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Tácticas de intimidación fiscal

Paul Krugman

Ultimamente es difícil coger un periódico o poner un programa de noticias sin encontrarse con graves advertencias sobre el déficit presupuestario de EE UU. El déficit amenaza la recuperación económica, nos dicen; pone en peligro la estabilidad económica estadounidense; minará nuestra influencia en el mundo. Generalmente, estas afirmaciones no se expresan como opiniones, como puntos de vista que tienen algunos analistas, pero que otros ponen en duda. En lugar de eso, se habla de ellas como si fueran hechos, simple y llanamente.

Pero no son hechos. Muchos economistas tienen una visión del déficit presupuestario mucho más serena que cualquiera de las que se oyen en la televisión. Los inversores tampoco parecen excesivamente preocupados: los bonos del Tesoro de EE UU siguen encontrando compradores interesados, incluso con tipos de interés que alcanzan mínimos históricos. La perspectiva presupuestaria a largo plazo es problemática, pero los déficit a corto plazo no lo son, y hasta los pronósticos a largo plazo son mucho menos aterradores de lo que se está haciendo creer a los ciudadanos.

Gracias a la histeria con el déficit, Washington ha equivocado completamente sus prioridades

Así que ¿a qué se debe la repentina omnipresencia de estas historias de miedo sobre el déficit? No ha surgido a causa de ninguna noticia real. Desde hace al menos un año resulta evidente que el Gobierno de EE UU se va a enfrentar a un prolongado periodo de grandes déficit, y las previsiones sobre esos déficit no han variado mucho desde el verano pasado. Sin embargo, el son de los tambores de las funestas advertencias fiscales se ha vuelto muchísimo más fuerte.

A mí -y no soy el único- el repentino brote de histeria por el déficit me recuerda al pensamiento de grupo que imperaba durante el periodo previo a la guerra de Irak. Ahora como entonces, las afirmaciones dudosas, no respaldadas por pruebas fehacientes, se lanzan como si se hubiesen confirmado más allá de toda duda. Ahora como entonces, gran parte del sistema político y de los medios de comunicación han aceptado la idea de que debemos tomar medidas drásticas rápidamente, aun cuando no ha habido ninguna información nueva que justifique esta repentina urgencia. Ahora como entonces, aquéllos que cuestionan la narrativa dominante, independientemente de lo sólidos que sean sus argumentos o su historial, están siendo marginados.

Y propagar el miedo al déficit podría terminar haciendo tanto daño como la propagación del miedo a las armas de destrucción masiva. Hablemos un momento de la realidad presupuestaria. Al contrario de lo que a menudo se oye, el gran déficit que el Gobierno federal tiene ahora mismo no es consecuencia de un aumento descontrolado del gasto. En lugar de eso, mucho más de la mitad del déficit se debe a la continuada crisis económica, que ha provocado una caída en picado de la recaudación fiscal, ha requerido rescates federales de instituciones financieras y que ha sido contrarrestada -adecuadamente- con medidas temporales para estimular el crecimiento y apoyar la creación de empleo.

La cuestión es que mantener un déficit elevado cuando nos enfrentamos a la peor recesión económica que ha habido desde los años treinta es en realidad lo que hay que hacer. En todo caso, el déficit debería ser mayor de lo que es porque el Gobierno debería hacer más de lo que hace para crear empleo.

Es verdad que hay un problema presupuestario más a largo plazo. Ni siquiera la plena recuperación económica equilibraría el presupuesto, y probablemente tampoco reduciría el déficit hasta un nivel sostenible de forma permanente. Así que, una vez que haya pasado la crisis económica, el Gobierno de EE UU tendrá que aumentar sus ingresos y controlar sus gastos. Y a la larga, no hay manera de hacer que salgan las cuentas presupuestarias a menos que se haga algo con el coste de la asistencia sanitaria.

Pero no hay motivo para sentir pánico ante las perspectivas del presupuesto para los próximos años, o incluso para la próxima década. Fíjense, por ejemplo, en lo que dice la última propuesta presupuestaria de la Administración de Obama sobre los pagos de los intereses de la deuda federal; según las previsiones, dentro de una década habrán subido hasta representar el 3,5% del PIB. ¿Hasta qué punto es eso preocupante? Más o menos igual que lo eran los costes de los intereses que hubo durante el mandato de George Bush padre.

Entonces, ¿por qué toda esta histeria? La respuesta está en la política. La principal diferencia entre el verano pasado, cuando en general (y justificadamente) nos tomábamos el déficit con tranquilidad, y la actual sensación de pánico es que los malos agüeros sobre el déficit se han convertido en una parte esencial de la estrategia política republicana, cumpliendo una doble función: dañan la imagen del presidente Barack Obama y a la vez paralizan su programa político. Y bueno, el que la hipocresía sea impresionante -políticos que votan a favor de recortes de impuestos que destrozan el presupuesto haciéndose pasar por apóstoles de la rectitud fiscal y políticos que un día vilipendian los intentos de controlar los costes del sistema público de salud (¡paneles de la muerte!) y al siguiente denuncian el gasto gubernamental excesivo- no es ninguna novedad.

El problema, sin embargo, es que, por lo visto, a muchas personas les resulta difícil distinguir la diferencia entre las posturas cínicas y los argumentos económicos serios. Y esto está teniendo consecuencias desastrosas.

Porque el hecho es que, gracias a la histeria con el déficit, Washington ha equivocado completamente sus prioridades: solamente se habla de cómo rebajar el gasto gubernamental en unos miles de millones de dólares, mientras que apenas hay voluntad alguna de hacer frente al paro masivo. La política va por mal camino, y millones de estadounidenses pagarán la factura.

Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008. © 2009 New York Times News Service. Traducción de News Clips.

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