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Reportaje:

Un portero de fabricación artesana

El Cartagena, revelación en Segunda División, basa su solidez en Rubén, un guardameta forjado en Coristanco y La Masía

Los focos alumbran hacia Cartagena, donde anida una de las sensaciones de la temporada futbolística, un equipo que tras 23 años en categorías inferiores sueña con el ascenso a Primera. Pero parte de ese éxito comenzó a gestarse en Coristanco. Allí en 1992, Juanjo Vila empezaba a forjar una carrera como técnico que le acaba de llevar a trabajar como analista táctico de Lotina en el Dépor. Vila se fajaba entonces con adolescentes, pero un día un vecino con el que tenía cierta amistad le planteó un reto: entrenar a su hijo de ocho años, uno de tantos que soñaban con ser Buyo, Liaño o Zubizarreta. Recibió la propuesta con escepticismo, pero al final cedió y Rubén Martínez Andrade comenzó a recibir clases particulares, pasantías futboleras que descubrieron a un niño con talento, pleno de determinación. "No jugaba en ningún equipo, pero jamás se perdió una sesión de trabajo", recuerda. Eran tres a la semana, una de ellas los sábados a las 9.00. "Yo todavía era joven, salía los viernes por la noche y me costaba, pero allí estaba Rubén dispuesto a trabajar".

Empezó a entrenar con 8 años y tenía su propia portería
Vivió en Barcelona, y jugó el Mundial sub 20 con Iniesta en Abu Dhabi

Vila se aplicó, y puso como condición que al chico no le faltara de nada. Incluso le diseñó una portería a medida para que trabajase con referencias adecuadas a su edad. "Alguna vez me han dicho que Rubén es un portero hecho a mano y hay mucho de cierto en ello", confía. Hoy Rubén vive del fútbol. Tiene 25 años, es padre de familia y guardameta titular del Cartagena, un tipo cordial, pero con una seriedad que quizás sea vecina de la madurez.

Aún no había cumplido los 13 cuando Vila se acercó con él hasta a A Coruña para que le hicieran una prueba en el Orillamar. Pasó examen ante Otero, portero ex deportivista. "¿De dónde has sacado a este monstruo?", le preguntaron a Vila. Meses después, ya integrado en la escuadra del barrio de Atocha, Rubén acudió a Barcelona para disputar un torneo de infantiles. Allí le vieron los cazatalentos del Barça y le hicieron sitio en La Masía. La residencia estaba al completo, con sus 32 espacios ocupados, pero en el club dieron orden para que los chicos se apretaran y entrara el 33, el chaval de Coristanco. "Estuve dos años, hasta que construyeron unas habitaciones junto a la puerta 50 del Camp Nou, luego cuando cumplí la mayoría de edad me mudé a un piso con otros compañeros", recuerda Rubén. Fueron 10 años en Barcelona, un periplo crucial en su formación no sólo futbolística y que esconde algún desgarro.

"Miro hacia atrás y veo que fue una experiencia buena, allí hice amigos y conocí a mi mujer, pero no sé si dejaría a mi hijo pasar por lo mismo. El primer año está bien, pero luego echas de menos a los tuyos. Al final si tenía que ser futbolista seguramente lo hubiera conseguido igual aunque las opciones y salidas que te ofrecen allí no te las dan en otro lado", reflexiona.

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Creció a la sombra del gigantesco coliseo blaugrana, con chicos que perseguían el mismo sueño como Iniesta. Con él quemó etapas para jugar el Mundial sub 20 en Abu Dhabi. Fue el preludio de su desembarco en el primer equipo, pero allí estaba Víctor Valdés, un amigo. "Apostaron por él y respondió, a partir de ahí cualquier portero que esté en el Barça sabe que será suplente y si me dan a elegir prefiero estar jugando en el Cartagena que en el banquillo". Antes sufrió el ostracismo en Ferrol, donde perdió un año a las órdenes de los hermanos Veiga en una cesión infructuosa como suplente de Queco Piña, ahora sin equipo. "Volví a Barcelona y negocié la libertad para tener minutos".

Encontró su objetivo en Cartagena, en un equipo que luchaba por ascender a Segunda y lo consiguió tras una agónica promoción contra el Alcoyano. Un buen destino para vivir, pero también para mostrarse. Varios clubes de Primera siguen sus pasos y él no desconoce la categoría, la paladeó en diciembre de 2004, con apenas 20. Entonces sintió que el sacrificio había merecido la pena, cuando se puso bajo palos en el Camp Nou para suplir a Xavi tras expulsión de Valdés ante el Valencia.

Tres días después, fue titular ante el Levante, también como local. Decidió que Vila tenía que estar allí y le envió un billete de avión y una reserva de hotel. "Me fui a Barcelona con el padre de Rubén, que nadie se imagina cuántos balones llegó a recoger cuando entrenábamos, y alguna lágrima cayó cuando lo vimos saltar al campo. Luego, champán", recuerda el técnico, que todavía se emociona al recordar como jaleaba a Rubén en la soledad de Coristanco. "Le gritaba: ¡Tírate a por la pelota como si estuvieras en el Camp Nou!".

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