La extraordinaria vida del tahúr
Un respeto. El caballero del pelo blanco es uno de los supervivientes del Brill Building, aquella fabulosa fábrica neoyorquina de canciones que alcanzó su apogeo en los primeros sesenta. Chip Taylor aclara que él no trabajaba exactamente en el Brill sino en otro edificio cercano, también en Broadway. "Eran verdaderas colmenas, plantas convertidas en cubículos donde se componía sin parar. Firmabas un contrato que, a cambio de un fijo, te obligaba a crear un número limitado de canciones. Un engaño, luego te pedían muchas más. Aparte, entrabas en una dinámica muy extenuante: tenías que grabar maquetas para ofrecérselas a los artistas y terminabas ejerciendo además de arreglador, productor y cantante. Allí yo era un raro: no usaba el piano, tocaba la guitarra. Sonaba más country, más rhythm and blues que lo de Burt Bacharach, por ejemplo".
"Los años sesenta no fueron tan 'swinging' como ahora nos creemos"
Se lo calla pero también destacaba por su origen: no era judío, a diferencia de tantos compositores y ejecutivos de aquel ambiente. De verdadero nombre James Wesley Voight, había nacido en 1944, en Yonkers, localidad industrial cercana a Nueva York. Se cambió el nom de plume después de editar discos de rockabilly como Wes Voight, y comprobar que los locutores solían atragantarse al pronunciarlo. Su hermano mayor, curiosamente, sí triunfó como actor llamándose Jon Voight, pero su sobrina también se rebautizaría en Hollywood: es Angelina Jolie.
Conviene situarle ya que acaba de sacar un trabajo autobiográfico, Yonkers, NY (Train Wreck / Karonte), amorosamente diseñado, con fotos de infancia y adolescencia. "Creo en el disco como objeto bonito, con una envoltura que te ayuda a profundizar en la música". En realidad, es un doble CD ya que las once canciones pueden escucharse en forma pura o complementadas con anécdotas. Taylor pertenece a la categoría de los storytellers y se deleita trenzando recuerdos.
Es historia viva de aquella vibrante industria musical neoyorquina, dinamizada por sellos independientes como Atlantic, Bell, Roulette, Bang o Sue. Detrás, disqueros visionarios pero "capaces de birlarte hasta la cartera. No literalmente, entiéndase: eran magos de los porcentajes". Sus canciones fueron registradas por Aretha Franklin, Lorraine Ellison, Dusty Springfield, Peggy Lee, Janis Joplin o Barbara Lewis, "yo tenía cierta habilidad para reflejar la sensibilidad femenina".
Su misma biografía rompe los esquemas. A principios de los ochenta, abandonó la música y se convirtió en un jugador de blackjack, con dedicación parcial a las apuestas de caballos, unas pasiones que aparecen en Yonkers, NY. "Ya sé que eso suena muy romántico, visto desde Europa. Vengo de un país grande, lleno de posibilidades, donde cualquiera puede reinventarse. Durante mis primeros años, creía que mi padre era agente del FBI. En realidad, se dedicaba profesionalmente al golf, algo aún más exótico que trabajar para J. Edgar Hoover".
Su trayectoria como compositor del Brill está recogida en una de esas eruditas recopilaciones de Ace Records (distribuidas en España por Popstock). La suya se titula Wild thing: The songs of Chip Taylor, en referencia a una de las piedras angulares del rock de garaje: Wild thing era elemental, lúbrica, arrolladora. Fue grabada un par de veces en 1965, pero prácticamente nadie se enteró. Hasta que Chip decidió enviarla al Reino Unido, donde ya había conseguido éxitos con Cliff Richard (On my world) y, sobre todo, los Hollies de Graham Nash (I can't let go). Un desconocido grupo inglés estaba buscando material para su segundo single y...
"Los Troggs escucharon mi maqueta y siguieron su pauta. Cambiaron una parte silbada por un solo de ocarina, pero lo demás es lo mismo. Con más volumen, con electricidad: para mí, es el comienzo del punk. Pero resulta que Jimi Hendrix la incorporó a su repertorio, convirtiéndola en... otra cosa. La tocó en el festival de Monterrey y ya era puro sexo, terminaba incendiando su guitarra".
Wild thing está en las antípodas de Angel of the morning, la segunda generadora de beneficios para Chip Taylor: ha sido éxito, en diferentes décadas, para Merrilee Rush, Juice Newton y el jamaicano Shaggy. "Bueno, también tuvo su polémica. Estaba pensada para Connie Francis, que no se atrevió con la letra: no era frecuente contar un polvo de una sola noche desde el punto de vista femenino. Los años sesenta no fueron tan swinging como ahora nos creemos".
