Un voto excéntrico
Quienes nos encontramos fuera de nuestra Universitat de València, tenemos la posibilidad de seguir por Internet (gracias al esfuerzo de la propia universidad y al buen trabajo de los equipos que compiten) esta interesante campaña, con cuatro candidatos al rectorado, que parece que exigirá segunda vuelta. En mi caso, la suerte de dirigir el Colegio de España en París y algunas coincidencias me han permitido hablar con miembros de todas las candidaturas que han pasado por el Colegio, pues, como nos pasa a casi todos, tengo amigos en las cuatro. Desde una posición que podría considerarse (quizá en más de un sentido) excéntrica, he podido así formarme una opinión, encontrar razones para un voto.
Aspiro a poco más que desde el rectorado no me pongan más difícil dar clases e investigar
Tengo respeto y reconocimiento por todos los candidatos (aunque sólo sea por el mero hecho de haber dado ese paso) pero, como repetía Tierno y nos demuestra la experiencia universal, las promesas electorales se hacen sobre todo para el voto, no tanto para el día siguiente al voto. Y en este juego de poder (representativo, eso sí) los votantes tenemos pocos medios de exigir control y responsabilidades tras la elección, porque ni los Parlamentos (ni, menos aún, los Claustros) ni la oposición son instrumentos eficaces para ello. Aunque siempre nos queda el recurso a los medios de comunicación, que es hoy casi el único control posible.
Con 35 años de experiencia académica y la crisis como condicionante, no tengo grandes esperanzas. Me planteo cómo elegir un rector para tiempos difíciles. Por eso, no espero del nuevo rector/a que transforme mi universidad en un faro que ilumine al mundo, desde su arraigo en la nostra llengua y en el fer país. Tampoco necesito que me prometa soluciones ciento diez por ciento innovadoras e imaginativas. Ni que juegue a competir con Steve Jobs (que es mas cool que Bill Gates), a base de utilizar Twitter en vez del viejo Facebook. Que no traten de ilusionarme. Desconfío en particular (con el debido respeto) de quien intenta ganarme por el gusto (¿?) y para animarme sostiene que a ese equipo rectorable "le gusta pensar": bien está que uno no sea ingenuo, pero ¿tan mal nos ve esa candidata que entiende que eso es un incentivo?
Aspiro a poco más que desde el rectorado no me pongan más difícil dar clase e investigar, es decir, que no interfieran. Casi sólo pido que mi universidad no se dedique a exigirme una y otra vez datos que obran en su poder, en lugar de ayudarnos a que perdamos menos tiempo y nos dediquemos a lo que se supone que debemos saber hacer. Que no me imponga como condición para apoyar a un candidato a becario, presentar un modelo de currículo distinto de los del ministerio, consejerías y agencias de evaluación (que es lo que algunos entienden por la identidad específica de la Universitat) de modo que si presento mi currículo de investigación en el modelo del ministerio, excluyen al candidato a beca. Quiero que mi universidad no cree más burocracia, sino que reclute, forme y promocione por ejemplo PAS especialistas en gestión de proyectos nacionales y europeos, personal que sea capaz de gestionar en el ámbito internacional y especializado y con expectativas de mejora laboral.
Con el debido respeto por todos los actores de la universidad, pido que nos dejen trabajar en primer lugar a los profesores, que somos, de lejos, el personal más sometido a evaluación en el ámbito público y privado. Porque sin la atención preferente (sí, preferente) al profesorado, no hay mejora posible en la docencia y en la investigación, que es lo fundamental en la universidad.
Ese pragmatismo no significa renunciar a la mirada de largo alcance. Reconozco que no me motivan ni quienes quieren mediar en todos los conflictos ciudadanos, del teatro al Cabañal, ni los que enuncian propuestas sobre comportamientos éticos de los Estados... para que la historia les juzgue (¡que ya es decir!) como predica la candidata, a la que quizá se le queda corta la Universitat y apunta para la secretaría general de la ONU... Pero eso no supone abdicar del espíritu crítico y de la función social que nos corresponde. Ahora bien, a mi juicio, la voz crítica de la universidad sólo hará posible una sociedad mejor en la medida en que nuestro trabajo sea tal que la propia sociedad civil nos vea como fiables.
Vamos, que no me hace falta un programa rectoral superferolítico, con profusos argumentos que aseguran que viviré en una universidad de excelencia internacional (¿saben cuáles son los presupuestos de las cien primeras en los rankings?). Los milagros no existen, sin recursos no hay excelencia, y sabemos que, gracias a la política del Consell, aunque hay presupuesto para fantasmagóricas universidades virtuales, no lo hay para un plan de financiación que permita perspectivas dignas de presente y no digamos de futuro. Necesitamos un cambio, sí. Y la elección es la ocasión para intentarlo. Pero ese cambio necesario no se puede hacer a base de adanismos ingenuos. Por todo ello, creo que es la hora de gestores serios y con experiencia, y ese sería el criterio de voto de un excéntrico.
Javier de Lucas es catedrático de Filosofía del Derecho y director del Colegio de España en París.
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