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Columna
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Nuevo Gobierno

Las transiciones no son fáciles de manejar. Cuando dichas transiciones se producen después de liderazgos prolongados, mucho menos. CiU todavía está digiriendo la transición desde el liderazgo de Jordi Pujol, que, aunque las encuestas parecen indicar que se va a resolver con la recuperación de la Generalitat en las próximas elecciones catalanas, ha supuesto dos legislaturas de gran incertidumbre en dicha formación política. En el interior del PSOE la transición del liderazgo de Felipe González acabó siendo sumamente traumática, a pesar de que no creo que puedan existir dudas acerca de la capacidad política de su sucesor en la secretaría general, Joaquín Almunia. Sin embargo, tuvo que producirse la derrota abrumadora en las elecciones de 2000 y la celebración de un congreso extraordinario para que se afirmara un nuevo liderazgo en la figura de José Luis Rodríguez Zapatero. La sustitución de figuras que han dominado durante mucho tiempo la vida de un partido, cuando además han ocupado largos años el Gobierno, resulta siempre complicado.

En Andalucía, estamos asistiendo en este momento a una de esas transiciones difíciles de resolver. Manuel Chaves no ha sido un presidente más de comunidad autónoma ni un secretario general más de una de las federaciones del partido, sino que ha sido, juntamente con Jordi Pujol, el presidente que ha dejado una huella más acusada en la construcción del Estado autonómico y el secretario general que más ha influido en la recuperación del PSOE como partido tras la catástrofe electoral de 2000. En el momento en que el viento empezó a soplar en contra con una intensidad extraordinaria a partir de 1994, fue el liderazgo de Manuel Chaves en Andalucía el que permitió al PSOE resistir primero y poder recuperarse después a nivel nacional. Pocas personas han tenido individualmente un peso tan decisivo en la evolución del sistema político español en los últimos 20 años.

Sustituirlo no es, en consecuencia, tarea fácil. De ahí que a nadie pueda extrañar que José Antonio Griñán haya tenido que pasar por una fase de adaptación, que la formación de sus dos Gobiernos pone inequívocamente de manifiesto. Es obvio que nadie le hizo su primer Gobierno, pero, con la perspectiva que nos da el tiempo, no es menos obvio que en ese primer Gobierno pesaba la inercia de las dos últimas décadas y que, por tanto, era su Gobierno, pero menos. Había mucha continuidad, tal vez demasiada continuidad. Y de ahí que el mensaje del PP, de que Manuel Chaves y José Antonio Griñán eran lo mismo y que era el primero el que realmente seguían mandando en Andalucía, calara. Con la constitución de su segundo Gobierno las cosas son distintas. Ahora sí que nos encontramos ante un Gobierno que no solamente es de manera indiscutible el de José Antonio Griñán, sino que además lo parece, y que, en consecuencia, va a tener que ser valorado no por su relación con el anterior, sino por la dirección política que imprima a la comunidad.

La reacción del PP resulta muy ilustrativa y expresa un cierto desconcierto. Si tras la formación del primer Gobierno, la posición del PP fue la de subrayar la continuidad entre Manuel Chaves y José Antonio Griñán, tras la formación del segundo y ante la imposibilidad de seguir con el mismo discurso, ha tenido que coger por los pelos el nombramiento de Mar Moreno como segunda para intentar negarle autoridad.

¿Desde cuándo es una muestra de inseguridad y de falta de autoridad designar como número dos a una figura con peso político propio? ¿Fue acaso la designación de Hillary Clinton como secretaria de Estado una muestra de inseguridad y de falta de autoridad de Obama?

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