Cierto. La llegada de la contracultura, con su énfasis en la autoexpresión, supuso el eclipse del concepto industrial de la música pop, tal como se practicaba en el Brill Building y alrededores. "Espero que no sea la pura nostalgia lo que me hace reflexionar que era una buena forma de ganarse la vida. Iba allí, componía, hacía tratos para colocar mis canciones y todavía me quedaba tiempo para estudiar la prensa hípica y hacer mis apuestas. En el fondo, todos teníamos mucho de jugadores: las discográficas eran la banca y casi siempre ganaban. Los compositores estábamos más resguardados, aunque también hubo quien firmó acuerdos horribles. No era agradable que algún directivo exigiera figurar como coautor tras cambiar un par de palabras".
Chip supo entender el cambio de paradigmas, que incluía la devaluación del single y la importancia del elepé. Conectó con un grupo llamado The Flying Machine, encabezado por James Taylor. "Me enteré luego de que tonteaba con la heroína pero incluso entonces ya poseía carisma. El problema es que grabamos con Jubilee, una compañía pop que no entendió que estábamos en 1967, que había que lanzar un elepé y moverlo desde abajo. Lo siguiente que supe es que James se había ido a Londres y quería fichar por Apple, el sello de los Beatles. ¿Cómo negárselo? Rompimos el contrato y quedamos tan amigos".
Un inciso. Quizás no fuera todo tan amistoso. En 1971, con James Taylor convertido en superestrella de la introspección, Chip lanzó finalmente su elepé con Flying Machine, ante la consternación de Warner Bros. Y en 1996, cuando lo reeditó en CD, cambió el orden de los temas y añadió algunas pistas instrumentales, alterando lo que era una grata muestra de folk-rock al estilo Greenwich Village. Pero uno debe jugar con las cartas que el destino reparte y -¡sssh!- Chip ha pasado por momentos bajos.
Durante los años setenta, Chip Taylor volvió a cantar y editó media docena de álbumes. Daba la talla como personaje pintoresco y no tuvo problemas en engatusar a varias multinacionales; además, tras el fenómeno de Carole King, provenir del Brill Building sumaba méritos ante las discográficas. Pero le costó encontrar mercado: "Era demasiado adulto para el público de los cantautores y demasiado urbano para la gente del country. Ya me había pasado antes, en los sesenta. Chet Atkins, entonces jefe de RCA en Nashville, se había quedado encantado con mis canciones pero no se podía creer que vinieran de un neoyorquino. Aun así, fueron grabadas por Willie Nelson, Waylon Jennings o Bobby Bare. Yo mismo tuve algunos éxitos modestos en las listas de country".
Se le pudo ver fugazmente en una película de Jonathan Demme (Melvin and Howard, 1980) pero luego se sumergió en el mundillo del juego y las apuestas. Nada truculento, asegura, aunque sus habilidades determinaron que los casinos de Atlantic City le prohibieran entrar. Musicalmente, reapareció a mediados de los noventa, grabando en sellos pequeños y acomodándose en ese movimiento conocido como Americana o alt.country. Lucinda Williams o John Prine le reconocen como un igual y han grabado con él. Su perfil de yanqui con sonido sureño le hace especialmente atractivo para el público europeo: gira regularmente por Suecia, Holanda o Reino Unido.
Primero, Chip reivindicó su pasado con Hit man (1996), recreaciones de sus éxitos. En 2000, fundó un sello, Train Wreck Records, donde se permite editar un doble torrencial (The London sessions bootleg) o un libro-con-disco, Songs from a dutch tour. También publica hermosos proyectos de sus acompañantes habituales: ahí están el guitarrista John Platania, que también toca con Van Morrison, o dos poderosas cantantes-violinistas, Kendel Carson y Carrie Rodríguez. "Soy consciente del disparate de invertir en una discográfica, pero no pierdo la esperanza de que cambien las tendencias: me reconforta que vuelva a haber demanda de discos de vinilo; ya estamos fabricando elepés".
Además, añade, todos los años usan Wild thing o Angel of the morning en películas, anuncios, series de televisión; los derechos de sincronización ayudan a cuadrar las cuentas. Nadie imaginaba que aquellas canciones de usar y tirar se demostrarían tan duraderas. "En Yonkers, NY está un tema donde cuento el día que fui con mi hermano a ver Semilla de maldad, la película de Richard Brooks donde sonaba Rock around the clock. Cuando salió el disco de Bill Haley, las emisoras lo boicotearon -creían que era un artista negro- y sólo fue un éxito menor. Pero allí representaba la música de los gamberros, sonaba irresistible y los chavales que estábamos en el cine nos pusimos a armar follón. Cuando salíamos, le dije a Jon que ahora nadie podría parar el rock and roll. Así fue: Haley llegó al número uno. Al poco, yo cantaba en directo y sentía que nuestra generación iba a conquistar el mundo. Y de alguna manera...".
Yonkers, NY. Train Wreck / Karonte
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