el mínimo esfuerzo posible. Completaron su intervención cuatro tonadillas de Granados, interpretadas con la mayor reserva del mundo. Se adivinaron sus cualidades, pero cualquier comentario sobre el recital resultaría aventurado. Para ello tendría que haber puesto la carne en el asador, sin guardarse la voz para mejores ocasiones y ofreciendo un programa más comprometido. Sólo en la propina (O mio babbino caro) dejó traslucir algo de lo que sabe hacer.
La Orquesta de Cadaqués la acompañó con cuidado y precisión. Noseda no cayó en las trampas del folclore barato, pero resultó a veces un poquito soso. Tras el descanso, Schumann, cuya Sinfonía núm. 2 gustó más en los movimientos centrales que en los extremos. A destacar, en el Adagio, el dulce solo del oboe, continuado por unas llamadas casi vespertinas y bellamente ensoñadoras de las trompas.
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