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Columna
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La enajenación de Galicia

¿Cuál es la situación real de las dos caixas gallegas en términos de solvencia y liquidez? La pura verdad es que en estos momentos todo lo que sabemos es evanescente y difuso. Sólo el Banco de España, las direcciones de las dos caixas y, a estas alturas, Feijóo, saben algo concreto, más allá de lo especulativo. De hecho, lo único cierto y positivo es que Caixa Galicia (y los medios de comunicación e instituciones coruñesas) están por la labor y Caixanova (y los medios de comunicación e instituciones viguesas) no, en un ejercicio de demostración práctica de unanimidad inducida desde arriba.

Ya fue bastante raro que en el verano Núñez Feijóo declarase no tener una opinión formada sobre el particular, dándole así pábulo a la hipótesis de una posible absorción de Caixa Galicia por Caja Madrid. Parecía un gentleman considerando un difícil problema filosófico en un refinado club de lores y sires (fumar habanos con Rato y Montoro no siempre es aconsejable) y no el presidente de Galicia y, por tanto, alguien que tiene que tomar decisiones y cuyos actos públicos son siempre interpretados en una dirección u otra. Feijóo tiene fama de inteligente, pero los hechos no siempre acompañan esa leyenda.

Con las cajas está en juego una transformación de esas que deciden el futuro de los pueblos

Lo mejor para Galicia y para Núñez Feijóo sería que el presidente sentase a su mesa a los partidos con representación en el Parlamento para favorecer el proceso de fusión de las dos cajas gallegas. Sería conveniente que esa decisión no se demorase ni un día más de lo necesario. Todos deberían estar de acuerdo en este punto, no sólo porque es lo más racional, sino porque de lo contrario podemos ver la remontada de localismos impostados, dirigidos desde las elites locales de Vigo y A Coruña, interesadas en proteger sus intereses.

La fusión no es, desde luego, la panacea. La caixa resultante debe ser más transparente y democrática. Sus equipos de dirección han de formarse con criterio de eficiencia, pero no pueden olvidar que se trata de un instrumento financiero al servicio del país. Cualquier intento de privatización encubierta, del tipo de las que se pretendían no hace mucho a través de la fórmula de las cuotas participativas, debe ser considerada una estafa en el estilo de la ingeniería financiera. Finalmente, sus órganos de gobierno han de ser renovados, dando paso a otra generación. Sin duda, una nueva Lei de Caixas es necesaria. De lo contrario, no habremos hecho nada. Tal vez sólo engordar al pez para que, una década más tarde, otro mayor se lo coma.

Al fin y al cabo, la historia de las caixas está llena de claroscuros. A pesar del ruido ahora existente y del botafumeiro con el que se suele halagar a los dirigentes de ambas cajas es posible preguntar en qué sentido concreto han favorecido las economías locales o la gallega en su conjunto. Basta comparar su gestión con la de las cajas catalanas o vascas para constatar su falta de proyecto. No es sólo que hayan expuesto sus entidades a la burbuja inmobiliaria. Muchas de las decisiones que han tomado en estos años han sido muy discutibles aunque escasamente discutidas. Su papel en ENCE, o en Autopistas del Atlántico por mencionar sólo dos ejemplos, deja mucho que desear. Los historiadores de la economía tienen ahí un campo de estudio por desbrozar.

Pero en última instancia no podemos perder de vista lo que nos jugamos. De la actual crisis va a salir una reformulación del mapa financiero español en el que Madrid, Cataluña, Euskadi y Andalucía van a reforzar sus cajas. Van a hacerlo sabiendo que ese mapa es una variante de la reformulación de los espacios económicos, sociales y políticos que están en curso en España. No creo que a nadie se le escape el significado político de que se fusionasen Caixa Galicia, Caja Madrid y la CAM, construyendo un eje de cajas dominadas por gobiernos del Partido Popular del atlántico al mediterráneo.

Se trataría de una verdadera repristinación económica de España, hecha a la manera en que Aznar colocó en el BBVA a Francisco González, disminuyendo el peso de los nacionalistas vascos, y a Juan de Villalonga en Telefónica. O de la defensa numantina de la Endesa de Pizarro hecha por Aguirre frente a las añagazas de la catalana Gas Natural. Lo que ahora se juega son transformaciones de gran calado, de esas que deciden la trayectoria futura de los pueblos. No es el momento de procrastinar al país todavía más.

¿Va Galicia a dejarse caer en la indefensión? Si lo hiciese sería algo propio de idiotas. Nuestro peso demográfico está cayendo, como lo hace nuestro porcentaje del PIB. En un país envejecido, con menor peso económico y que no hace valer el plus de su condición nacional, que siempre da visibilidad y mayor densidad política a la hora de una negociación en un marco como el español digan lo que digan los cenizos. ¿Vamos, además, a enajenar nuestras finanzas?

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